Marifer Martínez Quintanilla
19 de junio, 2023
Mi analista no contestó el mensaje la sesión pasada. Envié el mensaje por Whatsapp, el de siempre: “Hola, [inserte aquí saludo según el horario de México], ¿puedo llamar?”, pero no hubo respuesta. El calor de Madrid ya había empezado a hacerse presente desde una semana antes en la camisa mojada de sudor, en la espalda en particular con la backpack que parece ya más un caparazón adherido a mí. Desde medio día había estado en movimiento: de la casa a la cafetería del pueblo, de la cafetería a la parada del bus, del bus al metro Colonia Jardín, de Colonia Jardín a Alonso Martínez y de ahí a varias librerías mientras daba la hora de la sesión. No es que haya ido hasta Madrid para tener mi análisis en línea, tenía que hacer una compra y pasar al café en el que trabajo para grabar contenido. Pero el mensaje no tuvo respuesta. Estaba ahora sentada en la plaza Salesas, frente a la librería Antonio Machado. Tenía una hora, un espacio desocupado, en medio de todo lo que había organizado. No insistí, no llamé. Creo que no quería hablar, pues sería hablar, otra vez, de lo mismo. Pensé en aprovechar esa hora para acercarme a algún sitio a trabajar. De la plaza podía irme a diferentes calles que, si uniéramos cada extremo de la acera, formarían un hexágono, pero no tenía idea de a dónde dirigirme; podía tomar metro a Tirso de Molina o quedarme en algunos de los cafés de Chueca, pero también tenía que estar de regreso a la casa a las 19:30, así que debía tomar a más tardar el bus de las 18:15. Eran las 16:20.
Dos horas no es tiempo.
Dos horas no es tiempo para hacer algo, pero es una cantidad obscena de tiempo para hacer nada. Entré a la Machado, no tenían el libro de Auster en inglés que estaba buscando. Salí.
Bajé por la calle de Santo Tomé hasta llegar a la calle de Gravina. 16:40. El bus de las 17:30 no podía alcanzarlo, no tenía sentido correr de vuelta a la estación de Alonso Martínez, ya daba lo mismo caminar hasta Tribunal y de ahí deshacer mis pasos de vuelta a la casa. Es cierto que de haber regresado a Alonso Martínez mi llegada a Colonia Jardín habría sido más rápida y habría transpirado menos. El calor era insoportable, pero la alternativa era peor: llegar treinta minutos antes y estar sentada, quieta, en una banca esperando el bus no era opción. Preferí caminar, con tal de no estar sentada conmigo misma más tiempo. Me soporto mejor cuando estoy en constante movimiento.
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Según veo, y esto está atravesado por muchísimos ejes, C. se ve contenta, segurx de querer lo mismo que quería cuando decidió emigrar. Y aunque regresa a México, pareciera que sus convicciones no cambian. Yo, en cambio, me quedo, sigo aquí, pero me parece que no deseo lo mismo, no sé si deseo algo nuevo, otra cosa, algo más sumado a lo otro. Dos deseos o tres o más, con tal de que haya. Pero no encuentro a dónde ir, cómo dar el paso. Camino, literalmente, perdida por Madrid con tal de no estar parada, sentada, acostada conmigo. Algo se extravió en el camino. No sé cómo encontrarlo o encontrarme, no sé dónde quedé en el viaje.
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Octubre – noviembre, 2023
De Mirarse de frente de Vivian Gornick: “Nada me cura de un corazón resentido y enojado como un paseo por esa misma ciudad que suelo sentir que me niega. Ver en la calle las cincuenta maneras distintas que tiene la gente de luchar por seguir siendo humana hasta el ultimísimo minuto […] es sentir que la presión se relaja”. Gornick habla de Nueva York, y de ella, pero bien podría estar hablando de Madrid y, ¿por qué no?, de mí también. Ser caminante, dice la autora, es la respuesta que encuentra para su problema “corriente y cotidiano” que es la soledad y la depresión.
Madrid no es Nueva York. No conozco esa ciudad, tampoco tengo mucho deseo de hacerlo. Pero leo a Gornick y ella dice que hay que agarrarle el ritmo al paso de la ciudad y su gente, al salir del metro, seguir el tempo para no chocar y entonces, sólo entonces, poder ser en la ciudad.
Llegó agosto, después de meses de estar caminando sola por Madrid, extraviarme en sus calles, perderme de camino a casa, andar con amigos… He aprendido a escuchar el tempo de los pasos de esta ciudad y ya no tropiezo con ella ni me quedo paralizada.
Espero que ser caminante también sea aliciente para mi problema corriente y cotidiano.