Por: Carolina Díaz Flores
Una de las mayores inquietudes de la humanidad ha sido la de resolver problemas de salud y la actividad curativa se ha centrado en individuos particulares de cada comunidad, así nace la profesión médica, como una actividad profesional y social de ciertas cualidades. En toda sociedad, la intención de conocer el proceso de salud y enfermedad genera nuevas dudas; por ejemplo, ¿cómo se forma un médico? Y, ¿qué se debe esperar de él? Generalmente, la expectativa es alta, en gran medida por la herencia mágico-religiosa del proceso curativo, pero en tiempos actuales se promueve por el mundo laboral competitivo e inflexible.
No es ningún secreto que muchas de las deficiencias del sistema sanitario mexicano se encuentran en la calidez, incluso más que en la calidad del servicio. Esto pone sobre la mesa cómo estamos formando a los futuros médicos. ¿Con qué herramientas de gestión de salud física y mental cuentan los galenos en formación? Ante estas interrogantes surge la necesidad de dilucidar cómo y por qué desde la formación profesional, se promueve el sacrificio del bienestar y salud propio en el nombre del éxito profesional.
En este senti
do, es necesario hacer visible que la educación como parte de la cultura presenta condicionantes de tipo social, que explican (en gran medida) la formación médica actual, pues existen comportamientos que han trascendido dentro de los espacios formativos del médico, por ejemplo, el ejercicio paternalista de la medicina ha dado lugar a que los médicos tengan el poder fáctico de educar y cuestionar comportamientos individuales e, incluso, juzgarlos. Y en la contraparte, las personas enfermas acuden al médico en una situación de vulnerabilidad, pues han perdido el bienestar y otorgan al profesional la confianza para recuperar su salud. Esta condición tan desigual genera que las poblaciones sitúen al médico en una jerarquía particular y esto amplía la brecha respecto a los demás individuos, dicha situación genera que desde la formación médica exista admiración por esa condición de ventaja, nutriendo muchos comportamientos nocivos tanto para la salud individual, como colectiva. En tiempos actuales, la educación médica se ha modificado notablemente, pues el acceso a información de manera masiva, la tecnología al servicio de la medicina y el mundo global competitivo modifica el perfil de los estudiantes médicos, ahora se forman médicos más actualizados, pero menos sensibles, con mayor capacidad técnica pero menos involucrados en la relación médico-paciente, cada vez más entrenados, pero menos disponibles, más automatizados pero menos humanizados, con mayor capacidad de hacer y saber, pero menos disposición de estar y acompañar al enfermo. Históricamente se han establecido una serie de atributos deseables en el aspirante a médico, como la necesidad de empatía, que en décadas recientes se ha magnificado, puesto que los avances tecnológicos distancian al médico del paciente y la respuesta social ha sido la de engrandecer y reconocer esta cualidad como importante desde la educación, ya que otorga al estudiante la capacidad de entender holísticamente la enfermedad y los aspectos emocionales que la acompañan y no sólo ver al enfermo como un saco de piel que contiene células, sangre, carne, hueso, etcétera; sin embargo, aunque algunas cualidades positivas como ésta han sido protagonistas en las escuelas de medicina, también se han promovido características que degeneran la formación, como la apreciación negativa al hecho de que los estudiantes reconozcan los estragos que el estrés o el trato con enfermos produce en su salud física y mental. No es positivo que un estudiante médico admita estar cansado o que tiene dificultades emocionales para lidiar con la enfermedad y muerte de otras personas, esto se vuelve un símbolo de debilidad e incompetencia, pues para tomar las mejores decisiones hay que actuar con objetividad y claridad, el involucramiento emocional con los pacientes debilita su capacidad (o al menos en el imaginario de las instituciones educativas y de salud), este discurso tan generalizado en las aulas y hospitales de enseñanza asume que un humano es capaz de vivir la muerte y el sufrimiento de otros sin inmutarse, negando la propia naturaleza humana del médico. Ante este panorama es urgente cuestionar y reconstituir la visión social e institucional, de cómo y en qué condiciones se deben formar los futuros médicos.