EUNICE CERVANTES
Tengo un crush con James Joyce. Lo he imaginado leyéndome algunos de sus poemas a mi oído, mientras le sostengo su sombrero y aliso su bigote. Qué maravilla poder escucharlo con estos versos que me dedica en nuestro date: “Why then, remembering those shy / Sweet lures, repine / When the dear love she yielded with a sigh / Was all but thine?” O estos: “Around us fear, descending / Darkness of fear above / And in my heart how deep unending / Ache of love!” de sus Poemas manzanas. Qué ritmo de su voz, qué extraños golpes en los versos, qué complicadas palabras para poder decir algo tan simple, tan fácil que es enamorarme con poesía. Mis sentimientos hacia él llegaron al clímax cuando descubrí un video en Youtube leyendo el “Eolo”, la parte 7 de su Ulises en 1924 (https://www.youtube.com/watch?v=ZhW0TrzWGmI&t=13s). Sí, su voz de irlandés por fin desentrañada en mi subconsciente. Desde entonces todos sus libros los leí con su voz.
Mi amor por Joyce creció al descubrirlo en el cuerpo ficticio de Stephen Dedalus, en su Retrato del artista adolescente, la lucha de su autor-personaje contra las convenciones de la sociedad burguesa; rebelde, guapo, bien vestido y con un parche en el ojo. He caminado Dublín tomada de la mano con él, conociendo las historias de una chica que abandona sus planes de fugarse con un marinero; nos adentramos, también, en la celebración navideña y las meditaciones sobre el sinsentido de la vida de Gabriel Conroy, tras una revelación sentimental de su mujer. Estas historias Joyce me las fue contando un 16 de junio de 1904, mientras intentaba declararme su amor y prometerme tener dos bellos hijos. Esta obsesión ingrata no se detiene para nada, ya que mi historia con él pudo haberse escrito en Exiliados, entre ese cruce amoroso entre parejas, pero en nuestro caso un amor que se sabía, pero no había manera de declararlo. Así es, tengo un crush con James Joyce.
¿De qué manera puedo desentrañar este loco amor? Puedo leer Finnegans Wake, de principio a fin, y esa marea de lenguaje es como su voz cruzando el espacio-tiempo para llegar a mi oído, como si fuera Anna Livia Plurabelle y dijera sí en cada momento en que lo siento cerca. ¿Es malo estar enamorada de James Joyce, del autor que todos hablan pero casi nadie lee o comprende o intenta comprender? Así es el amor, aquello por lo que estamos dispuestos a hacer para sentir cerca al ser amado. Cada que abro un libro suyo me enamoro, así como yo ahora al leer Música de cámara y escuchar de su voz decirme que le gustaría estar en mi dulce pecho donde ningún ruido lo visitaría, asimismo cuando afirma que mi voz estaba a su lado, “porque dentro de mi mano tenía / otra vez tu mano”. De esa manera caminamos por Irlanda o Italia, como marido y mujer que se escriben cartas cochinas. ¿Quién iba a pensar que a aquel autor de dos ensayos sobre la influencia literaria universal del renacimiento y sobre Dickens le importara tanto el amor y el placer?
Sí, tengo un crush con Joyce y no puedo parar de imaginarme estar en un manicomio y que él fuera a visitarme, que no hubiera nadie en el mundo a quien le interese más. Y me llame Lucía y sea una increíble bailarina de su tiempo. El amor que se profesa a un autor puede sobrepasar las barreras de la ficción. Te veo ahora, Joyce, a través de tu retrato que tengo en mi escritorio y una voz de dentro, muy marcada como lo es el irlandés, me dice que me ama y que, en otro mundo, pronto tendremos nuestra propia odisea por Dublín.
Recuerdos e invocaciones de Sandymount (infografía)