MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
¿Qué es el exilio? Esta es una pregunta que los últimos años me hice, no por exiliada, pero el desarraigo conduce a esto. Definir el exilio es complejo, tiene muchas caras y expresiones, es una masa semántica amplia que contiene tantas y diversas experiencias y que, sin embargo, me resultaba imposible evadir. A lo largo de la historia ha habido muchos éxodos, exilios, diásporas históricas, y más han sido las respuestas artísticas y literarias que han surgido de ellos. El siglo XX tan solo es una época histórica de exilios y huidas a partir de las dos guerras mundiales, las guerras de medio oriente, la Guerra Civil española —cuyo exilio tuvo gran acogida en Latinoamérica—y los exilios de las dictaduras latinoamericanas. Estos exilios históricos han hecho surgir una vasta producción literaria.
En los últimos años me he embarcado en una empresa de lecturas de y sobre el exilio y de búsqueda de identidad: Hannah Arendt, María Zambrano, Joseph Brodsky, Clara Obligado, Lina Meruane, Rafael Cadenas, entre otros. Y uno de los libros que más me ha marcado fue Estado de exilio (Visor Libros, 2003) de Cristina Peri Rossi, poeta uruguaya exiliada en España desde 1972.
En la edición que tengo conmigo, la segunda, Peri Rossi empieza con un prólogo, en el que explica la gestación de este poemario: la experiencia del viaje y el miedo que surge de él frente a la imposibilidad de volver a escribir; en respuesta a este miedo se presenta el efecto terapéutico de la escritura. Literatura y terapia, dice. Abre el prólogo con la misma pregunta con que esta reseña inicia: ¿Qué es el exilio? Y se aventura a responder: el exilio es el cuestionamiento de la identidad y de la pertenencia; el exilio como castración. Y, sin embargo, encuentra que en el exilio colectivo es posible mantener un fragmento de la identidad previa al destierro. Pero, otra vez, ¿qué es el destierro? Peri Rossi ofrece una respuesta paradójica y poética: “Si vivir es navegar, el mar es la tierra del navegante, y todo, fuera del mar, es naufragio”. Exilio, destierro, naufragio, desarraigo, todas estas palabras forman parte del campo semántico del exiliado. Las palabras de Peri Rossi me recuerdan a las de Claudio Guillén en El sol de los desterrados: “Conforme unos hombres y mujeres desterrados y desarraigados contemplan el sol y las estrellas, aprenden a compartir con otros, o a empezar a compartir, un proceso común y un impulso solidario de alcance siempre más amplio”. En este caso, para muchos exiliados y exiliadas, la literatura ha sido el instrumento náutico, el sextante, que les ha permitido avanzar y encontrarse, sí con ellos mismos, a la vez que con otros.
Estado de exilio es un poemario de una fuerza contundente, conciso, que guarda un poco del humor y de la libido que para la poeta son elementos que también sirven para enfrentar y expresar la experiencia del exilio.
Dice Mario Goloboff que entre las vicisitudes que pueden ocurrirle a un escritor “no debe haber hecho más trastornador y transformador que el de encontrarse en un ámbito lingüístico diferente a aquél que es y fue siempre su medio natural”, y pienso en Arendt, escribiendo en inglés al llegar a los Estados Unidos, o en Irene Nemirovsky, exiliada en su infancia y produciendo su literatura en francés, pienso en Esteban Salazar Chapela, exiliado republicano, escribiendo en español rodeado de ingleses. Pienso, incluso, en los exiliados latinoamericanos escribiendo en un país con un español distinto, con una fonética y musicalidad diferente. Es el mismo idioma, pero no lo es. La lengua y el oído del poeta lo notan.
Ser poeta uruguaya en Inglaterra, Francia o España, y en cada uno de estos lugares ser con una lengua intrusa. Esto resulta más obvio cuando el exiliado de habla hispana se enfrenta al inglés o francés, pero el contraste puede darse también en un lugar donde el idioma es el mismo pero la diferencia toma mayor relevancia. La diferencia expresada en la semántica o en la sonoridad:
Me vendió un cartón de bingo,
y me preguntó de dónde era.
“De Uruguay”, le dije.
“Habla el español más dulce del mundo”
El español más dulce, el español de otra música y entonación, un español que vuelve evidente que no se es de aquí.
Ahora que he regresado, siento que vuelvo a hablar en la misma entonación de quienes me rodean, me siento cómoda diciendo sin pensar dos veces la palabra. Y, sin embargo, hace unos días en una conversación alguien interrumpe y me dice: “¿Viviste en España? Porque se te sale el acento”. Pienso que no quiero que se escucha en mi voz un español que no sea el de mi mexicano, pero imposible borrar los acentos, dulces unos y carraspeantes otros, que me envolvieron.
Pienso en que llevo poco de haber vuelto, pero la búsqueda de literatura escrita en el extranjero permanece. Ahora leo a Kristoff, Klaus y Lucas y seguirá La analfabeta. Pienso que una vez que se ha salido de aquí, algo se queda fuera y no retorna nunca. Escribir será el ejercicio, o conjuro, que intente hacer aparecer eso que se perdió.