Ezequiel Carlos Campos
Desde que empecé a obsesionarme por la literatura de Mario Vargas Llosa, hace muchos años, he descubierto cuestiones que hasta ahora han intervenido en mi devenir como creador: la importancia de la lectura, los libros clásicos que se imponen de otros, la posición social y personal del escritor, su oficio, entre otras muchas. Desde esta pasión por lo vargasllosiano, se ha movido en mi interior lector un gusto por libros que aprecia el Nobel de Literatura peruano. Es como querer ser él. Es como intentar penetrar su mente y encontrar los mecanismos que lo hicieron apasionarse por ciertos autores, para llegar a escribir sobre ellos. Flaubert, Victor Hugo, Onetti y García Márquez. Conozco a estos dos últimos por mi cuenta, leyéndolos con la misma solvencia que cualquier otro autor que llegó a gustarme. No me siento estable cuando sé que Vargas Llosa escribió sobre ellos y no conozco su postura ante estos escritores. Me explico: después de leer por años al uruguayo y al colombiano, necesité enfrentarme a los ensayos de Vargas Llosa, El viaje a la ficción y García Márquez: historia de un deicidio. Aunque no siempre esté de acuerdo con lo que diga, me da una tranquilidad estar en la misma sintonía con él, en el aspecto de poner una palomita a ese ensayo leído, seguir con mis lecturas.
Caso contrario sucedió con las dos más grandes pasiones de Vargas Llosa, Flaubert y Victor Hugo. Sinceramente estos dos nunca estuvieron en mi rastro lector, porque ese tipo de clásicos, con sus excepciones, decimonónicos y ambiciosos, me daban repelús. Pero el leer, ver y escuchar lo que decía el peruano de ellos, que, sin exagerar, es siempre, en todo ensayo, entrevista o artículo, me dejó en claro la obligada lectura. Tenía que leerlos para, después poder leer los ensayos sobre ellos. Así iniciaron las influencias lectoras. Primero compré La orgía perpetua, después Madame Bovary, pasaron años para poder decidirme a leer a Flaubert. Lo hice y, sinceramente, no lo disfruté. Pero de inmediato leí el libro sobre él y quedé impactado de tantas cosas que encontraba Vargas Llosa en el libro, su influencia desde joven y cómo gracias a esa lectura pudo viajar a Francia y convertirse en el escritor que siempre soñó: flaubertiano. Palomita. Otro caso son Los miserables. Ya de por sí mirarlo impacta; yo tengo la edición de Debolsillo, dos tomos, más de mil setecientas páginas. No es miedo por la extensión, ya que me encantan este tipo de libros, pero me gana lo que dice Vargas Llosa sobre él, que es lo mejor de lo mejor y que no hay otro como ese. Sé que está mal que alguien influya en mis lecturas, pero qué se le puede hacer. Antes de empezar, necesitaba conseguir La tentación de lo imposible. Hace unos días, por fin, inicié la aventura miserablesca. Ahí voy poco a poco. En algunos momentos, cuando se torna lento, descriptivo, volteo a ver el ensayo y respiro, porque sé que, si no me gusta la novela, el ensayo podrá darme una idea más clara, más apasionada de mi lectura. Y hasta que no acabe la novela podré estar tranquilo; al terminar el ensayo, lo sé, todo será mejor. Quizá Vargas Llosa ya no estará con nosotros cuando termine de leer todos sus ensayos sobre sus libros y autores predilectos, y menos al saber que en los últimos años han publicado libros sobre sus artículos de escritores franceses, o aquellos que escribió para los medios impresos, casi todos, divididos en tópicos, sabe en cuántos tomos. En esos artículos están los otros autores que le gustan, sus opiniones. ¿Podré acabar algún día de leer todos sus ensayos y artículos sobre sus predilecciones, manteniendo esa sintonía lector-autor? ¿Será correcto que los escritores influyan en nuestras lecturas?