Imaginar el futuro ha sido unas de las constantes de la humanidad. Gracias a William Hanna y Joseph Barbera, en 1962 tuvimos una promesa de un futuro donde la tecnología facilitaría la vida, quizás los jefes explotadores continúen, pero habría autos voladores y robotinas que harían nuestra vida más fácil. Los Supersónicos (cuyo título original es The Jetsons) mostraron un mundo automatizado, donde el capitalismo seguía siendo el sistema predominante. Pese a que tenía lugar en el año 2062, el panorama no luce alentador; quizá lo único que nos representa hoy en día es la ansiedad de Súper Sónico (George Jetson) por conservar su trabajo ante un ambiente hostil por parte de su jefe.
A raíz de la desconfianza por un futuro incierto, varios escritores de ciencia ficción exploraron el denominado género de la distopía, donde se representan a las sociedades futuras con características negativas como la hipervigilancia y la dependencia hacia la tecnología, con humanos alineados que preponderan la comodidad frente a la pérdida de su esencia, privacidad y libre albedrío. ¿Les suena familiar?
Muchas novelas distópicas se escribieron y escribirán, destacando títulos como 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley o El cuento de la criada de Margaret Atwood; no obstante, existe una que a mi modo de ver está cerca de lo que estamos viviendo. En 1957se vivía un periodo oscuro en cuanto a libertad de expresión se refiere; así, en EUA se presentaba una persecución al enemigo de antaño: el comunismo, creando monstruos como el macartismo. Bajo este contexto que de por sí ya suena a escenario digno de este tipo de historias, un muy joven Ray Bradbury imaginaba un mundo donde estaba prohibido leer.
Bastantes cosas se pueden decir al respecto de la maravilla literaria que es Fahrenheit 451, muchas lecturas sobre la historia del bombero Montang que se dedicaba a provocar incendios se han dado y darán, por ello, aquí nos centraremos en un par de aspectos. De entrada, por cómo sucedía la persecución, el horno no estaba para bollos, y la única casa editorial que se animó a publicar este dispositivo literario, por lo que su primer hogar editorial fue, ni más ni menos, la revista Playboy. Todos recordamos a la revista como vanguardia en el erotismo gráfico, así como un medio que popularizó la cosifiación de la mujer, pero también promovió la literatura underground y la contra cultura.
Bradbury era un verdadero obsesivo de las bibliotecas, pasando gran parte de su tiempo en ellas. Cuando se enteró del famoso incendió de la biblioteca de Alejandría, así como de la quema Nazi de libros, su corazón se estrujó y comenzó a escribir intentando hacer un homenaje esos centros de esparcimiento.
No cabe duda de que a todos nos impresiona la trama y la prohibición de los libros bajo el entendido de que pensar deprime, pero hay algo que a mí en lo personal me perturba de sobremanera. En el universo planteado por Bradbury, no se trata que dicha prohibición genere una revolución masiva, sino de que el ancho de la sociedad está cómoda con esa imposición. De este modo, se presentan dos fenómenos que hoy en día se están concretando de manera peligrosa en la sociedad moderna: 1) Existe una infantilización de la sociedad, pues en la novela plantea que con “concursos que puedan ganar” o “datos no combustibles” la gente tendrá la sensación de que piensa y no indagará más, además de que permea el discurso de pensar positivo ignorando los acontecimientos en otras partes del mundo. Eso mismo sucede hoy en día con las redes sociales, donde nos atiborramos de datos innecesarios o noticias dadas por comediantes o payasos sin tomarnos la molestia de ir más allá; y 2) el recorte al conocimiento, muy vinculada a la primera, y que aboga por “leer”40 libros en una semana. En realidad son resúmenes a modo para evitar la fatiga de leer el tomo completo, perdiendo así gran parte del contenido del mismo, pero con la sensación de haber leído un libro completo. Además de la callada pero constante reducción a los planes de estudio en las escuelas, lo que sin duda crea generaciones de egresados sin muchas herramientas básicas, pero con un título universitario. Y así podríamos seguir con esta maravillosa novela, pero considero que ya es tiempo de inmolarme con mis tesoros literarios antes de que se conviertan en ceniza para la ignorancia.
2 comentarios en «Fahrenheit 451: la distopía del recorte al conocimiento»
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Me encantó
Muy interesante tu columna, Enrique Ricardo. Pero la realidad va a mayor velocidad que la Ficción.