Perla Yanet Rosales Medina
Normalmente no tenemos idea de cuánto cuesta cuidar de nuestra salud. Ignoramos el gasto en seguridad social y, sin embargo, este desembolso, que tal vez desconocemos, se refleja en el lento crecimiento de nuestros ingresos. Una de las razones por las que la seguridad social es costosa es el gran avance que ha tenido la medicina en el último siglo.
Prueba de ello es el acceso a sistemas de salud con equipos cada vez más sofisticados, especialmente en países ricos. Asimismo, contamos con tratamientos mejorados para enfermedades que hace un siglo eran sinónimo de muerte.
Las enfermedades, en términos generales, se pueden dividir en infecciosas y crónicas. Hace 200 años, las enfermedades infecciosas eran la principal causa de defunciones, especialmente en infantes. Sin embargo, gracias a la investigación científica, la teoría microbiana y la inversión estatal en seguridad social, estas enfermedades ya no encabezan la lista de causas de muerte.
Con el aumento de la esperanza de vida, las enfermedades crónicas, como las cardiovasculares y el cáncer de pulmón, toman relevancia. Existe una marcada diferencia entre la esperanza de vida de hombres y mujeres. Según el economista Angus Deaton en su libro El gran escape, esta diferencia podría explicarse por el tabaquismo. Los hombres comenzaron a fumar antes que las mujeres. Aunque el consumo de tabaco se ha reducido desde los años 90 debido a la conciencia de los efectos negativos, los países más pobres no siguen la misma tendencia de reducción que los países ricos.
Vivimos en una época en la que las personas viven más años, lo que ha llevado a un aumento de enfermedades como el Alzheimer. En este punto, surge la pregunta: ¿De qué sirve vivir muchos años? Mejor hablemos del bienestar y no encasillemos la seguridad social en la burbuja del tiempo estimado de vida.
Según la OMS, la salud es un completo estado de bienestar, no solamente la ausencia de la enfermedad, involucrando todas las necesidades básicas del individuo, desde lo afectivo, nutricional, sanitario, social y cultural. Actualmente cumplir con todos estos puntos que la OMS cataloga como tener salud es un privilegio, y por ende el derecho a la salud se ve violado para muchos individuos, quienes ni siquiera cuentan con el cobijo del estado en lo referente a la seguridad social.
El tema de la salud, el bienestar y la asignación de fondos para estos propósitos es sumamente amplio y complejo. Naturalmente, no es necesario ser expertos en la materia para percatarnos de que un porcentaje de nuestro salario se destina al pago de nuestra seguridad social. Tampoco podemos cerrar los ojos ante la realidad de tantas personas en situación de calle sin sentir empatía por su difícil situación.
En este punto, desde mi perspectiva, deberíamos adoptar una postura más crítica hacia las administraciones estatales en lo que respecta a la seguridad social y las políticas vinculadas a la investigación médica y el desarrollo científico. La salud es un derecho universal, y el privilegio de estar informados y conscientes de la situación nos confiere la responsabilidad moral de buscar mejores condiciones para todas las personas. No se trata sólo de un asunto económico, sino de un compromiso ético y social que deberíamos asumir colectivamente. La reflexión sobre estos temas nos invita a considerar cómo podemos contribuir al bien común y abogar por sistemas de salud más justos y accesibles para todos.