ENRIQUE GARRIDO
Se acabaron los juegos olímpicos de París 2024, los de la inclusión; los de entran todxs, excepto si eres de Rusia; los de las rosas argelinas en el río Sena, recordando a los asesinados en la masacre francesa durante el proceso de independencia argelino en 1961; los de la delegación israelita abucheada, y la de Palestina lastimada por la guerra (8 atletas que honraron a la memoria de más de 340 profesionales del deporte que fueron asesinados en la Franja de Gaza); los de la representación metalera con Gojira, junto a la mezzosoprano Marina Viotti, interpretando Ah! Ça Ira, emblemático himno de la revolución francesa, y cuyo verso “Les aristocrates on les pendra” [“Los aristócratas serán ahorcados”] sonó fuerte sobre las ventanas de La Conciergerie, prisión donde estuvo María Antonieta antes de ser decapitada, sí, la misma que dijo esas palabras con su cabeza en las manos.
Estos juegos nos dejaron a un turco que con armas y un gato conquistó la plata y los corazones; la del break dance, o breaking, el skate, como deportes olímpicos; los récords en natación y la nueva euforia por el judo. Finalizaron con la maravillosa música de Phoenix, Kavinsky, y los geniales de Air. Se extrañarán las transmisiones y aprender sobre otros deportes que no sean el fútbol o básquet; pero hay otros sectores que extrañaré en mayor medida, sin ellos jamás entenderíamos lo que deberían hacer los atletas, delegaciones y uno como espectador. Resulta evidente que unos juegos olímpicos sin los “expertos en redes sociales” no se pueden vivir en pleno siglo XXI. Siempre saben si una rutina es de 10 e invalidar a los jueces, dominan mejor que nadie los clavados, reconocen un robo por favoritismo y, con una sapiencia infinita, ahora son más versados en Genética que el mismo Mendel. ¿A dónde huirán estos expertos de ocasión con la finalización de la justa olímpica? Bueno, ya habrá algún otro evento o persona que justifique su derroche de inteligencia en una cantidad reducida de caracteres.
Por otro lado, también están los “originales”, aquellos a quienes la vida les ha dado tantas experiencias y perspectivas que los juegos olímpicos son una experiencia común y corriente; son aquellos que responden, ante el menor cuestionamiento, “no, bro, hasta que hagan unas olimpiadas de Poesía, a mí no me interesa”, dejando ese halo de misterio y profundidad de sus almas. Ante tal muestra de espontaneidad infinita y llena de originalidad, me resultó “asombroso” encontrar el siguiente dato.
Al parecer, desde los tiempos de Platón, quién lo dijera, existían competencias relacionadas con el arte, y dentro de las primeras justas en Grecia, los poetas asistían a presentar sus obras, recitar poemas y odas a las victorias de los atletas; sin embargo, hubo un intento más cercano a nuestro tiempo de revivir las competencias relacionadas con el arte. Después de que se barajara la idea mucho tiempo, la primera justa oficial fue en los juegos de Estocolmo de 1912, aunque hubo muy poca participación por parte de los artistas. Gracias al barón Pierre de Coubertin, padre de los juegos olímpicos modernos, “Oda al deporte”, fue la primera obra escrita de la historia moderna en ganar una medalla de oro olímpica (donde Paul Valéry fue juez, entre otros).
Tristemente, después de los Juegos Olímpicos de Londres de 1948, estas categorías de artes fueron eliminadas y actualmente no hay registro de medallas olímpicas de manera oficial. Los artistas ganadores, como si fuera el presupuesto de la CONADE, desaparecieron. Ahora nos queda esperar Los Ángeles 2028, mientras podemos encender un guato y esperar con música de Snoop Dog de fondo.