VIANEY GUZMÁN
A mi patio llegaban amistosas las campanadas de la iglesia, seguidas por los cuetes que tantas veces dibujaron el cielo de mi romántica provincia.
Imaginaba las manos quemadas por el sol y agrietadas por el tiempo del hombre que encendía la pólvora. El canto lento, que se arrastraba perezoso de las gargantas de las mujeres que daban inicio a la procesión.
Mientras tanto bajo el pirul mi madre contaba todo aquello que debe contarse. En su relato aparecía ella siendo niña, corriendo veloz en el campo con sus hermanos. Comiendo vaciladoras, una especie de caramelo duro, delicia a devorar en minutos según mi madre.
El atole blanco acompañado de piloncillo que mi abuela repartía por igual al montón de chiquillos.
Al contemplarla sonriente evocar su infancia, celebraba en el corazón su dicha, mas no podía evitar pensar en mi infancia, tan opuesta a la suya, tan llena de vacíos. Tantos rincones, tantas paredes, tanto silencio.
Fui por años fiel a mi condición, la niña callada contemplando al mundo como un cristal multicolor que lo reflejaba todo menos a mí. Guardé tanto tiempo las paredes, los rincones, los silencios.
Una vez más las campanadas, esta vez no tan amistosas, pero sí confidentes, pues han sido el tic tac de mi soledad en una antigua casa de provincia. Mi madre acaba su relato, ella no parecía notarlo, pero algo en mí estaba decidido, algo en esa escena familiar había cambiado para siempre.
Han pasado años desde que partí. Aquí ya no está mi madre ni sus relatos, a mi encuentro vienen las campanadas. En el jardín, la sombra del pirul ha girado tantas veces, buscándose desesperada, una angustia irremediable la ha poseído, viaja incesante como las manecillas de un reloj que no encuentra fin al tiempo. La compadezco, entiendo su soledad. A diferencia de ella, yo voy girando en otra dirección. Hoy no soy la misma, hoy rasco con fuerza esa costra que es la infancia, libero así años de soledad y silencio.
Volando van las memorias como translucidas mariposas, escapan ya de la cueva de mi mente.
Detrás de ellas como aparición fantasmal emerjo de pie, con mi uniforme escolar, mi diadema roja, lápiz en mano y mirada profunda, sé bien que lo que fue, ya no es más. Al fin puedo descansar, doy el primer paso y salgo de la cueva junto a ellas.