Ana Rodríguez Mancha
Al menos una vez en la vida los seres humano han experimentado dolores intensos de cabeza, algunos que pulsan, otros que oprimen, muchos de aparición súbita y algunos otros que persisten de manera crónica, pero el común denominador es la incapacidad y disfuncionalidad que ocasionan. Desde la antigua Grecia, el gran Dios del cielo y el trueno, ya poseía episodios de cefalea: Zeus el líder de todos los dioses del Olimpo, que al sentir la opresión intensa, suplicó a Hefesto, el Dios de la forja y el fuego, mitigar su agonía, abriendo su cráneo con su magnífica y preciosa hacha, acto histórico del nacimiento de Atenea como la Diosa del derecho y la sabiduría. Es así que desde la antigüedad, se creía que era una enfermedad maligna, en la cual los demonios se apoderaban de la mente de quien la padecía, pero gracias a las diversas investigaciones con el paso del tiempo se ha ido develando su origen.
La migraña es un desorden crónico del sistema nervioso, que se caracteriza por un dolor intenso de la mitad de la cabeza, que se acompaña de náusea, vómito, fotofobia (sensibilidad anormal a la luz), sonofobia (fobia a los sonidos) de inicio leve y de progresión intensa, que puede durar de 4 a 72 horas de manera incapacitante, afectando a 20 millones de personas en México en su entorno familiar, social y laboral.
El origen es aún incierto, pero se cree que tiene un componente hereditario y se clasifica en migraña sin aura y con aura siendo esta última la menos común, es de suma importancia el conocimiento y detección temprana de los síntomas acompañantes para un buen diagnóstico, cuando se habla de aura se refiere a la presencia de síntomas acompañantes a la sintomatología previa, como lo son los síntomas visuales (lucecitas, líneas o pérdida de la visión), síntomas sensitivos como el hormigueo o parestesias, adormecimiento, trastorno del lenguaje como la disfasia ( falta de coordinación de las palabras), en una duración de 5 a 60 minutos aproximadamente. Para el diagnóstico preciso se debe englobar una buena semiología, exploración física y estudios complementarios de laboratorio e imagen.
Los factores desencadenantes de dicha patología es el estrés constante, los cambios hormonales durante el ciclo menstrual o estado gravídico, alimentos fermentados o procesados, ayunos prolongados, bebidas alcohólicas, consumo de café o abstinencia de cafeína, consumo de chocolates o fresas, cambios de temperatura o presión atmosférica, no dormir lo suficiente o dormir demasiado, el tabaquismo y los ambientes ruidosos.
El tratamiento se enfoca en cambios en el estilo de vida, evitar los factores desencadenantes que en sinergia con el tratamiento farmacológico, mejoran el estado agudo del paciente. Los analgésicos como el ácido acetilsalicílico, ibuprofeno, naproxeno, diclofenaco, dexketoprofeno, son de los más utilizados, pero en crisis graves se utilizan medicamentos de la familia de los triptanes, tratamientos largos y que deben ser supervisados y personalizados por su médico de cabecera, evita la automedicación y digamos juntos salud a la prevención.