
Por Sara Andrade*
Muchas veces he narrado lo mucho que estoy constantemente en línea. En inglés el término que se usa es “chronically online”, como si fuera una enfermedad de larga duración, sin cura posible. Como si tuviera hipertensión, pero en mi necesidad de gratificación instantánea al ver un video de un gatito. Muchas veces, también, he comparado al espacio abierto del Internet como una especie de ágora pública en la que todos nos congregamos a gritar necedades, a satisfacer nuestra schadenfreude y ver quién el día de hoy se ha caído en medio de la plaza.
Siguiendo este símil, puedo decir entonces que el ágora de Twitter (o X, si eres un insufrible) es uno en el que se congregan no solamente personas como tú a gritar sobre una serie o sobre las elecciones internas de Morena, sino a las que llegan personas de todas parte del mundo, a gritarte específicamente a ti, por ser diferente a ellos.
Mi presencia en el Internet siempre ha estado formada por mi necesidad de pertenecer a una comunidad que comparta mis gustos: en libros, películas, videojuegos, música, supermodelos, estéticas. Mi última aventura fanática (anterior a la que estoy en el momento) era la de pasar mis días entre foros de aficionados a los perfumes, discutiendo las diferencias olorosas de la flor de azahar. En el bajo mundo de la compra-venta de perfumes yo pensé que nunca iría a encontrarme con chismes y peleas. Pero cuando yo misma me vi asediada por un par de personas que creían que no debía describir la nota del praliné como “ambarado” y que dejara de usar “polvoso” para referirme a los perfumes de vainilla, me di cuenta de que la necesidad de estar en conflicto es tan inherente a la condición humana que no había comunidad, por muy piadosa que fuera, libre de ello.
Es cuestión de abrir las respuestas a un tuit popular para ver el daño que provoca el poder leer las opiniones más personales de personas tan dispares. Ahí tienes el tuit de la mujer que decía que se despertaba todas las mañanas para tomar su desayuno con su esposo y a la gente gritándole que fuera más cuidadosa con sus palabras pues había personas sin esposas, sin desayunos y sin mañanas, no como ella, sucia privilegiada. Me ha pasado a mí, con mi presencia y mella tan pequeña en el gran orden de las cosas. No es necesario de mucho más que existir y ser diferente a otra persona. En mi caso, mi origen, mi lengua materna y mis opiniones personales han sido suficiente para ser merecedora de mensajes de odio y meses de acoso.
Me lo tomo muy zen, de todos modos. Yo creo que es en lo único en lo que soy bien ecuánime y objetiva. Me digo que esto es parte de la ordalía de existir en Internet. Me digo que a veces, quien se cae en medio de la plaza eres tú misma y no te queda de otra más que cerrar los ojos y soportar.