DIEGO VARELA DE LEÓN
Sin duda alguna las relaciones humanas son, o mejor dicho las mismas personas las hacemos complicadas y esta interacción, al no ser propositiva ya con personas cercanas como los amigos, la pareja y la familia, pueden incrementar las probabilidades de que algunas personas se conviertan en víctimas o perpetradores de actos violentos.
En los casos de violencia infligida por la pareja y del maltrato hacia niñas, niños y adolescentes, la convivencia cotidiana o el compartir el domicilio con un agresor puede aumentar las posibilidades de que se produzcan encuentros violentos y las víctimas sean reiteradamente maltratadas.
En el caso de las niñas, niños y adolescentes que sufren de este tipo de violencia familiar, sin duda serán patrones que reproduzcan en la vida adulta, lo que se traduce en la reproducción de conductas no propias y que aumentan las probabilidades de que éstos se involucren en actos violentos cuando sus amigos promueven y aprueban esos comportamientos.
Hablar de las dimensiones de las violencias, como el caso de la violencia familiar, nos permite en primer término reflexionar y reconocer que la violencia no es natural, sino que es producto de las relaciones sociales y que por tanto tiene un sentido transformador. También hace posible comprender que la violencia no es sólo una y no se expresa de manera homogénea, sino que tiene múltiples rostros, sucede en distintos contextos y se sostiene en distintas dinámicas y normas sociales. Comprenderlo nos permitirá que identifiquemos las expresiones de violencia más frecuentes en nuestro entorno y, de este modo, lograr el diseño y la implementación de estrategias de prevención más efectivas.
En incontables ocasiones nos preguntamos el por qué tanta violencia en sus diferentes manifestaciones, y nos cuestionamos por qué hay momentos en que la violencia rebaza toda racionalidad y observamos que en todas las clases sociales, razas y religiones hay hombres y mujeres que golpean a sus parejas. Observamos que muchos violentadores no son violentos en otras relaciones sociales, como en el trabajo o con los amigos etc., y éstos tienen un concepto tradicional de cómo comportarse como hombres (machos) y como padres de familia, los agresores se concentran más en sus propias necesidades y no en el dolor y el miedo ocasionados en la víctima por su violencia y en incontables ocasiones como un medio de excusa culpan a su propia pareja de provocarlos, cuando en realidad su comportamiento violento ya existe.
La violencia familiar, maltrato o abuso de pareja son el empleo de la violencia entre personas que están casadas, que viven juntas o que tienen o han tenido una relación íntima de cierta duración. La violencia doméstica puede consistir en empujones, golpes, cachetadas, estrangulación, puñaladas, actos sexuales forzados o la amenaza de violencia para controlar el comportamiento de otro. Y esto se puede traducir en situaciones muy graves y terminar con heridas y hasta con la muerte.
Típicamente, la primera reacción de terceras personas frente a la violencia doméstica es preguntar ¿por qué no se escapa la mujer de esta relación tan violenta? Y Muchas mujeres sí, se separan del hombre que las maltrata, aunque otras tantas aguantan los castigos por una variedad de razones.
Esto es debido a ideas enseñadas por su religión, su cultura y la propia sociedad en la que viven, la mujer puede creer que tiene la obligación de conservar el matrimonio, cueste lo que cueste y, como dice el dicho, “es la cruz que tu decidiste agarrar”. Algunas otras aguantan el maltrato en sus diferentes manifestaciones con tal de mantener una supuesta unidad familiar en beneficio de sus hijos y muchas veces toman la decisión de irse y llevarse a los niños sólo cuando ven que sus hijos comienzan a ser objeto de violencia.
La mujer maltratada frecuentemente corre más peligro de daños físicos al intentar escaparse. El peligro puede tomar la forma de amenazas o de ataques cuando intenta huir, teme por su propia seguridad, por la seguridad de sus hijos y por la seguridad de las personas que le ayudan. Posiblemente el hombre no siempre la maltrata físicamente, pero sí económicamente, psicológicamente o socialmente e incluso éste puede mostrarse arrepentido de la violencia que ha ejercido, prometiendo cambiar y al final del día nunca lo hace y siempre repite las mismas dinámicas de violencia.
En los hogares donde hay violencia doméstica el miedo, la inestabilidad y la confusión han reemplazado el amor, el consuelo y el apoyo que los niños necesitan, pues éstos viven con el temor constante de ver sufrir a su mamá, la persona que los debe cuidar y proteger y pueden tener emociones encontradas y sentirse culpable por querer al agresor (papá o mamá), o pueden culparse a sí mismos de ser la causa de la violencia y los niños de estos hogares pueden sufrir dolencias relacionadas con la tensión, además de problemas auditivos o el habla, y al final del día estos niños tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes, alcohólicos o adictos. Y aunque posiblemente no sufran maltrato físico, sí sufren trauma emocional y lesiones psicológicas de ver a su mamá golpeada por su papá o viceversa.
Y convencidos de que todo puede cambiar y que la solución está en cada uno de nosotros, pero también en aceptar que necesitamos ayuda de personas especializadas tenemos que acudir a las autoridades que cuentan con las áreas para una atención integral e idónea en prevención e impartición de justicia, así como buscar ayuda profesional de manera individual, de pareja y de familia.