Enrique Garrido
Un reportero, en el momento en que la oscuridad del día era la protagonista, logró lo impensable: opacar un eclipse. Durante su narración del fenómeno astronómico del pasado 14 de octubre de 2023; contagiado de lo que él denominó un “éxtasis”, espetó lo siguiente: “Usted no dude, salga y miré al cielo…”
En un claro error de anatomía, los ojos no cuentan con un umbral del dolor, al contrario de la memoria. De este modo, si miramos al sol, o al eclipse, no nos dolerá hasta que ya sea tarde, pues los parpados, como el corazón, no detectan que algo nos está dañando. ¿Cuáles son los peligros de mirar fijamente al sol? Puede causarnos pérdida total de la vista, o la conocida como retinopatía solar, cuyos síntomas son la disminución de la agudeza visual, cefaleas y alteraciones como manchas. Quizá esto le pasó a Ícaro, pues el astro rey cuenta con 4.603 miles de millones de años de experiencia en el arte del engaño. Por eso no hay que ser confiado, no hay que pensar que somos más listos que una gran estrella.
En enero de 1991, en Pittsburg, Pensilvania, Estados Unidos, dos hombres desafían a la materia. En el colmo de la fantasía, asaltaron dos bancos a plena luz del día y sin la menor intención de ocultar su rostro. La razón: habían descubierto un secreto alquímico. Con base en un pequeño experimento, cuyo antecedente se encontraba en las cartas que todos escribimos con jugo de limón, las cuales eran invisibles para la vista hasta que una llama revelaba los nombres de los amores furtivos o secretos. Bajo esta forma de confidencia del corazón, McArthur Wheeler se bañó el rostro con jugo cítrico, a pesar de que le quemó la piel y le ardieron los ojos (al grado de no poder casi abrirlos), se tomó una foto polaroid. El resultado: era invisible al ojo mecánico de la cámara. Había descubierto la transparencia, es decir, las cosas se veían a través de él.
Con esta información que cambiaba al mundo, decidieron robar unos bancos. Cubiertos de jugo de limón, se paseaban atrancando por la ciudad bajo el halo protector de una impunidad de ciencia ficción. Desafortunadamente, para la ciencia, el experimento era un falso positivo, siendo detenidos ese mismo día. Los policías no daban crédito de lo que oyeron, pues Wheeler, así como su cómplice, se mostraban atónitos por ser descubiertos. “¡Pero me eché jugo de limón! ¡Me eché jugo de limón”, decía un muy frustrado científico. ¿Por qué falló tan innovador experimento? Los detectives lo atribuyen a que, por la evidente falta de visibilidad, producto del elixir de la transparencia, no había enfocado bien la cámara.
Este curioso acontecimiento llamó la atención de los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, quienes lo tomaron de base para el efecto Dunning- Kruger, el cual, de acuerdo con un artículo de la BBC (“Por qué no deberías fiarte de la gente demasiado segura de sí misma”), se define como “un sesgo cognitivo según el cual los individuos con escasas habilidades en una materia, tienen un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas”. Lo anterior aplica en muchos escenarios, sean laboral, personal o familiar, explicando esas malas decisiones que tomó tu jefe o jefa y que sabías iban a salir mal. Con un resabio de melancolía, Dunning apunta: “Quizás en la ironía más cruel, lo que es más probable que la gente ignore es el alcance de su propia ignorancia: dónde comienza, dónde termina y todo el espacio que ocupa en el medio”, así que es mejor acostumbrarse.
Sin embargo, existe una fórmula mágica, quizás más fuerte que el zumo de limón, para enfrentar el efecto Dunning- Kruger: la mesura. Virtud que tanto profesaba Karl Popper: “Mesurar una teoría es intentar encontrar su punto débil, el que nos puede hacer pensar que allí es falsa […] El verdadero científico no debe creer en su propia teoría; debe adoptar una actitud crítica con respecto a ésta; debe ser consciente de que todos podemos equivocarnos” (Los caminos de la verdad, FOEM, 2023). De esta manera no caeremos en las trampas del sol, ni en el eclipse de la ignorancia o en las distorsiones de la memora, pues el conocimiento se encuentra escrito en esa tinta invisible que necesita de nuestra llama para hacerse presente.
Me encantó. Siempre es un gozo leer al maestro