Por: Sara Andrade
El ser humano no es el único ser vivo del Planeta Tierra que erige edificios. Las termitas australianas, por ejemplo, viven en complejos habitacionales impresionantes, construidos de tierra y saliva, que llegan a alcanzar los 3 metros de altura. Alzan sus termiteros hacia el cielo, en busca de protección ante la crudeza de la sabana del Cabo York. Es pura supervivencia en su caso: al habitar un territorio tan salvaje como el de Australia, no solo el más fuerte sobrevive, sino el más creativo.
Lo que sí podemos decir del ser humano, entonces, es que es el único ser que construye nada más porque sí. Estatuas, obeliscos, esculturas cromadas en forma de frijol, niños dioses con cara de Phil Collins, etcétera. Entonces pienso, sin necesidad de dar muchos saltos, en la última tendencia zacatecana de querer crear al monumento más grande e improbable y colocarlo en centro de un municipio en proceso de hacerse fantasma. ¿Residirá ahí, precisamente, la necesidad de levantarlos? ¿A falta de personas, que nos habiten gigantes de cemento e in?
Según algunos historiadores del arte mencionan que las estatuas más antiguas son de un rey de Mesopotomia, un tal Gudea de Lagash quien, hace más de 4 mil años, decidió que no quería ser deidificado en vida, como era la costumbre con los reyes de esa época, sino que prefirió que se le construyeran cientos de pequeñas efigies que inscribieran su nombre en la diorita de la cual salió su imagen. Dos docenas le sobreviven en la actualidad: Gudea de Lagash ahora vive sentado en el Museo de Louvre. No hubo necesidad de hacerse dios para que la piedra caliza lo hiciera inmortal.
Por otra parte, en Zacatecas siempre ha vivido la fascinación por los pequeños niños Jesús de porcelana, sentados en sus sillas doradas de plástico. En Plateros, Fresnillo vive el famoso y milagroso Niño de Atocha. En Tacoaleche, Guadalupe, vive el Niño de las Palomitas. Mis vecinos de la colonia, también, veneran a un Niño Doctor. Toda la vida viví con su presencia en las pupilas: pequeño, cabello como una bola de helado de chocolate, una pequeña bata blanca y un estetoscopio colgado, siempre rodeado de nardos y margaritas.
No puedo dejar de maravillarme como, en medio del caos y de la violencia del narcotráfico, las advocaciones de Jesucristo han crecido en tamaño, como los dinosaurios de esponja en agua: ahora tenemos el Niños Dios de Zóquite, con sus 6 metros y medio de tamaño. También el Cristo de la Paz de Tabasco, que mide 33 metros, un metro más que el Cristo Redentor de Brasil. Las últimas noticias dicen que, los contrarianos, quieren construir una Santa Muerte monumental, también. Que la impronta tenga el tamaño del daño, dicen los creyentes; que los santos sean tan grandes como el terror, quizá así puedan vencerla.
Así que podría construir otro aforismo, a partir del espectáculo de nuestra tierra: los zacatecanos son los únicos que construyen estatuas gigantes para sobrevivir.