
CARLOS FLORES
¡Dolor, dolor, dolor!, hoy hemos caído por nuestra espada,
no sólo por la indiferencia y apatía adquirida por el confort;
no sólo por nuestra pobreza interna, los comerciales y el televisor;
fue la costumbre y el vicio la que por mala suerte lo provocó.
El rey cayó, no por el pueblo, ¡vaya ironía!, ¿qué demonio lo tocó?
Fue una embriaguez de poder, cosa tan peligrosa, unida al alma débil,
cuando corazón y mente no están a la altura del grandioso trono,
abandonada la razón, la sensatez, por una hambrienta ambición.
El pueblo arde en las llamas de la indolencia, sus vasallos gritan,
pero nadie los oye, pues desde hace tiempo amenaza ahora son,
y, por fortuna, ya no dispuestos a coger el estandarte, así, sin más.
Triste águila… su fuerza, su pasión, su valor y su grandiosa razón de ser,
atrapada por tu verdugo de oscuros menesteres, falso y de rancia condición,
en el yugo del imperio tambaleante, gotea de sangre hoy sus alas blancas.