MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Uno nunca está más inerme que cuando no tiene lenguaje
Hace pocos días, el 7 de mayo, CRG fue galardonada con el Premio Pulitzer de Memoria o Biografía, según cómo entienda el lector la categoría de memoir. El premio se lo mereció por su inconmensurable obra El invencible verano de Liliana, ¿y qué decir de este libro que no hayan dicho ya otros? Halagos por montones, definiciones muchas, reseñas y resúmenes se han esparcido en las otras ocasiones que ha salido premiado (el premio Xavier Villaurrutia 2021, el Premio José Donoso 2021, entre otros). Pero ¿por qué es tan importante este libro? ¿qué representa El invencible verano de Liliana y, de paso, la escritura de Cristina Rivera Garza?
En primer lugar, es una obra que transgrede las convenciones sobre lo «literario» y las fronteras establecidas sobre los géneros. ¿A qué género pertenece este libro? ¿Es una novela, una (auto)biografía, pertenece a la «no-ficción»? Este libro pone de relieve las limitaciones que dicha taxonomía impone y permite explorar las amplias posibilidades del lenguaje nutrido de diferentes materiales.
Hace dos años, en noviembre del 2022, Cristina Rivera Garza visitó la Casa de México en Madrid, a propósito de su más reciente publicación teórica y crítica Escrituras geológicas (Iberoamericana Vervuert, 2022). Lo leí tan rápido como pude para conseguir llegar a la presentación con nociones de lo que la autora argumentaba en su obra. En ese libro, Rivera Garza apuesta por un lente más amplio que traspase la frontera problemática entre la ficción y la no ficción, dejando atrás la convención de que la literatura es autónoma (el arte por el arte) y se remite a Josefina Ludmer: «Estas escrituras [postautónomas] no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son literatura. Y tampoco se sabe si son realidad o ficción. Se instalan localmente y en una realidad cotidiana para «fabricar presente» y ése es precisamente su sentido». Con esto, lo que defiende Cristina Rivera Garza es un entendimiento más amplio y diverso sobre la escritura. Se trata de una tarea de excavación –de ahí su adjetivo geológico– encomendada a la escritura para levantar las capas que construyen el lenguaje: materiales históricos, plurales, sociales, epistemológicos, literarios y también afectivos. Más que empeñarse en que el lenguaje se apropie de lo que escribe, busca reconocer de dónde y de cuántas voces más provienen estos materiales que, muy ecológicamente, la literatura reutiliza; se trata de escribir desapropiativamente.
Cuando comencé la lectura de Escrituras geológicas y leí ese concepto de «escritura desapropiativa» pensé en automático en las teorías de la heterogeneidad –que discute, en parte, la conceptualización de una única literatura nacional– pensando justamente en las voces, materiales, archivos y tradiciones heterogéneas que componen a la literatura. Al terminar el libro me encontré con ese titulillo del penúltimo ensayo: «se deberían llamar, en todo rigor, heterografías», escrituras heterogéneas porque «el énfasis escapa a cualquier noción de individualidad». No estaba tan perdida.
¿Qué tiene que ver, entonces, la postura teórica de Rivera Garza en Escrituras geológicas frente a su libro El invencible verano de Liliana? El libro que escribió en memoria de su hermana es uno que podemos excavar por horas y horas, haciendo indagaciones desde ángulos políticos, estéticos, de género, y que lejos de ser un libro cuyo discurso fusione, digiera y homogenice géneros y disciplinas, busca hacer evidente las diversas estrategias textuales que cada uno de ellos conlleva. La escritura de Cristina Rivera Garza es (y lo ha sido desde Nadie me verá llorar) una escritura posicionada en un lugar de plena consciencia y generosidad: una escritura anfitriona.
Abre la puerta de la casa, extiende el brazo indicando el camino: pase por este pasillo, al fondo, detrás de la puerta corrediza, encontrará el salón. Allí, pone la mesa, sienta a sus invitados y propone un diálogo, uno nuevo en el que cada uno de los géneros que explora y disciplinas que conoce pueda ser partícipe se la conversación; se reconocen las voces y las estrategias, se activa un discurso que es simultáneamente estético, ético y político. Lo es contundentemente en El invencible verano de Liliana. Es una escritura anfitriona que se empeña por ceder la cabecera a cada voz y sedimento textual que forma parte de sus libros: la historiografía, el trabajo de archivo, Cristina Rivera Garza no deja de ser historiadora cuando escribe.
Desde Nadie me verá llorar percibíamos la voluntad de utilizar registros textuales de la literatura ficcional y de Archivo, llevándonos por el camino de la memoria, la (re)construcción, el lenguaje que corre apresurado detrás de la realidad y produciéndola al mismo tiempo. Con plena consciencia de los retos que el lenguaje plantea, Rivera Garza se sienta en el escritorio e inicia un diálogo para abrir nuevas preguntas sobre el lenguaje en un contexto del que no puede desprenderse, huye de su autonomía y se ubica en tiempo y espacio.
Un profesor cuya obra y criterio estimo mucho (paseábamos en una librería cuando nos encontramos allí por accidente), me dijo que le notaba las costuras a Autobiografía del algodón. No había leído ese libro, así que no dije nada. Es cierto que en otros libros de la autora se notan los delineados del Archivo, ya sea afectivo o institucional, la labor investigadora a la que se dedica, pero no es que se noten la costuras, es que se visibilizan los sedimentos y se desapropia de ellos. ¿Qué mejor ejemplo que dejar que la escritura de Liliana (sus diarios, sus cartas, su apuntes) fuera la forjadora de su historia y memoria? Respetando por demás la complejidad de la persona que era y sacándola de la caja de “víctima” como único ángulo para conocerla. El libro de El invencible verano de Liliana tiene más de una autora, tiene más de una fuente, tiene más de una persona en ella. Si Cristina Rivera Garza no llevara tiempo trabajando en esta forma de escritura, no tendríamos hoy un libro como es El invencible verano de Liliana, complejo y profundo, que se fuga de los lineamientos literarios: aquí no hay personajes (no es una novela de género negro que necesite trabajar ciertos personajes, como un autor desubicado sugirió), hay sujetos; aquí no hay trama ni decisiones creativas, hay un cotejamiento histórico y afectivo; y aquí resalta más que nunca la preocupación por un lenguaje que produzca una realidad nueva, un lenguaje que capaz de nombrar. Este libro es una obra de sensibilidad, amor y cuidado absoluto. Es una escritura anfitriona que ha permitido que distintos hilos textuales la encarnen en nosotros.