Ezequiel Carlos Campos
J. D. Salinger siempre estuvo en conflicto. No por eso Salinger, de David Shields y Shane Salerno, comienza precisamente en El Día D, cuando inició el desembarco en las playas de Normandía. Con esta imagen me adentro al primer conflicto que tendrá él, en la Segunda Guerra Mundial, como parte del ejército estadounidense. Y no solamente luchó contra los alemanes, sino contra sí mismo, vería muertos en las playas europeas, y se preguntaría si ese es el hombre, sus actos. Por eso sus personajes tienen una carencia espiritual, dice David Shields: “Dios no sólo es ciego sino que está muerto. Salinger se pasará toda la vida intentando encontrar una visión de recambio, un sustituto para Dios”. También cuentan, y hay una fotografía, que Holden Caulfield nació en estos mismos tiempos, cuando el autor estaba en la guerra y “llevaba encima seis capítulos de El guardián entre el centeno, que necesitaba llevar encima aquellas páginas no solamente como amuleto para ayudarlo a sobrevivir, sino como razón misma para sobrevivir”. Es por eso que el joven Holden, al igual que su creador, tiene una fe trastocada, no cree en sus semejantes, sino en muy pocas cosas: Holden en su hermana y Salinger en ganar su guerra y sobrevivir, para escribir. En la mayoría de sus relatos hay soldados o ex soldados con traumas difíciles de quitar, enfermos de la fiebre de la banana.
Warren French, en J. D. Salinger, la define como: “una enfermedad espiritual que se caracteriza por la incapacidad del individuo afectado para valorar lo que es o no importante en sus experiencias, así como para comprender la imposibilidad de retener la totalidad de ellas”. Después de la Guerra, Salinger dejaría de tener fe, su espiritualidad cambiaría, creería en otras cosas. Se podría decir que es el primer indicio de esta enfermedad, lo cual lo llevó a recluirse, esto como origen de una incapacidad de adaptación social. Inflándose tanto que llegó a explotar, dejar que muy pocos pudieran verlo, hacerle entrevistas y hasta publicando cuatro libros, el último de ellos en los sesenta. ¿Qué estaría haciendo en todos esos años antes de su muerte en 2010? ¿Sería acaso que esa reclusión no sólo fue social, sino personal, olvidando todo respecto a su mundo y al que inventó?
J. D. Salinger era asiduo colaborador del New Yorker, Saturday Evening Post, Esquire y Story aún estando en la guerra, todas sus historias se empezaron a formar con un arma en las manos y, tiempo después, también en Park Avenue, tras su regreso del encuentro bélico. Los autores de su biografía concuerdan en que el Salinger que estuvo en Europa y el de su regreso era muy distinto. Y eso se ve con la publicación de su libro más famoso, El guardián entre el centeno, momento importante en su vida porque se sabrá que, tras la publicación, mandaría quitar su foto de ahí, porque el éxito le trajo problemas. Había cercado su propiedad con un vallado muy alto porque el creciente número de los curiosos lo tenían rodeado. No obstante, no dejó de escribir, pese a los éxitos obtenidos por su libro. Ya no tenía nada más que decir a nadie.
“La Segunda Guerra Mundial destruyó al hombre pero lo convirtió en un gran artista. La religión le proporcionó la paz que necesitaba pero mató su arte”, se lee en la introducción de Salinger. El conflicto bélico cambió su vida, ahí, en plena acción, él escribía y publicaba en su país. A partir de eso tuvo muchas historias que contar, supo cómo era que el hombre se comparta cuando no está en su hábitat, creó personajes tan complejos que, incluso, llegaron a parecerse a él mismo. Esta guerra no había acabado cuando ya estaba de regreso. Faltaba la de escribir su obra maestra, luchar contra la crítica y la fama. Algo importante de esto es que Salinger se entregó por completo al vedanta, creó un mundo privado donde todo su arte sería la angustia de la guerra. No acabará esta para él, sino que comienza la de sus personajes a través de sus historias: unos y otros convivirán para sufrir, otros para nunca entenderse con el mundo y otros más para dejarlo, olvidarse de todo. La fiebre de la banana será esa guerra con la que aquellos deberán luchar, curarse.