SARA ANDRADE
Con el triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones a la presidencia de México se ha suscitado un fenómeno bastante particular en redes sociales. Ante la derrota de su candidata, los simpatizantes de la alianza Fuerza y Corazón por México han decidido que la nueva clave para su organización de oposición es arremeter en contra de los pobres. Lo cual no es ni sorprendente ni inesperado, pero quizá sí es bastante bizarro ver el nivel de antipatía que tienen hacia las personas que perciben como “el otro”.
Ya sea que escriban que “las boletas deberían estar en inglés” o que “de ahora en adelante ya no le voy a dar limosna a nadie” o que “la servidumbre domesticada” no merecía el derecho al voto, el sentimiento que impera entre los que se consideran perdedores es el de la venganza. Lo cual me parece interesante, pues a pesar de que hagan videos de TikTok considerándose las víctimas de Los Juegos del Hambre, sus mensajes en Twitter e Instagram dan a entender que ellos saben el privilegio que tienen, el del dinero, y el enorme daño o beneficio que pueden causar al darlo o retenerlo.
La disonancia cognitiva de la fachiza los hace reconocer todo lo que tienen, a diferencia de la chairiza: que ellos viajan en avión y que escucharon, de primera mano, que en París y Milán, la gente prefiere votar por el PAN; que ellos no quieren ser comunistas, porque el capital es lo único que les da sentido a sus existencias; que su mayor miedo es que van a ser como el resto, sin la diferenciación que otorga la ropa de marca, la educación privada y las políticas conservadoras. Pero al mismo tiempo, los obliga a reconocerse como la minoría que sí son, como los derrotados, los que odian a los que estructuralmente no pueden ser como ellos y que sobreviven gracias a la desigualdad institucional, provocada, hecha con toda la intención de que así sea.
En redes sociales, la polarización toma tintes emocionales. El asunto no es sobre si las políticas del partido que ganó o perdió, el asunto es qué sentimientos estamos hiriendo con el resultado de las elecciones y, como la historia lo ha probado una y otra vez, los sentimientos de los ricos valen más que los de los pobres. Así que lo que vemos es un desplegado de exabruptos encolerizados. Hay varios que fantasean con que exista un desastre natural que arruine cientos de vidas, para ellos poder retirar su hipotética ayuda y decir “que los ayude su partido”. Hay otros que se niegan a volver a reconocer a un cerillito, a una persona en situación de calle o un enfermo. Hay otros que dicen que se van de aquí, si el país no obedece al ritmo de sus deseos resentidos.
Se rompe la ilusión, entonces. Nos damos cuenta todos que nunca estuvo en sus intenciones el dar “fuerza y corazón” a México, sino el de satisfacer su tesoro más grande, el más importante de todos: la diferencia, el ellos contra nosotros, el yo contra el otro. Qué terrible debe ser, entonces, que los otros hayan ganado y que hayan avanzado 30 puntos para borrar ese límite imaginario.