Ezequiel Carlos Campos
Entre la poética de Ramón López Velarde están sus escritos en prosa que corresponden a la crítica literaria, la crónica, el ensayo, el cuento y el periodismo. Gracias al olfato de José Luis Martínez, podemos afirmar que hay dos etapas para la crítica literaria en la bibliografía del jerezano: 1907-1911, y la más fructífera y madura, 1912-1921, misma que en esta última ya localizamos los tonos poéticos de análisis al hablar de autores y obras del momento, así como el florecimiento de las ideas y de lenguaje que conocemos de él en la gran mayoría de sus poemas: no olvidar que su primer libro, La sangre devota (1916) es de esta etapa.
Hay que dejar en claro que la tarea de la crítica y el ensayo no es sustancialmente de aquellos ensayistas reconocidos, sino que el poeta —por hablar de López Velarde— también puede y tiene no sólo la obligación de reflexionar sobre su tarea en el lenguaje poético y en su forma de ver el mundo. Es por eso que el libro Crítica literaria (1912-1921) es de obligada lectura para descubrir al poeta que expresa sus pasiones y lecturas. Aunque nuestro autor no ejerció la crítica de manera sistemática, lo hizo para comprender su entorno y reflexionar sobre sí mismo y los demás. Asimismo, en estos textos —que no se escribieron principalmente como crítica literaria, sino que fueron antologados de esa manera por la actitud de crítico ante los espacios donde colaboraba— hay juicios que, a decir de Marco Antonio Campos, fueron pocos caritativos y en algunos casos francamente despiadados.
Como en su poesía, en la crítica el jerezano buscaba la finalidad de la poesía misma y las cuestiones sobre lo que en la época podremos llamar los estándares literarios; escribir una crítica sincera con palabras justas e imaginativas. Por eso, al leer estos textos, percibimos la misma forma de expresión creativa que ante sus poemas: buscar siempre más allá de la belleza, las palabras justas y la descripción en estos textos que muchas de las veces eran escritos de un día para otro, o sea, que López Velarde era un autor comprometido con la palabra sea cual sea la actitud que tomara ante la hoja en blanco, callando bocas a todos aquellos que lo ponían como iletrado en su época.
Lo anterior, gracias a la publicación de Don de febrero por parte de Elena María Ortega en 1952, momento en donde los letrados pudieron constatar el genio creativo de nuestro autor, con pasmo y admiración como a su poesía: el poeta que también ejerce la prosa, en este caso, la reseña y la crítica literaria. Así como en el momento en que José Luis Martínez, en 1971, consolidaba su figura con la publicación de Obras, en donde los poemas, crónicas, crítica, cuentos y los textos políticos complementaban la figura distorsionada del jerezano por los lectores del país y el extranjero. Con eso, su talla como poeta nacional y crítico importante de su época nos lleva a apreciar, de igual manera, su labor como escritor. Ejemplo de ello es el prólogo que escribe al libro Campanas de la tarde de Francisco González León en 1917, uno de los autores que admiraba.
Si hablamos de admiración, los textos de Crítica literaria (1912-1921) en su mayoría son homenajes a los escritores que le gustaban o que eran amigos suyos, entre los que se encuentran: Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo, Manuel José Othón, Luis G. Urbina, Enrique Fernández Ledesma, María Enriqueta, Francisco González León, José Juan Tablada, Alfonso Reyes, por nombrar algunos: en los textos no sólo hay referencias a sus poemas, comentarios respecto a las publicaciones de libros, sino también la pasión que desbordaban los versos de estos en los ojos del jerezano; como crítico, López Velarde es sincero, un lector que ejerce la posibilidad de decir algo, y que lo dicho aporte a la imagen de la figura de los escritores, la gran mayoría cosas positivas; ejemplo: la desesperación por el poco valor que le dan al poeta potosino Othón después de su muerte. Respecto a esto, el jerezano escribe que la viuda del poeta se gana la vida en un almacén y que el gobierno debería otorgarle un sustento por el valor de la figura del poeta finado; y que para que San Luis Potosí siguiera siendo una ciudad respetable y con candor, era necesario vanagloriarlo. También da el buen augurio a los poetas novísimos José Goroztiza y Bernardo Ortiz de Montellano en uno de sus textos.
Hablando nuevamente de admiración: sus predilecciones internacionales en las plumas de Leopoldo Lugones que, en palabras del jerezano, es “el más excelso o el más hondo poeta de habla castellana”; también en Rubén Darío y su belleza al escribir sus versos, escribiendo López Velarde que se le aparecía en sueños como uno de los más grandes en nuestra lengua. Pero, además, más allá de nuestras fronteras, la fascinación recaía en escritores como Verhaeren y Eça de Queiroz. La crítica es también un medio de expresión de las pasiones literarias.
Los temas de sus textos críticos, en general, abordan la poesía, la filosofía, el teatro, la lingüística y la opinión. Respecto a la filosofía sobresale el nombre de Antonio Caso que realizaba conferencias sobre estética, mismas a las que Ramón López Velarde asistió; en el teatro, hallamos una crítica rotunda a la obra de Jacinto Benavente, “Ciudad alegre y confiada”. También sobre la tendencia del abuso de la palabrería en la literatura, una conferencia dictada en vez de texto periodístico en sí.
Otro rasgo importante son los espacios en donde nuestro poeta publicó, todos ellos de los más importantes del país y del momento, como La Nación, El Eco de San Luis, Armas y Letras, Revistas de Revistas, Pegaso, El Universal, Revista Literaria, México Moderno y Vida Moderna. De la misma manera, la utilización de seudónimos para publicar algunos, como Marcelo Estébañez, Esteban Marcel y Tristán, rasgo característico del escritor que desea ejercer la crítica de manera totalmente libre, sin miramientos ante quién la escribe y, además, es muy probable, para no herir sensibilidades.
En general, en las críticas literarias de Ramón López Velarde están sus comentarios sobre acontecimientos de varia índole, juicios, además, sobre el mundo que lo rodeaba, que, en palabras de Pedro de Alba, “[eso] era reactivo estimulante para los demás y testimonio fiel de su espíritu selecto”. Mediante un lenguaje predilecto a ciertas palabras que se ajustaban a su personalidad, éstas recorrían su bagaje literario por completo; no importaba desde qué frente escribiera, siempre la suavidad, sobriedad y eficacia hacían la magia del mundo y la alquimia de las palabras: la crítica literaria del jerezano también tiene el color, la novedad y la significación de su poesía.