
II
Puño y piedra
El agua pierde su forma
La dificultad en el escenario es sosegar la simetría solitaria.
III
Irrumpir el hormiguero, escupir la tierra, la venganza engendra una tela de seda, un agobio y una joven princesa
El cuerpo está tejido con oro, enjambre letrina angustiosa
El cuerpo es una jaula arada, una corona de espinas
Nacer
Evadir un oráculo
Suscribir la bandera
Esculpir al hombre como esclavo
Labrar la piedad con un látigo.
Este es tu entierro, tu sentencia, el violín sobre tus huesos
Este el imán lamiéndote los polos, el lugar que ríes, el andamio a tu muralla, tu fatiga.
IV
Soy el barco, la roca lejana donde encalla el misterio y la herida.
Ayer el suplicio ciñó un retrato hablado, el quehacer del silencio enclaustrado, el gemido de un tiempo sin nombre, el estandarte en la serpiente.
Soy el dolor un canto marchito, un verso titubeante forjado en obsidiana, una punzada en el tuétano.
Soy el carbón y la cólera, las venas del bárbaro, el sepulcro de un caballo, tu obituario.
Soy tu pecado, un nido miserable, la oratoria de un árbol, el discurso de un infante.
Soy la cadena perdida y una flecha, la ignorancia nocturna ave que entra por la médula, el gen del hombre, el pez, el último astro, tu sangre, lo que eres.
V
Tiembla como un horizonte en la caída del meteoro, tiembla como un párpado a la centella, como la tierra al sentido del gato. Tiembla.
Vuelve a la muda de la reina, al circo y su cabellera, vuelve al lecho moribundo, a la isla donde tu cuerpo se recubre de velas, al barco en anclas, a soltar amarras de palomas blancas. Vuelve.
Escribe tu nombre,
una nota como un himno de guerra,
una palabra agitada en un viacrucis,
una sinfonía una cruz una torre,
una estrella una pirámide,
un templo un pecado,
una sentencia una profecía,
el ojo derecho y un zodiaco,
tu alcoba,
tu abrigo,
tu diamante,
tu olvido.
Tú, Escribe.
VI
Te arrodillaste como un asesino mientras escuchabas la voz y tu culpa.
Clavaste tu ataúd a los pies de nuestra reina.
Te arrodillaste y recibiste la espada, el yelmo, un manto.
Diré sólo una palabra para reconocer tu desencanto, un silencio incestuoso para forjar un trono.
Destruiré tu lengua, tu torre sin nombre. Te colgaré de un campanario para mirar las manecillas que son polvo. Describiré un buque y un horizonte circular, el rugir de una montaña donde sepultarás tus propios dientes.
Te arrodillaste con clarines y estatuas expiatorias, supiste reconocer el castillo, al criminal y sus vestigios.
Te arrodillarás ante el palo mayor, al asta, a la guillotina.
Correrás sin rumbo cobijada a la escarcha, jugarás con las ruinas de un huevo solitario, moldearás al hombre y a sus diosas, moldearás el barro caníbal que no amarga.
¿Comerás de alguien el vino y la ostias?
¿Comerás de alguien el hierro y la pereza?
¿Comerás de alguien la envidia y la belleza?
Comerás de ti, del miedo, de tu misoginia.
VII
Pesa la miseria, los gritos del hambre son caricias a tu pelo, una plegaria a tu inmundicia. La lluvia,
aquel pedazo de lágrima llevándose la zozobra.
Tus ojos castaños el tribunal y la injusticia,
aquel faraón quien recibió la flecha.
Allá afuera los jardines se llenan de balas, de cartas y comodines.
Allá afuera los sueños son terrones de pan en la hoguera, se desperdicia la carne y los granos de sal, se desperdician los tambores, los redobles y sus pétalos.
Allá afuera los alaridos son estrellas, cometas en chorros de agua.
Allá nuestros hijos sembrarán luciérnagas, jamás recogerán diamantes.
Allá afuera cada palabra navegará una moneda, una miseria. Allá afuera los perros por cada ostra renacerán un presagio un huevo que es ave, unas plumas que serán fuego.
VIII
No dijiste ninguna palabra,
tomaste la primera muda y tu barca.
Recogiste los ecos petrificados en las ventanas,
ya en altamar sudaste las alergias de nuestros gatos.
Al virar el timón lanzaste un aliento congelado,
la gema y la cobija,
deletreaste el entierro,
la espada, la telaraña, tu último ovillo.