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DORALI ABARCA
Historia y geografía del director chileno Bernardo Quesney no es simplemente una película sobre el teatro o la memoria; es una crítica incisiva al uso superficial y capitalizable de la cultura, una sátira que expone la desconexión entre el arte institucionalizado y las realidades históricas de los pueblos originarios. A través de la mirada de su protagonista —una actriz chilena nacida en el seno de una familia artística e intelectual—, se despliega un retrato complejo de la identidad mestiza, de las herencias ideológicas, y del desconcierto que produce intentar hacer arte “comprometido” desde una postura cómoda y hegemónica.
La protagonista carga con el peso simbólico de su linaje: hija de un escritor revolucionario y hermana de una activista que, a su modo, también desafía el orden. Su herencia es tanto un privilegio como un obstáculo. Su tarea es montar una obra de teatro escrita por su padre, pero adaptarla a los tiempos actuales implica más que una simple actualización estética: requiere una confrontación profunda con las realidades sociales y políticas que la rodean, y para las que no está preparada. Aunque parte de un deseo de homenaje, el proceso se convierte en un espejo incómodo que refleja sus contradicciones internas.
Uno de los nudos temáticos más potentes del filme es la forma en que la protagonista romantiza y estereotipa a los pueblos originarios. Ignorante de sus luchas y de las implicaciones históricas que las atraviesan, recurre a recursos visuales y narrativos vacíos, incluso ofensivos: decide, por ejemplo, utilizar actores haitianos para representar personajes mapuches, sin detenerse a pensar en la violencia simbólica de esa elección. Esta acción no sólo muestra su desconexión, sino también la forma en que la cultura oficialista ha construido un espectáculo a partir del dolor y la resistencia de otros. El teatro, como se expone aquí, se convierte en una herramienta más de exotización, en lugar de un espacio de diálogo real.
El personaje de la hermana cumple un papel fundamental en este proceso de confrontación. Desde su propio mestizaje, ella también está atravesada por contradicciones: reproduce prejuicios hacia las lenguas indígenas, pero al mismo tiempo representa una conciencia crítica frente al arte como industria. La tensión entre ambas es el reflejo de un país fracturado, en el que las memorias son selectivas y las representaciones oficiales se imponen sobre las voces comunitarias. Es esta hermana quien constantemente pone en tela de juicio el proceso de la protagonista, haciendo de cada encuentro una oportunidad de deconstrucción (o de conflicto).
A medida que avanza la película, la protagonista recorre los barrios chilenos que fueron testigos del legado de su padre. En este andar, se encuentra con una diversidad de personajes que, sin pretensiones intelectuales, le ofrecen lecciones sobre el verdadero sentido del arte, del teatro y de la pertenencia. Estos encuentros son, a la vez, pedagógicos y desestabilizantes: ella aprende, pero también se ve obligada a desmontar la idea que tenía sobre su propia vocación.
La sátira que propone Historia y geografía no es menor. A través de un humor ácido y una estética que por momentos roza lo grotesco, Quesney logra ridiculizar el modo en que los gobiernos han vaciado de contenido político a las prácticas culturales, haciendo del arte una herramienta de espectáculo patriótico. La televisión, como símbolo de memoria colectiva vacía, se impone sobre el pensamiento crítico. En una de las líneas más incisivas de la película, se dice: “la historia de la escuela era poesía, cuentos, ficción, pero nunca fue historia”. Con esta frase, se expone cómo se ha construido una narrativa nacional que oculta, romantiza o simplemente borra los conflictos estructurales del país.
La protagonista, que antes participaba en programas televisivos de entretenimiento superficial, debe enfrentarse al hecho de que el capital cultural del que proviene no garantiza una mirada crítica o ética. La película denuncia, sin moralismos, cómo los privilegios culturales también pueden producir una ceguera ideológica. No se trata de renegar de ese capital, sino de reconfigurarlo, de reconocer los límites de la propia perspectiva y buscar otras formas de hacer, de aprender y de representar.
En definitiva, Historia y geografía es una propuesta cinematográfica que incomoda y sacude. Es una sátira profunda sobre la identidad, la cultura y el arte como vehículo de ideología. Nos invita a cuestionar el rol de los creadores en la representación de las otredades y a reflexionar sobre cómo, incluso con las mejores intenciones, podemos caer en las trampas de la hegemonía. Una película imprescindible para quienes piensan el arte no como un espectáculo decorativo, sino como una posibilidad de transformación social.