Por Carolina Díaz Flores
Los avances tecnológicos influyen en nuestra vida de maneras diversas y genera modificaciones en nuestro estilo de vida así como la expectativa de vida y en la manera de morir. La bioética es necesaria para garantizar el respeto a los derechos y al goce pleno de la vida, pero también de la muerte. Normalmente, en los hospitales se consideran dos principios fundamentales para tomar una decisión en el final de la vida, en primer lugar: la autonomía del paciente (si es que sus condiciones clínicas le permiten tenerla); en segundo lugar: la dignidad (para el gremio sanitario es aún controvertido definir, qué es y cómo se preserva). Sin embargo, se debe agregar una perspectiva más: la de la liberación, entendiéndose como una entidad que puede favorecer al bien morir.
A pesar de que la muerte es un acontecimiento natural y obligado, las condiciones tecnológicas actuales hacen que suceda (en ocasiones) con mayor lentitud e incluso, por paradójico que resulte, con mayor sufrimiento. Lamentablemente, los profesionales de la salud son muchas veces formados bajo la siguiente premisa: mantener la vida haciendo uso de cualquier tratamiento, cirugía o intervención que pueda prolongarla. Sin embargo, es necesario discutir aquellos conflictos que se presentan al final de la vida, pues se deben considerar no solamente aspectos clínicos, si no desde aspectos familiares, las preferencias personales del paciente, sus condicionantes espirituales, entre otras. En la actualidad, el progreso científico ha generado que el médico tenga más opciones, para ofrecerle al paciente frente a determinada enfermedad; sin embargo, las expectativas no siempre tienden a la curación, e incluso en ocasiones, se genera mayor sufrimiento, con una mejora apenas perceptible, o incluso imperceptible para el paciente.
Es necesario hacer hincapié en la liberación, este término se refiere a que cada individuo de manera ideal, debería ser capaz de reflexionar y actuar por sí mismo, a pesar de cualquier vulnerabilidad o condición, es decir debe asumirse como el protagonista de su propia vida, es la única persona que debe defender sus propios intereses. Este término, se refiere entonces a la libertad del individuo de elegir lo que prefiera, incluso en medio del dolor y el sufrimiento, pero con una reflexión crítica, sin caer en dogmas biológicos, culturales o familiares.
En el otro lado de la moneda, se encuentran los profesionales en formación, en los que debería promoverse el entendimiento de su tarea curativa como una función de educar e informar al paciente, a partir de donde se respetan las decisiones que éste tome. Ya que con frecuencia se asume que el paciente carece de la capacidad de reconocer qué es lo mejor para sí mismo. Además, debe establecerse la aceptación de la muerte como un hecho natural, incluso en aquellos individuos que estadísticamente “no deberían” morir (por ejemplo niños, personas jóvenes o individuos previamente sanos).
Aplazar la muerte, muchas veces genera sufrimiento innecesario, pérdida de la autonomía, conflictos personales y familiares, además de incrementar los costos (económicos, familiares y sociales). La mejor decisión para una persona sólo la puede tomar sí misma, más allá de opiniones médicas o prejuicios culturales, sólo el paciente debe decidir qué es mejor para su vida y su muerte.