Hace unos días crucé un puente y me encontré vestigios de una existencia que ha impregnado la ciudad. Anduve por las principales calles de este Centro Histórico y, aunque ya no hay poemas pegados en las paredes, permanecen los recuerdos de los transeúntes que se detienen por un momento a respirar lentamente para llenarse de palabras los pulmones. Las viejas puertas conservan las esquinas de algunas calcomanías y el museo callejero ha quedado huérfano; sin embargo Juan Manuel García Jiménez no se ha ido del todo sigue en la resistencia del arte para todos y en el sentido de comunidad que deja como legado.
Cuando conocí a Juan Manuel recién era su primera vez en las calles tras su trasplante de riñón, entonces todavía desconocía la importancia que tenían los callejones y plazas para él. Todavía resuena en mí una frase que me quedó grabada y me gustó tanto que incluso puse de descripción para la selfie de esa tarde de lluvia en la que sonreímos en un cálido rincón de un café que se ha mudado de sitio: “conocemos los objetos también a través de las personas”.
Ahora, aquí, frente a este monitor pienso en los objetos que tengo en casa y que fueron regalos de él, que sé no sólo eran para mí, siempre tenía un sticker, un grabado, un proyecto, una lista en la que te otorgaba algo invaluable: atención y tiempo.
Recuerdo, por ejemplo, la forma en que aquella primera reunión tras un cambio de tema y otro hablamos sobre el proceso creativo de mi poema “Plegaria de la escafandra”, pocos lo saben, pero ese poema lo escribí tras sentir el miedo de no poderme mover, conmovida por la película La escafandra y la mariposa, él entendía muy bien ese sentimiento tras permanecer tantos días en una sala de hospital, pero Juan Manuel nunca se quedaba quieto y sus ideas brotaban una tras otra: así nació su proyecto Fragmento celeste, en el que publicó un solo poema de un autor, en una hoja que servía como folleto y regalaba por todos lados. En retrospectiva, me siento halagada y agradecida por ese regalo: ser la primera de muchos.
Muchas personas fueron publicadas, como yo, en cartoneras, plaquettes y antologías, algunas incluso por primera o única vez. Juan Manuel era generoso en general, con su comunidad, los niños y jóvenes a los que les enseñó a ver el mundo de otra manera, los artistas, los amigos. Era generoso con una ciudad que irónicamente a veces tiene sed de arte fuera de los museos, en las calles, con la gente de a pie.
Por supuesto, hay muchas personas que quieren a Juan Manuel, otras con quienes tuvo sus diferencias, que ya no importan, habrá gente que lo conozca a mayor profundidad y con más tiempo que yo, pero desde aquí, desde esta pequeña llama, enciendo la llama de El Mechero para darle luz en su camino y agradecer incluso los libros vacíos y los grabados que hizo para mí. La Cecilia vive y el legado de Juan Manuel también.
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero