ISRAEL ÁLVAREZ
Si usted es una de esas personas que se emociona cada vez que va a ser viernes, no tenga pendiente, al parecer es bastante normal. Más allá de que esos días de la semana sean los mismos en los que se publican estos siempre inútiles, pero a veces medianamente entretenidos textos, los viernes encierran un misterio casi indescifrable respecto a sus particularidades. En los viernes la semana sufre una especie de transformación, pasa de ser sólo semana para apellidarse “fin de”, días en que mucha gente anda con menos prisa, sonríe más honestamente y siente como que se aligera ese peso constante con el que se carga el resto de la semana. Los viernes son días para sentir y pensar más despacito.
Una de las ventajas que permite saber que algo termina es saber que otro algo puede empezar, así que tener conclusiones semanalmente da oportunidad de reanudar las quizás ciegas, pero periódicas esperanzas de renovarse y dejar lo innecesario en eso que le dicen pasado. Los viernes son para olvidar o recordar lo que no puede olvidarse o recordarse entre semana. Habrá quienes piensen que los días y las noches sólo son un fenómeno físico en el que la tierra se permite un ménage á trois entre el sol y la luna. Habrá otros quienes, por su lado, festejen que los ciclos planetarios empiezan y terminan pudiendo echarle la culpa al maldito mercurio retrógrado de sus males que duran, a lo mucho, veinticuatro horas por treinta días.
Los viernes están, según los datos desechables e inmediatos que circulan en internet, dedicados a las diosas del amor Venus y Frigg (friday), así que, según esas mismas confiabilísimas fuentes, son estos los más amorosos y por lo tanto venéreos días. En portugués, los viernes se dicen sexta feira, es decir, el último día de chambear en las ferias y en el que ya se puede contar cómo le fue a cada quien. Robinson Crusoe rescata al salvaje Viernes de los autófagos y luego se hacen amigos, algo así como cuando los españoles se hicieron amigos de los aztecas y luego ya los culturizaron y pudieron enseñarles cuándo debía ser viernes. Cuidado si un viernes también es trece porque se corre el riesgo de, según Hollywood, ser correteado por un cabreado enmascarado que ha recibido muy poquito amor.
Ver como vuelan los pajarracos, escuchar un disco de John Coltrane y celebrar que alguien muy especial cumple años es algo que se puede hacer mejor los viernes. Se respira distinto cuando ya no se tienen que comprometer las bocanadas sólo a sobrevivir, porque los viernes no son para vivir sobre, sino para entre, desde, durante, hacia, según, sin, por, para, vía y con vivir. Los viernes son para contravivir y resistirse a esa dinámica en la que, por mucho madrugar, a menos de que sea viernes, nomás no amanece más temprano. Algo metamórfico tienen esos días de la semana que no tienen los otros. Ciertos actos sólo pueden eclosionar los viernes para vivir, aunque sea nomás lo que tarda en llegar la otra semana.
Como casi de todos los males, también el paso del tiempo ha de ser culpa del maldito capitalismo, del inútil Estado o del diablito que sale en la lotería. Mucha importancia del tiempo radica en su finitud. El tiempo no es lineal, aseguran las mismas infalibles fuentes anteriormente mencionadas. Por eso, cuando se habla de los viernes, se puede hablar también de ese tiempo finito, pero circular, se puede asegurar entonces que los relojes no funcionan igual a cualquier hora y es posible sostener que los últimos restos de amor reviven, al menos, un día a la semana.
El finde, friday, quinta feira o viernes es ese día en el que se puede escuchar mejor “My one and only love”, decir “Feliz cumpleaños” y andar con menos prisas que el resto de la semana; se puede poner atención a lo aparentemente vano como la mecánica del volar aviario o leer estos siempre inútiles, pero a veces medianamente entretenidos textos. Así que, si usted es una de esas personas que se emociona cada vez que va a ser viernes, no tenga pendiente, al parecer, es bastante normal.