ALBERTO TAGLE
Scott Lash apunta, en Crítica de la información, sobre la imposibilidad de una crítica que pueda configurarse como un trascendental que tome una distancia necesaria respecto de su objeto de estudio. En un entorno sociotécnico donde parece que prácticamente todo puede devenir información, desde la biometría hasta el mapeo del genoma humano, no puede existir una distinción diáfana entre sujeto y objeto. Para Lash, cuando la intensidad suprafenomenológica del procesamiento de inasumibles cantidades de información digital va de la mano con una velocidad de transmisión que ocurre a temporalidades infrafenomenológicas se clausura cualquier tipo de posibilidad de trascendentalismo por la inmanencia producida por la homogenización digital. Conceptos que han resultado fundamentales para la articulación de la filosofía y la civilización occidental como la dialéctica, la verdad o la propia idea de democracia se tambalean por la incapacidad de adecuarse a unos tiempos que van más allá de lo humano, si así quiere entenderse. Como argumenta Rosi Braidotti, en El conocimiento posthumano, las particulares formas de relación e interacción que tenemos con la técnica postindustrial hacen que nuestra ontología devenga relacional, que no podamos definirnos a nosotros mismos, ni a aquellos otros agentes con los que nos asociamos. Ya no somos en cuanto sustancia, sino en cuanto relación. No puede existir, ahora, un sujeto que se abstraiga de su relación con el objeto para concretarlo en la medida en que también nosotros nos concretamos a través de nuestras relaciones agenciales. Así, dualismos como los de vida/muerte, sujeto/objeto, hombre/mujer, naturaleza/cultura parecen atender a condiciones sociotécnicas ahora incompatibles en tiempo y espacio. En este sentido y como entiende Paula Sibilia, uno de los pilares fundamentales para Occidente que parece no poder ser capaz de seguir el ritmo es el de la propiedad.
Obras como Imperio de Antonio Negri y Michael Hardt o Capitalismo cognitivo de Carlo Vercellone muestran que el devenir información también cambia radicalmente las formas de producción, reproducción y acumulación de capital en la medida en que en la actualidad el conocimiento, las propiedades intelectuales, y su particular iteración digital, toman un papel central en la economía. Se entroniza así, un capitalismo de plataformas, de rentas digitales y suscripciones mensuales, de adquisición de licencias de uso siempre susceptibles a que sus políticas sean alteradas el cual es totalmente dependiente de una lógica extractivista de minerales necesarios para toda la infraestructura digital, de un segundo capitalismo industrial llevado a las periferias del mundo. Ni en el norte global informacionalizado ni el sur que provee, desde el extractivismo y la precariedad, las minas que permiten la materialidad de dicha infraestructura parece que pueda seguir articulándose de forma tradicional una idea diáfana de propiedad. Como sugiere Gary Hall, es primordial pensar y ejercer otros tipos de propiedad que vayan más allá de los modelos privativos, empresariales y puramente mercantiles que funcionaron anclados en un frágil dualismo entre lo público y lo privado. Se trata de pensar en formas de propiedad que se basen en el cuidado común, en la deuda positiva y la comunalidad. Por ejemplo, el propio Hall sugiere que podríamos pensar a la propiedad de la escritura no como un bien a explotarse, sino que más bien la escritura se tiene de la misma manera en la que se dice “yo tengo un amigo”: tener desde la responsabilidad hacia el otro.