Adso E. Gutiérrez Espinoza
Hablar sobre la ortografía siempre me coloca en un espacio de confrontación, no tanto por las fallas en mi escritura (que ha ocurrido, incluso en las anteriores columnas, “a la mejor cocinera se le va un tomate entero”), sino que la propia ortografía amarra a la persona a ciertas reglas y conceptos para mejorar y eficientar la comunicación. Lo anterior, lejos de ser “bloques”, indica cómo es la comunicación, aunque el hablante podría conocerlos, no tanto por memoria, sino por el uso y el sentido común. Entonces, ¿cuál es la confrontación? Como narrador, he intentado en mis textos “quebrar” la ortografía para proponer otras formas de contar historias —unas maneras experimentales, que no siempre son exitosas, pero son experiencias creativas que seguro me ayudarán en otras propuestas.
Luego, en las investigaciones sobre literatura dieciochesca, me he dado cuenta de que el español cambia y lo que ahora consideramos como errores no eran tales en ese siglo. Estas joyitas, que no siempre son conocidas por los hablantes que encontramos día con día, ilustran: el español cambia, esto debido a su uso, y ciertas reglas podrían mantenerse y otras no. Por ejemplo, en este último lustro he estado rescatando textos literarios dieciochescos en los que se muestran esos cambios. El siguiente fragmento, tomado de Doctrina imperial, ilustra lo anterior: “El segundo, dar salidas a cualquier negocio que antes no haiga dejado el dinero y paciencia su dueño”.
Después, como lector, encuentro interesante las maneras con las que, por ejemplo, autores de literatura y cineastas se comunican, también “quebrando” al lenguaje y, en cierto modo, a la ortografía —aclaro que no estoy generalizando — y hablantes cotidianos que lo hacen por divertimento —por supuesto, habrá quienes lo hacen por ignorancia. En el primer caso, por supuesto, este “quebrar” se hace conociendo al mismo lenguaje, sus reglas y su lógica. O al menos hay un conocimiento sobre aspectos “quebrados” por el autor
- Por otro lado, el auge de las redes sociales (Instagram, X, YouTube, Mastodon, entre otros) ha permitido una mayor comunicación entre personas, ubicadas en distintas latitudes del mundo, la cual las ha ayudado a construir redes sociales, comerciales e incluso artísticas. Lo peculiar es que también, entre ellos, en particular entre los creadores de contenido, se han evidenciado más los problemas ortográficos de cada uno, que podrían ser interpretados como “así se escribe” por quienes están en formación o tienen vacíos en su conocimiento sobre el lenguaje —me imagino a estadounidenses asumiendo que la escritura de Donald Trump es de la mejor, a pesar de sus disparates. Por supuesto, imaginar el uso de redes sociales, siguiendo al pie de la letra la normativa de también sería orotgráfico, es decir, único en un doble sentido, una escritura delimitada por estas reglas, bajo una premisa de “comunicación eficiente y limpia” y también aburrida, pues la diversidad estaría limitada a una alta comunicación, dejando a un lado lo que los demás pudieran escribir, con un mínimo de conocimiento ortográfico —¿se dejaría a un lado la riqueza de lo popular?