Primavera-Verano
A inicios de marzo fui convocada a formar parte de una partícula que nace del agua en contacto con la tierra: la geosmina. Para mí entonces era una palabra desconocida que se me reveló a través de los ojos de Sarah Goaër, una exposición viva que se transformaba día con día, que crecía y decrecía conforme pasaban los amaneceres. Supe entonces también del ginkgo y su resiliencia, los brotes de vida existían incluso entre las hecatombes y la destrucción se abría entre las hojas perennes de aquello que se resistía a morir. Sarah nos contó sobre la supervivencia de las hojas después de la explosión nuclear en Hiroshima, todo moría, excepto la esperanza transfigurada en ginkgo. Verónica G. Arredondo tomó mi mano y me llevó a las puertas de una instalación que nos invitaba a dialogar con las hadas, con los duendes y con la naturaleza. El mar de la infancia en los ojos de Sarah, los oráculos y mensajes a través de los haikús compartidos como una miga de pan con Verónica y la existencia misma enseñándome que también yo podía sobrevivir a mi propia hecatombe.
Geosmina para mí se convirtió también en una cueva donde me pude guarecer de la lluvia interna, dejando que de mis poros naciera el petricor y se propagara sin apagar la luz de mi veladora. Escribí los haikús una noche turbulenta, al regreso a casa después de un autoexilio: sólo estábamos mis palabras, mi gata y la llamada de emergencia de un amigo que ya no habita, pero que continúa con el acompañamiento de una manera un tanto extraña. Verónica escribió los suyos invocando a los seres feéricos, también fijando sus propias metamorfosis, ambas veníamos de una racha compleja, ambas habitábamos en la pequeña casa del horizonte que colgaba de una rama en la Casa Municipal de Cultura de Zacatecas.
Sarah nos habló de su madre, de sus horizontes y el clima de su hogar, hogar se convirtió en una palabra constante porque, aunque no lo sabíamos, pronto también nosotras nos convertimos en pequeñas llamas que alimentaron un horno para que salieran más placas de cerámica, el café por la mañana fue pretexto para hablar de trabajo y acompañarnos, el vino se mezcló con los procesos y de pronto ya había nacido el final de la primavera, pero por ende el inicio del verano: culminaba la primera temporada, pero nuestra amistad tenía ya la fortaleza de la roca.
Otoño-invierno
A inicios del otoño creí que mi propia partícula estaba muriendo, no sabía entonces que algo muere para que el ginkgo brote, de entre el fuego, de entre la destrucción y la tierra ceniza, casi infértil. Las palabras tardaron más esta vez en llegar, pero una vez masticadas florecieron en hojas amarillas, con sabor a canela y mandarina. Brotaron nuevos pétalos de entre nocturnos y veladoras, de la lluvia interna nacieron máscaras, lechuzas y vuelos a media noche. La constante fue que también nacieron en una noche de tormenta y fuego. De las manos de Sarah se compartieron los conocimientos de la hechura y el amor por el encaje, modelo de pasta y tinta que salieron del interior a la belleza del mundo tangible: el sueño de la transformación, lo que permanece no puede ser igual.
Del proceso aprendí que una comparte donde siente el llamado del fuego, donde una encuentra la hoguera ya no sale porque también la familia puede crecer en distintos bosques y porque de la palabra, en verso y chisme, queda el amor de ver crecer las distintas ramas y follajes de los ojos de Sarah, de la lengua de Vero, de las falanges de ambas que dan arte y amor, que hacen que una reunión de trabajo pueda sentirse tan cálido como un sorbito de té de canela.
Geosminas, Geosminettes, ahora es el nombre que nos enmarca en una pequeña polaroid que nos regala la nostalgia y el pasado, una fotografía hecha tres y que nos deja la gran enseñanza de elegir renacer porque en otoño no se muere, en otoño es la maduración, como dice Vero, y hoy a inicios de esta estación recolectamos lo que hemos sembrado durante el paso de este año: resiliencia, amistad, familia y el renacimiento de cada día.
Les invitamos a colocarse sus botas de lluvia, el impermeable es opcional, muerdan una mandarina, beban un poco de canela, curen un pulquito con cempaxuchitl y, sobre todo, despierten el sentido del olfato: el olorcito a tierra mojada está aquí, alrededor de nosotras y nosotros. No olviden visitar la exposición viva en el nido: las instalaciones de El Rey Chanate, que amablemente nos invita también del fogón del hogar. ¡Larga vida al Rey Chanate y a las Geosminettes!
No lo olviden ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero