Ninguno de los libros que he leído aguanta el resplandor del día. Pero los libros valen la vela que se usa al leerlos. Criaturas medio nocturnas.
Pascal Quignard, Pequeños tratados
MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Mudanzas internacionales; mudanza no profesional internacional; mudanza particular internacional; envíos de palettes Europa a LATAM; mudanza de libros España a México; envíos internacionales; envío de doscientos libros, seis tazas y una maleta de veinticinco kilos urgente. “Casi que te sale mejor comprar todos los libros de nuevo que enviarlos” es la opinión en común de todos. Y tienen razón. Cuando los proveedores que contacté contestaron con la “cotización”, me informaron que el precio base del cual partiría la mudanza sería de dos mil euros o cuarenta mil pesos –súmele o réstele según el tipo cambio del día–. Es cuatro veces lo que está invertido en los libros que dejé en Madrid. Pero no es tan sencillo, no solo porque, evidentemente, esos libros no se compraron todos de golpe, o porque hay libros que conseguí en editoriales que no se exportan a México, sino porque esto va más allá de tener los libros como objetos físicos ocupando un hueco en una repisa o librero.
Una biblioteca personal no tiene que ver con la acumulación de objetos que, además, se llenan de polvo, se humedecen, se hinchan; libros cuyas hojas se secan y parten, que se vuelven amarillas… Tiene que ver con lo que guardan: una lectura personal. Hice dos últimas compras literarias dos semanas antes de partir. Había visitado librerías un día sí y otro no, sin buscar nada en particular, más con las ganas de encontrar algo que llamara mi atención pues los últimos meses he estado un poco desganada y desconcentrada en cuanto mis lecturas. Había libros que quería: Poeta chileno y No leer de Zambra, por ejemplo, pero me contuve; no tenía sentido gastar en libros que pudiera conseguir fácilmente y a mejor precio en México. Así me encontré Intermezzo de Sally Rooney a quien nunca había leído –lo estoy haciendo ahora y, bueno, creo que no me había perdido de nada–, pero luego se me atravesaron –sí, los libros tienen esa capacidad y cualidad disruptiva– dos libros de Agota Kristoff: Claus y Lucas (Ed. Libros del Asteroide) y La analfabeta (Ed. Aplha decay). Los busqué en El Péndulo y no estaban disponibles; no en ese momento. Estaba decidida a comprar libros de editoriales que, o no se consiguen aquí o, de conseguirlos, el precio sube mucho –Libros del Asteroide de por sí son caros–. Y así hice. Después, de paseo por librerías en el Centro, entré a La Buena Vida para encontrarme con dos tomos de la colección de (h)amor: (h)amor1 y (h)amor9 amigas (Ed. Continta me tienes). Los busqué en Gandhi, en El Péndulo, en Amazon México. Era comprarlos ahí o no leerlos. Uno de estos dos títulos es para una lectura conjunta y, a su vez, está pensada para que ambas partes lectoras dejemos anotaciones al margen.
Ese es el asunto.
Una biblioteca no es el objeto individual de cada libro ahí, guardando polvo; lo que importa son los comentarios guardados en el margen. Existe esta noción casi sagrada de respeto al libro. Por un lado, están quienes se indignan, casi podrían persignarse, cuando se enteran que ciertos lectores subrayan los libros, peor si, además, osa dejar apuntes en los espacios en blanco. Pero luego estamos otros quienes no concebimos la lectura sin la anotación. La glosa concentra una cualidad casi de radiografía del lector: las ideas que surgen cuando lee un pasaje, las intertaxtualidades que detecta, el enlace entre la lectura en curso y otras anteriores que facilitan el entendimiento. La glosa ayuda a conocer al lector. Es un rito anotar y de ese se desprende otro: ir a consultar la lectura, no en el sentido de la cita del libro, sino el comentario al margen en el libro.
Existen libros, claro, que no presto por nada del mundo, y cuando he prestado algunos estos quedan registrados en mi hoja de cálculo. No es común que preste libros que yo he anotado, porque ahí se guardan pensamientos míos que solo yo visito. Pero en la mudanza eso tuvo que cambiar forzosamente. Regalé un par de libros con apuntes al margen, llenos de banderitas también, esperando que en el reencuentro pueda encontrar mis glosas acompañadas de otras nuevas. Radiografías compartidas.