CAROLINA DÍAZ FLORES
La adquisición de hábitos saludables, al igual que la de cualquier otro hábito en la vida cotidiana, se ve rodeada de una serie de determinantes, algunos que los facilitan y otros que los dificultan. Una de las explicaciones habituales utilizadas por el gremio sanitario para comprender por qué una persona tiene o no hábitos saludables, es la teoría de acción razonada, la cual explica que las personas somos seres de pensamiento lógico y ordenado, que hacemos valoraciones sobre las consecuencias de determinado hábito casi de forma inmediata, por ejemplo, si fumar lo asocio con cáncer, enfermedad y muerte, y si tengo una asociación emocional fuerte hacia las consecuencias negativas, de este hábito, es probable que rechace el hábito de fumar sin demasiado preámbulo. A diferencia de si considero las consecuencias de fumar improbables o lejanas, tengo mayor riesgo de continuar con el hábito tabáquico, creyendo que sus consecuencias no llegarán a mí.
Esta teoría de acción razonada consiste en dos componentes: en primer lugar, las actitudes frente a un determinado hábito; en segundo lugar, los cambios en el comportamiento. El componente actitudinal se refiere a aquellas emociones, pensamientos y experiencias que la persona asocia a un hábito determinado, por ejemplo: si durante la infancia, el individuo era castigado a través de hacer actividad física, las actitudes que tendrá respecto a ese hábito serán negativas. A diferencia de aquel individuo que asocie, por ejemplo la actividad física con convivencia con su familia, o experiencias y recuerdos positivos, tendrá mayor facilidad para apegarse al hábito del ejercicio físico.
Por otro lado, adquirir un hábito saludable, también requiere de voluntad para el cambio de comportamiento, la cual está determinada por la cantidad de información que la persona posea respecto a las consecuencias negativas o positivas que se asocien con el adquirir un hábito en específico.
Una dimensión que está intensamente asociada tanto a la actitud como con el comportamiento es la que emocional, por lo que la autoestima juega un papel importante; sin embargo, no se debe considerar como una debilidad, sino como una condición predeterminada en cada persona, es decir, no se elige tener (o no) la capacidad de controlar lo emocional respecto a los hábitos. En conclusión, esta teoría explica por qué no es suficiente con la sola intención de cambiar un hábito, sino que se requiere que el propio contexto, tanto familiar como social, lo facilite.