DANIELA ALBARRÁN
Hace algunas semanas comencé a aprender a tocar el piano. No sé ni leer las partituras, todo lo que sé lo he aprendido con clases en YouTube, pero sé que tengo un gran talento, es más, me atrevería a decir que ya soy una gran pianista, tan es así, que sentí que las dos canciones que me sé (“Estrellita estrellita” y “Feliz cumpleaños”) merecían ser escuchadas por todo el público posible, así que convoqué a un magno concierto en un teatro de Toluca y cobré 5,000 la entrada. Todos mis amigos apoyaron mi iniciativa, porque ellos también me dijeron que todo mundo necesitaba escuchar “mi sonido”, no recibí ninguna crítica, ni constructiva ni negativa. Solo aplausos…
Sin embargo, semanas después me enteré de que mis amigos y asistentes se burlaron de mi concierto y fui el hazmerreír de toda la ciudad.
Esa historia suena a broma no tan broma, ¿verdad? Pues afortunadamente para mí como para los oyentes ficcionales, por supuesto que es una broma, pero es una historia que sirve para ejemplificar algo que pasa mucho en el mundo del arte, llámese literatura, música o pintura, etc.
A veces, con la emoción del momento, de que estamos aprendiendo o que, incluso, llevamos años practicando ese arte, no nos damos cuenta que esa obra que hicimos no sólo no debería ser publicada, o expuesta, sino quemada, o en el mejor de los casos, guardada para, posteriormente, regresar a ella y aprender de los errores cometidos.
Sin embargo, aquí veo dos factores importantes:
1. La crítica exterior: Normalmente, cuando nos dedicamos, por ejemplo, a la literatura y apenas comenzamos a escribir, vamos a talleres literarios o buscamos amigos que, en el mejor de los casos, tienen conocimiento del tema y les preguntamos: ¿qué te pareció? Es más hasta decimos cosas como sé sincero o destrózalo, etc. Sin embargo, las críticas que se reciben no están conforme a la función del texto, sino más bien, lo hacemos desde la amistad o empatía que nos genera esa persona.
2. La autocrítica: Éste es un tema álgido porque puedes ser a veces muy duro contigo mismo y no creer en lo que haces, pero también puedes estar desbordante de seguridad y puedes actuar como mi yo pianista ficcional y, finalmente, exponerte y hacer el oso de tu vida, y es en este último caso el que me interesa en este momento.
Y me interesa porque creo que todos alguna vez hemos sido todos los actantes, la pianista de la historia, los amigos que no saben cómo criticar la obra y, por desgracia, los que nos hemos reído de la pianista.
Hasta este punto sólo me queda decir que cuando uno se dedica al arte, también debemos tener un sentido de autocrítica; que no digo que sea fácil, porque implica un proceso de autoreflexión, cuestionamiento y postura frente a tu trabajo artístico, pero es importante hacerlo, cuestionarnos, hacernos las preguntas difíciles y también conocernos a nosotros mismos y nuestros límites artísticos.
Entender que quizá no todo lo que producimos se tiene que exponer o ser publicado porque al final no sólo expones tu obra, sino también a ti mismo. Y creo que debemos amarnos y amar tanto nuestro trabajo para aprender a distinguir cuando algo está listo, cuando es un ensayo que nos llevará a donde queremos, o, bien, cuando algo no cumple con nuestros propios estándares estéticos.
Por otra parte, si algún artista que apreciamos se nos acerca para pedirnos una opinión crítica sobre su arte, primero debemos cuestionarnos ¿tengo las herramientas necesarias para criticar su obra? Si la respuesta es no, decir sinceramente que no las tienes y si sí las tienes, tener la madurez para criticar la obra, sí desde la empatía, pero sobre todo desde tus conocimientos técnico estéticos. Ése es el mejor regalo que le puedes hacer a ese artista: darle una crítica que lo ayude a mejorar, desde tu conocimiento en el tema.
A lo largo de los años que llevo escribiendo he escrito muchas cosas, desde cuento, poesía, ensayo académico, tesis, artículos de opinión, etc., y antes de darle ENVIAR siempre trato de cuestionarme si esto que estoy publicando me va a avergonzar; me gustaría decir que todo lo que he publicado me ha hecho sentir orgullosa, pero la verdad es que no. Y es algo en lo que trato de mejorar cada día, dejo muchos textos guardados en mi escritorio, o sea, dejo pasar años para publicar algo y a veces trato de ser indulgente conmigo y decirme: vale la pena, pero también son muchas veces las que me digo, respira, piénsatelo más veces y no lo envíes hasta que estés segura.
Escribo esto como autorreflexión, pero también porque sé que la crítica constructiva al arte de nuestros amigos es compleja y muchas veces decimos que “todo chido”, cuando realmente no lo pensamos, o cuando justamente no tenemos las herramientas para emitir un juicio.
Sólo pido que si tu artista de confianza te pide su opinión y piensas que su obra no sólo no aporta nada a su trayectoria artística, sino que lo ridiculiza, por favor, por favor, no lo dejes exponer ni publicar. Hazlo desde el amor que le tienes a esa persona; no permitamos que ningún artista se vuelva el hazmerreír de nadie.