Comentarios del libro Jesús González Ortega. Notas y cronología para un lector de tierra adentro de Marco Antonio Flores Zavala (Zacatecas, Edición de Héctor Pedro González Ortega, 2024).
CARLOS ERNESTO AGUILERA ARELLANO
Marco Antonio Flores Zavala me pasó un borrador de este libro hace bastantes ayeres y he de confesar que para ese entonces sólo revisé a vuelo de pájaro el contenido de ese texto. Ahora, regresando a ese borrador y comparándolo con la obra impresa que hoy nos reúne, noto que conservan algunos temarios y títulos, pero reformulados y reescritos, los cuales terminan en el producto total. No puedo negar que me da un tremendo gusto por fin ver materializada esta nutrida investigación y haber tenido el privilegio de poder leerlo ahora con un mayor bagaje propio y entendimiento.
En su primera presentación, el autor señaló que el libro tiene un carácter positivista, es decir, fiel a las fuentes primarias que se le presentaran, siendo la misma introducción del libro la que advierte al lector que es un libro cronológico y corresponde con la exhaustiva búsqueda documental realizada por el autor. Aun así, fiel a su estilo, Flores Zavala logra hacer que Jesús González Ortega, notable político y estratega, pero aún más sobresaliente lector y escritor, hable por sí mismo, adjuntando una nutrida cantidad de anexos donde podemos leer su voz, dando fe de sus opiniones políticas, sus creencias, el amor que sentía hacia los suyos, y su enorme bagaje cultural.
Ésta no es una biografía acartonada, ríspida y cerrada, pues ante la avalancha de datos, el autor deja que el teulénse hable por sí mismo a través de sus propias letras. Considero que esta podría ser una biografía definitiva, similar a las proezas historiográficas que Friedrich Katz hizo con Pancho Villa y John Womack hizo con Emiliano Zapata. Más no es la intención del libro, el título lo indica que se conforma sólo de notas y una cronología.
Una de las virtudes del texto es que no sólo contextualiza la vida de González Ortega y su círculo citadino cercano a las regiones del sur de Zacatecas, sino que a la par contextualiza con notas lo que pasaba en un plano nacional que se relacionaban tanto directa como indirectamente. En opinión propia considero que aporta este libro, es una eficacia de la pluma del autor ya que logra encontrar acontecimientos fortuitos y relacionarlos con el personaje de estudio, como cuando Agustín de Iturbide, una vez triunfante con el Ejército Trigarante, se hospeda en uno de los palacios del conde de San Mateo, el dueño de la Hacienda de San Mateo, y coincide que la familia González Ortega es habitante de la propiedad, es cuando Jesús se encontraba en el vientre de su madre.
La estructura de la investigación, como el título lo indica, es cronológica y los recursos de las constantes líneas del tiempo y cuadros de personajes importantes guían al lector en el ejercicio de comprensión espacial y temporal, ya que ayuda a recordar donde estaba posicionado González Ortega y que ocurría a sus alrededores; además con este formato es posible apreciar el auge de su ascenso de ejercer una ciudadanía responsable hasta su relevancia en el plano local y nacional. Un ascenso prominente, supongo, el haber sido saludado como un locatario vendedor de manteca a ser considerado como candidato a la Presidencia de la República.
Gracias a los anexos que Flores Zavala rescata y expone, es posible leer algunos textos de la autoría de Gonzáles Ortega, que como mencioné previamente permiten conocer parte de la voz del biografiado. Me permito opinar como al ser un hombre de letras, ávido lector, orador, vendedor de manteca, suscrito a varios suplementos culturales, Jesús González Ortega llegó a impregnar su escritura de atisbos del movimiento romántico, que para mediados del siglo XIX ya se había instalado en las esferas más privilegiadas no sólo de la capital zacatecana, sino de las provincias más provincias, como lo fue el Teúl y las regiones de Tlaltenango, como se puede leer en el texto titulado A mi Merced. Me permito citar:
«Era la una de la noche, la bóveda celestre estaba cubierta de espesas nubes, la población se hallaba entregada a los brazos del silencio, la naturaleza todo parecía dormir, sólo se escuchaba un canto lúgubre del búho en un derruido campanario, y de vez en cuando, a la incierta luz de un fosfórico relámpago, se dejaba el templo, como uno de sus castillos góticos de la Edad Media donde tienen lugar las nocturnas escenas de los trovadores, y que hoy, crecidos y cubiertos de musgo, cuál monumento que ha respetado la mano de los siglos divisa el viajero en una solitaria llanura en lo vacilante de las estrellas.»
El romanticismo fue una corriente cultural originaria de los círculos privilegiados de Alemania e Inglaterra que ponía a los sentimientos y la percepción estética sobre la Razón y los paradigmas del movimiento Ilustrado, o dicho en palabras, dejaba hablar una vez más a los hombres de su sentimentalismo antes que su raciocinio. Esta corriente llegaría a los todavía dominios de la Nueva España a finales del siglo XVIII, pero se cimentaría en los círculos privilegiados de la posterior república independiente a lo largo de todo siglo XIX.
En opinión propia, teniendo como base las letras públicas de González Ortega, éste fue parte de estos primigenios personajes divulgadores de la esfera zacatecana que hicieron públicos sus sentires cuando todavía en la prensa había un predominio del conservadurismo y temáticas que se presumían ser objetivas y razonables. Pero como Marco señala, la corriente positivista indicaba que la instrucción de las letras era el camino que el ciudadano tenía que seguir para educarse y reformarse. Me permito citar otro texto para tratar de ejemplificar la idea del sentimentalismo de González Ortega:
«En horrido quebranto, en triste desconsuelo, el mexicano suelo gemía su esclavitud. La noche pavorosa de tres siglos termina, y una aurora divina asoma en su capuz. Despuntan en Dolores sus luces matinales, sus luces celestiales, la luz de la libertad. El hachón de la guerra enciende con bravura, humilde anciano cura y valiente a la par. Impávido y sereno reta al monarca hispano…»
Esta fue una poesía leída en la plaza de Tlaltenango en el año de 1855.
Con estos fragmentos, para mí hay una corazonada que indica del posible espíritu romántico en González Ortega. Como ejemplo, hablar y reflexionar de la noche, revalorizar la Edad Media, describir la Naturaleza con auras divinos, retomar el pasado, son temáticas literaria y sensible que se popularizan durante el Romanticismo. Decía Vicente Quirate, los poetas inventaron la noche, o lo que viene siendo lo mismo, aprendieron a vivir en ella. En estas poesías oradas públicamente y en otros escritos puede notarse esta influencia literaria, sobre todo cuando había que describir a la patriótica Zacatecas.
«El cuadro que presenta la hermosa Zacatecas
está lleno de encanto, de magia, de porsia;
es un pueblo que ardiente con bélica osadía
levanta entre los fuegos un canto celestial.
Es el himno divino que entonan mil valientes,
es la sublime ofrenda que dan a la victoria:
los libres han triunfado […]
el aura de la gloria, pregona por doquiera su civismo y valor.
El capuz de la noche desgarrado se oculta a la luz matutina que brota en el Oriente…
Un destello de Febo, un rayo refulgente alumbra a los tiranos,
y alumbra al vencedor…»
Himno patriótico divulgado el 17 de agosto de 1855
Sobre el Diario apócrifo (apartado dentro del libro), comento: no es difícil encontrar algunas tenues similitudes con otros célebres diarios como el de Kafka que ronda los años 1910−1923. En ambos boletines personales los autores escriben sobre sus compromisos literarios y periodísticos, describen personajes desagradables −como la esposa del Licenciado Rodríguez que para septiembre de 1851 irrumpió un viaje a la capital de Zacatecas en un tono de intromisión y parlanchín que molestó al señor González Ortega, así como anécdotas cotidianas y el sentimiento generado por las pérdidas familiares. En septiembre 14 de 1950, González Ortega escribía “Murió mi madre. La muerte es diferente cuando ronda cerca de uno.” Quiero dejar claro que en esta opinión sé que guardan proporciones en esta comparativas, pero aun así considero inevitable encontrar días y pasajes similares a los que experimentaron Kafka y González Ortega y, por supuesto, a él no pretendo definirlo como un personaje kafkiano, pero sí señalarlo como un personaje sensible que le afligía y le afectaba lo que ocurría en un plano nacional sumado con el de su entorno familiar. Pero bueno, esta opinión podría tomar sentido sólo si es que este diario apócrifo puede considerársele como verídico. De igual forma quedan sus notas y artículos donde podemos leer su voz.
Merced a la lectura de Jesús González Ortega. Notas y cronología para un lector de tierra adentro es posible vislumbrar las polaridades de este personaje decimonónico que en vida fue saludado como un vendedor de manteca de cerdo, un cronista escritor, poeta orador así mismo rememorado como un jefe político defensor ante los bandidos que azotaban al Teúl y finalmente consolidado como postulado a presidente de la república.
Considero que estudios como éste sirven para revalorizar la vida y obra de personajes locales, que guardan vidas extraordinarias no sólo por las proezas que ocupan las glosas históricas conmemorativas, sino también por lo cotidiano, como la de este lector de tierra adentro que hoy nos reúne. Este libro normaliza la vida de González Ortega, lo baja de su pedestal que decora la avenida que lleva su nombre y lo reafirma como un hombre común, nutrido en letras que por su ascenso como ciudadano civil tomó las armas y medios de comunicación, es decir, los periódicos, y logró hacerse gobernador en dos ocasiones – por la forma interina y por la vía constitucional, posteriormente ministro de Guerra y finalmente presidente de la Suprema Corte de Justicia y a un paso de ser sucesor presidencial de Juárez. Finalmente, perseguido y encarcelado, su vida pública terminó como comenzó, con un Jesús González Ortega asiduo de sus libros y ferviente lector.
Para cerrar este breve comentario, quisiera agradecer al Dr. Marco dos cosas: una por su férrea defensa de suprimir la J sobrante de Jesús González Ortega que se plantaba como innecesaria en los comunicados gubernamentales oficiales y la otra, recordarme el valor histórico de las cronologías y cómo son recursos fundamentales para la comprensión no sólo de personajes individuales, sino de sucesos de grandes magnitudes.