GIBRÁN ALVARADO
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I
Hace algunas semanas terminó Sanremo, el festival de la canción italiana, un verdadero suceso en el país. Como siempre, este tipo de eventos funcionan como palcos para hablar de los temas de actualidad, en su momento fue la pandemia por Covid-19, la salud mental, la invasión a Ucrania y, en esta edición de 2024, creo que dos fueron los tópicos que abrieron el debate: el más reciente, el conflicto Israel-Palestina, con todas sus aristas y perspectivas, tanto de izquierda, derecha, etcétera, y el que respecta a la migración.
Este tema, al igual que el de la guerra, viene de antaño, cabe recordar la reciente crisis migratoria durante 2023 en la isla de Lampedusa, algunos habitantes abrieron sus negocios y hogares a los africanos que llegaban y otros pedían la ayuda del gobierno para solucionar la problemática. En Sanremo volvió el debate respecto a los hijos de migrantes, esos “italianos” entre comillas, lo cual ya había acontecido en 2019, cuando triunfó Mahmood (con ascendencia egipcia) y ahora, pese a que no obtuvo el primer puesto, sucedió con Ghali Amdouni (de padres tunecinos), el cual, desde mi perspectiva, dio una “cachetada con guante blanco” al presentar un popurrí titulado “Italiano verdadero”, el cual inició cantando en árabe para después culminar con el famosísimo casi himno italiano de Toto Cotugno “Italiano vero”.
II
A qué va todo este preámbulo, a las personas/personajes que aparecen en Stromboli (1950), de Roberto Rossellini. En el filme se evidencia el exilio de Karin, la protagonista y el prejuicio del que es presa al llegar al sitio donde es llevada por su amante, quien también, como ella, fue prisionero de guerra. Nuevamente, Rossellini recupera la realidad de un pueblo pesquero, el cual da título a la película, en el que su religiosidad y tradicionalismo hace que la gente sea hostil con la recién llegada, la extranjera, la diferente, la liberal y bella protagonista, esa que no sabrá adecuarse a la tradición (machismo y sumisión de la época).
A partir de estos acontecimientos, Karin decide huir, escapar del hombre y el pueblo porque la oprimen, le impiden seguir con normalidad la vida, las miradas, el acoso, los malos momentos que vive cada que sale a la calle van pesando sobre ella. No se sabe si llegará la ayuda divina, si será redimida, el final es abierto, sea el lector quien saque sus conclusiones. Rossellini pone sobre la mesa una realidad de su época pero que sigue siendo muy actual, ese prejuicio hacia el otro, hacia el extraño, el recién llegado, el diferente, como sociedad, tenemos trabajo por hacer, sirvan filmes como éste para analizar nuestra actualidad, qué ha cambiado y qué sigue igual, tras más de cincuenta años de su estreno.