Sara Andrade
El problema de ser parte de la comunidad LGBT+ es que nadie te dice quiénes son tus héroes.
El mundo te dice que, por ser niña o niño, puedes ver a Barbie o a Superman como un ejemplo a seguir. Si naciste en una familia católica, entonces tu ejemplo es Jesús o la Virgen o un santo, que hay tanto como hay días en el año. Si eres mexicano, te dicen que ahí tienes a los héroes patrios. Si creciste con la cultura del Internet, ahora tienes a influencers o streamers o líderes de opinión y sus sagaces dedos para tuitear. Tu identidad comienza a fragmentarse a través de las personas que admiras, como la luz a través de un cristal. Somos criaturas comunitarias: crecemos y nos desarrollamos a partir del ejemplo, de la influencia de los demás. No nacemos en un vacío perfecto ni tampoco somos perfectos jueces de la condición humana. A los tres años de edad, no sabemos diferenciar del odio aprendido a la admiración natural.
Cuando estaba en primaria, leí la hagiografía de Juana de Arco. Las historias de los santos las tenían guardadas en el librero donde guardabas tus libros de texto, entonces era tan fácil como tomar su libro de lecturas. La historia de Juana de Arco que yo leí venía en formato de cómic y contaba su vida, como si fuera tan impresionante como la del Hombre Araña. Recuerdo las imágenes y las palabras con absoluta claridad: una niña de mi edad, que se cortó el cabello y se vistió de soldado para defender a Francia de los infieles. A ella no le importaba cómo lucía, lo que le importaba era el ímpetu de su corazón, las palabras de Dios en su cabeza.
En ella vi una válvula de escape: una mujer que no tenía qué ser femenina para cumplir su destino, una protectora. En ella, miles de personas no binarias la ven como un ícono, como una posibilidad, un reflejo en mundo que se niega a prestarnos los espejos. Para la mayoría de las personas dentro de la comunidad LGBT+ el asunto de la representación es vital porque, como todos los seres humanos, aprendemos a caminar mientras nos sostienen. La invisibilización de cualquier faceta de nuestra humanidad no sirve para nada más que para truncar nuestra plenitud. Es necesario que podamos vernos a nosotros mismos también, como hombres que aman a los hombres, como mujeres que aman a otras mujeres, como personas que no se conforman con los estándares sociales de género.
Puedo imaginarme toda la vida a Juana de Arco vogueando en la pista de baile, pero no hay nada como ver a una mujer como yo, a un hombre como tú, a une magistrade con labios rojos y tacones, que nos enseñen a estar seguros en nuestra identidad. Hoy, los héroes de la comunidad LGBT+ son todos aquellos que mueren solamente por existir, pero yo espero que, en un futuro muy cercano, sean personas que vivan, gloriosas y espectaculares, en la realidad y en la ficción.