DANIEL MARTÍNEZ
Ya transcurrió un cuarto de siglo. El XXI ya tiene edad e historia. En esta cronología a la que como occidentales nos hemos habituado, el siglo XXI, esa abstracción temporal que para algunos sólo era algo que apenas comenzaba a suceder, ha llegado ya a una cuarta parte de su desarrollo. Podemos hablar ya del primer cuarto del siglo XXI. ¿Qué recuentos, listas o inventarios podemos extraer? Pensé que una respuesta la podemos encontrar en el más reciente libro de Jorge Volpi.
Terminé el 2024 leyendo La invención de todas las cosas. Una historia de la ficción, publicado apenas en el año que acaba de terminar, y que es justo eso: un inventario de todas las ficciones creadas por la humanidad desde que existe, o desde que existe lo que conocemos como ficción (Volpi aventura que pudo haber surgido desde que un homínido relató a otros, en un lenguaje primitivo de señas y sonidos, su hazaña cazando a un mamut, aderezada con invenciones propias que enriquecían su relato), o incluso desde el origen y devenir del universo y el mundo, al menos tal como lo conocemos: desde el Big Bang hasta The Big Bang Theory (2007-2019), podría decirse (la última de las obras mencionadas es Oppenheimer de Christopher Nolan, del 2023).
El libro de Volpi es un largo y vertiginoso viaje (800,000 años de ficciones en 665 páginas) por la historia del arte, la ciencia y la cultura; por la historia de la humanidad misma, o por la historia de la ficción, que es decir lo mismo según el autor. Su catálogo y cronología abarca artes visuales, ciencia, filosofía, historia, literatura, música, cine, mitos y religiones, artes escénicas, televisión y hasta videojuegos. Un periplo que no por largo es aburrido, pues sabe combinar una amplia erudición con un estilo que para nada es tedioso o rígido; y un repertorio que, aunque amplio, nunca se torna en un soporífero “catálogo de las naves”, sino que sabe llevarnos con fluidez de un dominio al otro. Casi sin darnos cuenta pasamos de las primeras pinturas rupestres a las pirámides de Giza, de Enheduana (primer nombre de autor conocido) a Homero; de Esquilo a Ovidio, del Mahabharata al evangelio de Juan; de la Novela de Genji (Murasaki Shikibu, primera novelista conocida) a la Divina comedia… Santo Tomás de Aquino, Botticelli, Maquiavelo, Shakespeare y Cervantes, Kepler y Newton, Sor Juana, Vivaldi, Kant, Mozart, Dostoievski, Marx y Engels, Nietzsche, Freud, Einstein, Picasso, Kafka ―por supuesto―, Breton, Woolf, Tolkien, Stravinsky, Borges, Buñuel, Bolaño, sólo por mencionar algunos nombres, hasta obras maestras de la ficción en los videojuegos, como Metal Gear Solid de Hideo Kojima, películas como Joker o series como Stranger Things.
En su “Falso prólogo”, Volpi comienza a relatar: “La palabra ficción proviene del verbo latino fingere, que no significa fingir ni engañar, sino tallar o modelar, el término usado por los artesanos para confeccionar una vasija y por los escultores para dar vida a una venus. La etimología no podría resultar más apropiada: la realidad es esa argamasa a la que damos forma y volumen con la imaginación”. Estamos rodeados de ficciones, conformados por ficciones: recibimos, emitimos, asimilamos, modificamos e intercambiamos ficciones; y todo esto que llamamos “muy a la ligera”, realidad, no es más que un complejo entramado de componentes ficticios (de los que no escapa ni la propia ciencia), con el que damos moldeamos nuestra realidad.
Gracias a los descubrimientos de Werner Heisenberg ―nos dice desde el primer capítulo―, “la física ya no nos dice qué es el mundo, sino cómo lo vemos, al tiempo que nos revela que las cosas, todas las cosas, no están formadas por diminutas partículas de materia, sino por ondas de probabilidad en campos cuánticos”. Poco después, Erwin Schrödinger revela nuevas posibilidades: “La física cuántica no nos dice ―no puede decirnos― dónde se halla una partícula cuando no la vemos: lo más que puede revelarnos son las probabilidades de encontrarla si la observamos. Esas posibilidades no son, a fin de cuentas, sino futuros posibles: ficciones entreveradas. (…) La más perturbadora consecuencia de la física cuántica es que requiere de un observador: si el mundo es como es, te lo debe a ti”.
Una especie de solipsismo: el mundo existe en tanto lo percibe y cómo lo percibe la consciencia. Nuestra percepción del universo también es, de alguna manera, una ficción: todos conformamos y poseemos una visión ficticia y personal de lo que nos rodea. Nosotros mismos somos, finalmente, ficciones andantes. Bajo esta premisa, comienza la travesía: “Un viaje personal a la ficción: desde sus orígenes entre los seres vivos, los mamíferos, los primates, los homínidos y al cabo los humanos hasta nuestros días, cuando, gracias a las computadoras de bolsillo que aún llamamos teléfonos, devoramos más ficciones que nunca”.
Y como esto no es un comentario editorial, sino una recomendación personal, para terminar diré que La invención de todas las cosas es uno de esos libros con los que ―como hacía mucho no me pasaba―, tienes una especie de idilio y estás siempre esperando el momento de estar a solas con él para ver qué más sucedió en esa ficción de ficciones; qué sigue y, sobre todo, cómo termina: qué reflexiones nos arroja sobre los días en que vivimos. Es también un libro enriquecedor en muchos sentidos, pues sabes que al terminarlo habrás tenido una experiencia altamente nutritiva, aunque te quedes con esa impresión de no estar saciado, de vacío, de querer más. Irene Vallejo lo dijo muy bien, aquí sí en un comentario editorial: es “Un libro que atrapa, nos invita a explorar el mapa genético de nuestras ideas y nos devuelve al mundo más sabios”.