ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
En la adolescencia me molestaba encontrar a sujetos con rasgos y actitudes similares a las mías, odiaba sobre todo a los rechonchos narigones peinados con partido izquierdo; algunas personas me decían que mi coraje se fundaba justamente en una alta semejanza tanto física como de personalidad. El doble es detestable por su inobjetable semejanza, porque altera la percepción de un “yo” irrepetible, el ego y la fantasía del individuo, ese invento capitalista del ser único que se niega a aceptar ser repetido en millares de cuerpos. Otra cosa sucede si el replicante es un imitador, un fan del infierno que hace un homenaje, los cientos de personas que juegan a travestirse en sus ídolos, millones de Elvis, cientos de Juan Gabrieles; ahí la situación cambia, pues no se trata de otro que soy yo, sino de uno que, enajenado a voluntad o por la fuerza del mercadeo, quiere ser yo. Pero imitadores no sólo los llegan a tener grandes figuras mediáticas, incluso pequeños creadores de contenido en redes sociales, pues en ese ámbito prevalece un afán mimético nauseabundo, en el que una caracterización, un audio o un gag son reutilizados como norma de ciber-convivencia; parece que a través de la imitación se busca la autenticidad de un personaje que es a la vez síntesis y original.
En el cuento Máscaras venecianas, Adolfo Bioy Cázares narra con eficacia un episodio de “dobles”, en el que la ambición por afirmarse como personaje culmina en el descubrimiento de una réplica, el deseo por despojar a la mujer enmascarada de su falsa identidad le devela al protagonista una proyección de espejo que lo postra en lo que es un final contundente y magistral; en la búsqueda del otro topó con él mismo o mejor dicho: con su propio personaje. El deseo se ve reforzado por las proyecciones del individuo sobre el objeto de sus anhelos, así su identidad se desgaja y se muestra como realmente es: un ejemplar de lo múltiple. También Edgar Allan Poe en otro cuento, William Wilson, expone un caso de desdoblamiento en donde una personalidad paranoica se ve amenazada por otro que termina por ser él mismo. Estos ejemplos literarios de los dobles nos acercan a la verdad de Perogrullo que algunos papás ponían sobre la mesa en los convites más parcos y fríos: “todos tenemos por ahí, en el mundo, un doble”.
Gonzalo Lizardo, escritor y artista visual, presenta en su obra “Hermerotismo” un juego de dobles que además puede ser tomado como un texto de profundidades bien aseguradas con cadenas semióticas, como su título lo propone. En una primera vista captan la atención los colores cálidos, la composición abigarrada (característica de su trabajo literario y plástico) y las formas corporales que sugieren una sutil lubricidad. En la observación más analítica descubriremos tres “manos de lecturer”, esas manitas con el dedo índice indicando el inicio del texto en las cajas tipográficas de la imprenta clásica; en este caso el índice no señala el comienzo del texto, sino que apuntan certeras a dos alborozados pezones al centro de turgentes senos, el inicio de una lectura coital. Después el observador paciente de esta obra (un acrílico sobre papel), logrará encontrar la espiral que sostiene a la imagen y que duplica el cuerpo del sujeto femenino ahí representado: se trata de una danza de sagrada masturbación vulvar. No es, como podríamos pensar sin una detenida observación, un conjunto de apéndices y órganos, sino un sólo cuerpo enfrentado a un espejo que cae en una espiral y así una vez y otra de forma infinita.
Autor: Gonzalo Lizardo
“Hermerotismo”
Acrílico sobre papel, 27.5 x 27.5 cm
IG: @gonzalolizardo