MOISÉS OROZCO FRAUSTO
La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas por los recursos. Cada época ha tenido como objetivo central de las pugnas entre entidades políticas un recurso estratégico en particular: Los despotismos hidráulicos han luchado por el control de los ríos; los imperios talasocráticos, como España o Inglaterra, lucharon por el control de los metales preciosos; las superpotencias del siglo XX pelearon por las reservas de combustibles fósiles. Hoy el campo de batalla es otro, un escenario del ciberpunk más distópico, los imperios actualmente existentes luchan por la supremacía en el control de los metadatos.
Con la proliferación de los smartphones, las redes sociales han competido ferozmente por nuestra atención. Con ello, los habitantes de todo el mundo comenzamos a generar una inmensa cantidad de información sobre nosotros mismos: hábitos de consumo, preferencias políticas, gustos personales, ubicación en tiempo real. Estos datos son poco relevantes de forma individual, pero en su conjunto son muy valiosos para las grandes empresas tecnológicas, así como para los gobiernos con quienes mantienen alianzas. No sólo son útiles para generar campañas publicitarias dirigidas; también sirven para crear redes de difusión de información (y desinformación), construir consensos, influir electoralmente y predecir movimientos sociológicos.
Lo que Byung-Chul Han llama el Capitalismo de Vigilancia, acelerado por la pandemia, es esa capacidad de observación sin precedentes que tienen ahora los grandes poderes económicos y políticos. Esto ha creado a su vez un nuevo escenario de combate para las fuerzas imperiales. Muestra de ello es la forma en que el gobierno de Estados Unidos ha auditado a TikTok, preocupados por la veta de datos que representa la red social con mayor crecimiento. Es evidente que temen que lo mismo que ellos hacen con Meta, Twitter y Google, lo haga China con Huawei, TikTok y sus redes de 5G.
Por su parte, la República Popular de China se ha negado a permitir la entrada de redes sociales occidentales a su país. Para ello, han creado su propio ecosistema digital con un alcance de 1,400 millones de personas.
Esta masa poblacional provee un Big Data que el gobierno chino puede cruzar con sus bases de datos estatales, teniendo una imagen muy nítida de su propia nación, al tiempo que puede generar predicciones de consumo y producción. Pero esto no se queda en la capa basal, también, con la masificación de las pruebas genéticas, como en los perfiles genealógicos que te indican si eres 1% polinesio, se están creando repositorios con ADN con los que, gracias a herramientas como la IA, es posible idear nuevos tratamientos, medicinas o demográficos muy detallados.
¿Cuánta planificación puede permitirse China con toda la información que recopila? ¿Cuántos escenarios puede simular contando con los datos de un quinto de la población mundial? ¿Cómo cambiará el balance del poder global este nuevo imperialismo de la atención?