Por Diego Varela de León
Nuestra nación, desde su nacimiento y transcurrir de su existencia, así como en la construcción de su formación y consolidación, ha experimentado y soportado un cúmulo de vicisitudes que gracias al temple y tozudez de sus hijos han sido superadas con éxito, aunque en el camino de los tiempos se hayan dejado profundas heridas y pérdidas de cientos de vidas de hombres y mujeres que lucharon en contra de sus opresores, por tener fe en sus ideales y esperanza en realizarlos por amor a su nación; por ello es justo que como hijos de la patria se les recuerde de manera generosa por los sacrificios que hicieron para construir una país más justo.
Porque hombres son los que hacen las revoluciones, hombres son los que forjan a golpe de conciencia sus ideales, hombres son los que luchan por la libertad, hombres son los que con su entrega en la refriega contra los opuestos al bien común y por ende a la patria merecen con infinito respeto y admiración ser recordados, ser homenajeados, pues su estatura cívica, su acendrado amor patrio y su entrega total sin cortapisas los hace grandes, sabedores en conciencia del bienestar y la justicia social, base irrefutable de la convivencia humana, productora de paz social y desarrollo de los pueblos. A cien años de la muerte de uno de los tantos revolucionarios más insignes y preclaros de la lucha por la justicia social: Francisco Villa, a quien perfectamente conscientes de que mientras más tiempo transcurre, su obra agiganta en su actitud como hombre de lucha por la justicia social, como hombre estadista, como el hombre que consolidó en la estrategia y táctica las batallas más épicas de la revolución Mexicana, trascendiendo su ideario y actitud de lucha por los más desprotegidos.
Hace un par de días para ser precisos el 20 de julio se cumplieron cien años del asesinato de un hombre tan amado como odiado, un bandolero y un bienhechor, un hombre con muchas aristas, un hombre que junto con otros tantos próceres de la patria, lucharon y marcaron la diferencia en una revolución que se hizo para acabar con un régimen de autoritarismo e injusticias plagadas de una corrupción sin precedentes y acompañada de una impunidad escandalosa, me refiero a quien en vida llevara por nombre de pila José Doroteo Arango Arámbula, nacido el 5 de junio de 1878 en el municipio de San Juan del Rio del Estado de Durango, mejor conocido como el General Francisco Villa, quien en una emboscada que le tendieron sus detractores fue arteramente asesinado el 20 de julio de 1923 en el municipio de Parral del estado de Chihuahua. Un icono de la última revolución que tuviera nuestro país, una revolución que en la idea de quienes lucharon en ella abrigaban la panacea en sus mentes, que luego de concluida esta gesta armada, por fin habría justicia y equidad, una revolución que para muchos historiadores aún está inconclusa.
Villa, el hombre imperturbable, el inconmovible, el revolucionario de la férrea voluntad, el genio que forjó su mentalidad en la fragua de su carácter, hoguera que iluminó cotidianamente en su inteligencia un querer que se agiganta y crece con los acontecimientos, una inmensa energía psíquica jamás inferior a su obra, energía inmensa en la que se funden como un crisol incandescente virtudes y defectos, todo lo que es humano, todo lo que ancla al hombre a la tierra en su aleteo perpetuo hacia un ideal. Tal fue la voluntad de Villa, que por eso da enseñanza que acrecienta la fuerza viril del alma. Un hombre que según los historiadores gustaba más de una malteada de fresa que de un vaso de licor porque consideraba que los vicios eran además de la ignorancia el mal de la humanidad.
En nuestros días el mundo vive una constante tensión entre las naciones con más poderío económico por la hegemonía del poder, y que por momentos pareciera estallar la tercera guerra mundial, donde la humanidad sabida de su propia historia no termina por entender las atrocidades que acarrea la lucha del hombre contra el hombre, y que dicho sea de paso bastante hay con las convulsiones que trae consigo la inseguridad en todo el mundo derivada por mil causas y factores que la generan como el tema de las drogas y que tan sólo con eso el propio hombre está cayendo en su destrucción, situación totalmente contraria a lo que el General Villa pensaba que era mejor una malteada de fresa que un vaso de sotol.