MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
¿Qué me ha enseñado el simple hecho de ser? Sin duda, soy completamente incapaz de decir lo que soy, Y tendría que ser muy presuntuoso si a continuación pretendiese seguir siéndolo, permanecer. Incluso en el yo soy, ya el mismo yo me parece bastante insostenible
P. Q. Carus
Como lectora, tanto si un autor o autora me gusta, como si no, me comprometo a leer más de dos de sus libros y, preferiblemente, lo hago sin dejar mucho espacio entre medias para no perder el hilo. Me gusta tener suficiente bagaje sobre ellos para poder formarme un criterio, un libro entre una obra de más diez, por ejemplo, no me parece una muestra representativa; así que intento leer al menos cuatro libros para poder hablar de la escritura de un autor, para poder empaparme de su poética, sus intereses y obsesiones, sus recovecos íntimos, sus pensamientos. Así lo he hecho en muchas ocasiones: Nettel, Enríquez, Quignard, Hrabal, Zambra, A. E. Quintero, Pozzi, Merini, Rivera Garza… La más reciente, Vivian Gornick.
Mi historia con Gornick inició en la Pandemia. Mis amistades de la carrera, en especial G. y R. me había recomendado con apremio Apegos feroces. Y, claro, en el 2020, qué otra cosa podía hacer que comprar y leer libros. Así que lo pedí a El Péndulo. Cuando llegó, acompañado de otros libros más, empecé a leerlo, pero no me atrapó. No sabría decir bien qué pasó, pero recuerdo que no fui más allá de las primeras treinta páginas: no retenía nada de lo que estaba escrito y nada me conmovía o emocionaba o provocaba absolutamente nada. Así que lo cerré y lo acomodé en el librero. Un año y medio después, cuando llegó el momento de empacar, seleccionar libros que vendería, otros que dejaría en mi librero en México y los que me acompañarían en mi viaje, elegí Apegos feroces y lo apilé en el grupo de libros que decía “Madrid”. Si el 2020 no había sido el año indicado para leer a Gornick, esperaba que el 2021 lo fuera. Y sí. A partir de una materia del máster, Escrituras de la intimidad, fue que decidí darle una oportunidad, y lo que encontré me gustó: la sobriedad –a veces pareciera que distante– con la que relata el estira y afloja entre su madre y ella, pero también el tratamiento con respecto al Amor, ese gran imperativo; y, luego, la escritura y el Trabajo, el escritorio como su espacio de salvación.
En las librerías me encontraba con las siguientes ediciones que sacó de ella Sexto Piso: Cuentas Pendientes, La mujer singular y la ciudad, pero sentía que no era momento de entrar en ellos; y luego, en septiembre del año pasado, me encontré con un título suyo que no había visto: Mirarse de frente. Me lo llevé. Lo devoré en apenas un fin de semana. Y seguí con La mujer singular y la ciudad y El fin de la novela de amor. Ahora, acabo de iniciar The Situation and the Story: The Art of Personal Narrativa.
Vida interior. Experiencia. Consciencia. Vacío. Soledad. Amor. Trabajo. Estos son los grandes conceptos de donde surgen las preguntas, obsesiones e intereses medulares en la escritura de Gornick. Sí, se siente repetitiva las más de las veces, pero creo que fue Lydia Davis la que escribió en The End of the Story que hay escritores y escritoras que pasan toda una vida escribiendo la misma obra para intentar desentrañar algo profundo sobre sus experiencias. Esa es Gornick. Ya en Apegos feroces escribía: “La vida es difícil: es gloria y castigo (…) La soledad me devora por dentro”, pero ese devoramiento se difuminaba en el meollo del libro: la relación con la madre. Después, en los siguientes libros, esa soledad, esa vida voraz que de no ser vivida se convierte en un animalito enrabietado, que a decir de Woolf si te pesca desprevenida se abalanza sobre ti, es el eje principal en su escritura. Si hubiera un imperativo, sería el siguiente: Hay que hacerse una vida.
Cesare Pavese lo dice también. En una carta a Fernanda Pivano (no mentiré, el hecho de compartir nombre con la destinataria hizo que resonaran más sus palabras en mí), Pavese le reprende: “No entiendo cómo puede estar tan mal ahora que sabe que puede trabajar nueve horas al día y, por tanto, casi mantenerse por sí sola. ¿No había aspirado siempre a la independencia? A no ser que le ocurra como a todos: una vez conquistada, no se sabe qué hacer con ella (…) Constrúyase una vida interior –de estudios, afectos, intereses humanos que no consten solo de «conseguirlo» sino de «ser»– y verá cómo la vida tiene un significado” (el énfasis es mío). Gornick, en distintas ocasiones, da la misma orden, pero no indica cómo. Se limita, no obstante, a señalar los riesgos de no construirla: el vacío, la vida mediocre, la vida no vivida, la soledad que entonces sí muerde y araña y lastima. Pero no dice de qué consta esa vida interior, no explica por qué unos y no otros acontecimientos sí se convierten en experiencia, no dice cómo equilibrar la balanza, pero habla de la necesidad del equilibrio, dice que el Amor Romántico ha muerto –casi como las grandes verdades han caído en la posmodernidad–, pero no dice qué ha de sustituirlo. Pavese, por lo menos, da tres indicaciones, de las cuales las primeras dos parecen ser muy claras, pero nos mete en aprietos con la tercera: afectos humanos que no consten solo de «conseguirlo» sino de «ser». ¿Ser qué? ¿Ser para quién? Y, peor, ¿cómo ser? ¿Acaso no ha sido el ser una de las principales y cruciales incógnitas de la filosofía? Hacer y tener parecen juego de niños cuando los anteponemos ante el problema de ser, de encontrar a ese yo que se nos oculta constantemente.