
FROYLÁN ALFARO
¡Qué gran invención, la filosofía! Ese arte noble de decir lo obvio con palabras difíciles y de convertir una duda en una carrera académica. No hay otro oficio tan eficaz para hablar durante horas, o escribir tantas columnas, sin decir absolutamente nada. ¿Quién necesita respuestas cuando se puede tener problemas bien formulados?
La filosofía, ese monumento de humo que se eleva orgulloso sobre la historia del pensamiento, ha servido de brújula para tantos náufragos… que de igual manera se ahogaron. Porque, seamos sinceros, nadie ha salvado su alma leyendo a Hegel, ni ha pagado la renta tras una iluminadora lectura de Kant. Pero qué deleite ver a un joven universitario descubrir que el mundo no existe… justo antes de que lo expulsen por no pagar la matrícula.
Ah, filosofía, amante esquiva del sentido común, ¿cuántas veces has prometido el conocimiento solo para entregar laberintos? Te disfrazas de sabiduría cuando en realidad eres la más elegante de las evasiones. El carpintero construye mesas, el médico cura cuerpos, el ingeniero levanta puentes; el filósofo, en cambio, redacta tratados sobre la inutilidad del lenguaje… usando lenguaje, por supuesto.
Sin embargo, ¿quién podría vivir sin ti? Porque aunque no sirvas para nada, ¡vaya que sirves para justificarlo todo! La injusticia, el amor, la muerte, el tedio: todos encuentran su explicación en algún rincón de tus bibliotecas polvorientas. Si algo existe, hay un filósofo que lo niega; si algo no existe, hay uno que lo defiende. Eres el único gremio capaz de aplaudir a quien demuestra que no hay manos mientras escribe con ellas.
Los antiguos te adoraban como diosa, la que lo veía todo. Hoy te veneran como excusa: “yo no entiendo el mundo, pero tengo una teoría posheideggeriana al respecto”. Has pasado de ser la madre de todas las ciencias a ser su tía rara, esa que vive sola con sus gatos conceptuales y sus novelas incomprensibles.
Es admirable tu capacidad de resistir, pues, a pesar de siglos de negligencia y burlas, aún sobrevives en los pasillos universitarios, escondida tras departamentos mal financiados y cafés con sabor a angustia existencial. Filosofía, el arte de debatir si el ser es o no es, mientras el resto del mundo se pregunta si eso afecta el precio del pan.
¡Y qué personajes produces! Profesores con piocha hegeliana y mirada perdida, que responden “depende” a todo y jamás dan cambio en una conversación. Estudiantes que creen que citar a Foucault en una fiesta los hace interesantes. Todos leen a Nietzsche y a Marx, nadie lava los platos, eso es demasiado mundano.
Pero sería injusto negar tu utilidad. No cualquiera logra defender la esclavitud como “estructura dialéctica de la libertad” o justificar la soledad como “modo ontológico de ser-con-el-no-ser”. Solo tú puedes convertir la depresión en categoría metafísica y el desempleo en consecuencia de la alienación postmoderna. Eres la ciencia que no progresa, la medicina que no sana, el mapa que se pierde en sí mismo.
Oh, filosofía, ¿qué sería de nosotros sin tus eternas preguntas? “¿Qué es el ser?” “¿Existe la verdad?” “¿Por qué hay algo en lugar de nada?” Preguntas que han sido respondidas miles de veces… y jamás una sola vez con certeza. Porque ahí está tu arte: en evitar las respuestas como el diablo a la caridad. La filosofía no busca la verdad, busca el problema.
Aún así, como toda inutilidad elevada al rango de arte, tienes tu belleza. En un mundo que exige velocidad, tú invitas a la lentitud. En una era de respuestas automáticas, tú cultivas la duda como una rara flor. Tal vez no sirvas para sobrevivir, pero sí para preguntarse por qué sobrevivimos, no construyes puentes, pero señalas el abismo con elegancia. Tal vez no cambies el mundo, pero lo interpretas con tal pasión, que por un instante, el sinsentido parece una decisión estética.
Y eso es lo más peligroso. Porque bajo tu capa de irrelevancia se esconde una rebeldía profunda: la de pensar sin permiso. Eres inútil, sí, pero en un mundo que idolatra la utilidad, esa inutilidad se vuelve subversiva. Sí, filosofía, eres inútil como la poesía, como el amor, como el arte. Y por eso mismo, eres indispensable.