PRISCILA SARAHÍ SÁNCHEZ LEAL
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
Constantino Cavafis
La casa, más que un espacio material, es un espacio poético, una caja de resonancias que alberga emociones, recuerdos y un sinfín de ensoñaciones. El imaginario en torno a la casa adquiere un sentido profundo y multifacético; es un refugio y un lugar íntimo, que permite desplegar lo más profundo de la existencia humana, todo aquello que se oculta una vez que se traspasa el umbral hacia el mundo exterior. En el campo de la poesía, la casa se torna imagen, metáfora y símbolo, pero ¿qué representa? Podría decirse incluso que la casa se instala en la psique humana, como una especie de mito que se resignifica una y otra vez, aunque la esencia siga siendo la misma.
La casa es ese sitio al que siempre se regresa, literal o metafóricamente, es un terreno seguro que se instaura en la imaginación y pervive, incluso cuando una casa en específico haya quedado atrás, ya no exista o ya no se habite en ella. En este sentido, se puede afirmar que es un lugar que se cristaliza en profunda nostalgia. El poemario Éxodo a ningún lugar, de Sergio Pérez Torres, indaga en las posibilidades poéticas que alberga la casa, pero también se extiende hacia el hecho de ir a ninguna parte, a la errancia por el mundo, al viaje.
La obra que nos ocupa y convoca está dividida en dos partes, tituladas “Esta es mi casa” y “La canción del extranjero”. El primer apartado consta de doce poemas, en los cuales se explora la idea de la casa como punto de partida u origen, pero también como punto de llegada o destino. La casa como metáfora y símbolo, guarda sentidos diversos, que oscilan entre el arraigo y el desarraigo.
A lo largo de la lectura, fue inevitable evocar las ideas del filósofo francés, Gastón Bachelard. En su libro, La poética del espacio, la casa, como espacio primigenio, adquiere significados y matices diversos en la experiencia humana, en tanto que representa el primer universo al que se tiene acceso, es el primer espacio en el que se experimenta un sentido de pertenencia y de arraigo. Al respecto, dice Bachelard:
“Sin ella, el ser humano sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y de la vida. Es cuerpo y alma. Es el primer mundo del ser humano. Antes de ser ‘arrojado al mundo’, como dicen los metafísicos acelerados, el ser humano es depositado en la cuna de la casa”1.
Por su parte, el poeta Sergio Pérez Torres inicia el libro con una pregunta que se torna reveladora y marca la pauta de toda la obra: “¿Qué es esta raíz de sangre/ repartida en colores por herencia del viento?”2 A raíz de sangre simboliza una conexión profunda con la tierra y, posiblemente, con la historia familiar, con el arraigo, mientras que la segunda parte, la repartición en colores por herencia del viento, nos lleva a pensar en el legado que se transmite a través de las generaciones, pero también en la diversidad que hay en el mundo y que se adquiere mediante el viaje.
En la segunda parte, titulada “La canción del extranjero”, el yo poético parece un ser desarraigado, que deambula por el mundo, desorientado, entre lugares desconocidos; se encuentra lejos de casa, de su primer universo y de sus raíces. Los poemas que conforman esta segunda parte de la obra reflexionan en torno al viaje, los sitios lejanos a la casa, las calles repletas de gente desconocida y de idiomas que no son el propio.
El poeta muestra una especie de recorrido por espacios que lo desconciertan; sin embargo, no se pierde la resonancia del lugar de origen, de la casa, lo cual se evidencia en formulaciones como: “lo cierto es lo incierto, lo desierto, lo cierto es este no, este oeste sin rosa de los vientos”3, “no amo el canto de algún pájaro desconocido”4 y “cada casa de cambio sustituye mi lengua por una ajena.”5
Yo también me iré de mi destino,
te diré qué amo en una lengua que no amo
y me haré como el sereno entre la hierba
por si un día regresa lo que aún no pierde el eco.6
En todo momento, el poemario remite a su título, a un éxodo, que se decanta en poesía. El autor experimenta a través del lenguaje y busca nuevas posibilidades estéticas que muestran a la vida y al quehacer poético como un éxodo, a manera de metáfora del viaje. Si bien, la casa aparece como el lugar de arraigo, en la segunda nos sumergimos una búsqueda de nuevas posibilidades que sólo la errancia favorece.
De la casa al viaje hay un trayecto cíclico. Se sale del punto de arraigo, es decir, la casa, para emprender un viaje en cuyo proceso hay una tensión entre el arraigo y el desarraigo, finalmente, está la posibilidad del regreso. Tras el viaje, el éxodo, hay transformaciones significativas, el que sale no es el mismo cuando regresa. Por otra parte, la vida misma se erige como un éxodo, lo cual se vislumbra en versos como “Todos los hoteles son de paso en esta vida, / todos los amores son fugaces delante de la muerte.”7
Finalmente, el libro cierra con un poema que, a mi parecer, encuentra en la escritura un medio tangible que resuelve la tensión entre la dualidad del arraigo y el desarraigo: “Escribo para que los muertos cumplan con su círculo / [de piedra y adentro la voz no venga aquel hábito de luz para / [borrarlos.”8
El poemario concluye con una especie de circularidad tanto conceptual como poética, lo cual se afianza con el último verso que dice “Es posible regresar al viento cuando no se tiene casa.”9 El cierre deja latente la oscilación entre las ideas de la casa como arraigo y el éxodo como desarraigo o búsqueda de algo. Estas últimas palabras sugieren una libertad y un espacio en el cual encontrarse, más allá de que se cuente con ese sitio llamado casa. Así, la escritura será siempre un asidero que propicia la posibilidad de reinventarse una y otra vez, aun estando lejos del lugar originario.
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Referencias
1 Bachelard, Gastón La poética del espacio, p. 43.
2 Pérez Torres, Sergio, Éxodo a ningún lugar, p. 16.
3 Idem, p. 60.
4 Idem, p. 58.
5 Idem, p. 56.
6 Idem, p. 68.
7 Idem, p. 92.
8 Idem, p. 94.
9 Ibidem