CAROLINA BARRERA
Entre muslos
Sobre sus muslos, como en la madrugada, pero con la mirada fija, las pupilas aún brillantes, las cejas impávidas, con cierto aire de desprecio en el ceño, aún tibia al sostenerla entre sus manos, mientras estaba sentada frente a la mesa del comedor, envuelta en una bolsa de plástico transparente, la cabeza de Misael.
Venía con un mensaje, Señora. Ella lo arrancó de las manos del Grande luego de volver a poner sobre sus piernas y cerca de su vientre, el rostro de quien hasta hace unas horas había amado: “Si sigues escribiendo te pasará lo mismo.”
Acercó sus labios a la bolsa, a la boca de Misael, luego se la entregó al Grande.
Vete a avisarle a Doña Maricarmen, a Junior, a sus hermanos que los espero en la casa de Matamoros, que crean que es para los planes de la cena de Navidad, habla a Aguas que no se les desmarquen por nada a mis papás, que nadie haga olas, hoy finjan que conocen la discreción, dile al Pozolero que la incinere y un melón de dólares a quien encuentre el cuerpo.
Se metió a su habitación con una botella de Don Julio 70, su tequila favorito. La puso en el buró, aventó un tacón con los dedos del pie y luego el otro, se empezó a quitar la blusa blanca de gaza, liberando los diminutos botones de arroz nácar y solas, sin sollozo ni eco, comenzaron a brotar, largas, lentas y pesadas las perlas de jazmín salado recorriendo su rostro hasta llegar a su pecho.
Al levantar la cabeza se encontró con una desconocida en el espejo del baño, sintió temor y sin mucho pensarlo sonrió mientras secaba las lágrimas. Se quitó el pantalón y en tanto se llenaba la tina trataba de encontrar entre las burbujas que el chorro dibujaba, la pieza que faltaba.
Abrió la botella y sin intentar buscar un caballito, se la empinó hasta sentir que el ardor del vientre subía por el esófago, llegando al cerebro. Entonces se sumergió en la tina, que ya estaba llena y con el agua bien caliente, puso el jabón líquido de lavanda, prendió un incienso y la mitad de un porro que en el borde de la tina la esperaba.
Y, como eco, creyó escuchar: quien vende no se mete, mi Reina, quien vende no se mete; pero yo no vendo; pero yo sí y eres mi mujer y en esta casa yo mando.
Pero Misael ya no estaba.
En madrugada, estando a los pies de la cama, cual felina hambrienta, acarició con su lengua su tótem. Él la tomó del cabello y guió con su puño cerrado el vaivén. Ella extrañaba el cosquilleo de su glande al fondo de su paladar.
Así me gusta ¡con rudeza!, sino de seguro ya te descargaste con otra. Le gustaba sentirse sometida en medio de sus piernas y con su mano jalándole los cabellos como quien lleva la crin de una yegua. La tiró al piso, aún seco, le arrancó la ropa.
¡No! Esa tanga era nueva. Ahogó su queja con un profundo beso y así empezó a penetrarla, pellizcando sus pezones, bailando con su barba en todo su vientre hasta sumergir la lengua en su vulva.
Por eso le había perdonado lo casado, por esa habilidad de saber dilatar el placer como a ella le gustaba. Así Misa, así, bien sabes que con esto me matas. Gimió ella. Entonces el piso se mojó, de ella, de él.
Me voy unas semanas. Pero si acabas de llegar. Tú sabes cómo está ahorita de caliente todo. Pero ¿cuánto es, unas semanas? No lo sé el tiempo que el Patrón tarde en arreglar las cosas en Costa Rica. No vas a allá, siempre me mientes. Es por tu seguridad. Por mi seguridad nunca me hubieras traído acá.
Presagio
Ella lo conoció un año atrás en su ciudad natal: Aguascalientes. Se lo presentó Laura, excompañera de ella del banco. Mira es un compañero de mi nuevo trabajo, no es de aquí, es de Tampico, y pues quiere conocer la ciudad, ¿cómo vez? Entonces aceptó que se reunieran los tres a cenar.
En cuanto lo vio le disgustó, físicamente era horrible: chaparro, gordo, viejo y algo hubo que no le vibró. Caballerosamente quiso pagar con tarjeta y, como no aceptaban plástico, ella acabó pagando la cena de los tres. Intercambiaron números de celular. Aún no salía del estacionamiento cuando ya le estaba marcando para disculparse por no haber sido él quien pago la cuenta y reiterarle el interés que tenía en volver a verla.
Ella, madre soltera, sin relaciones recientes y con la autoestima destrozada, decidió volver a ver al Ingeniero-Gerente de Refacciones de una importante compañía de tractocamiones.
La primera vez que por fin ella pudo hacer un espacio para que Misael le pagara la salida que le debía, fueron con el hijo de ella a un restaurant del Picacho. Ella no quería que nadie lo viera con ese tapón de alberca viejo y mucho menos alguien que le pudiera decir a su familia.
Emiliano, encantado, jugando en la resbaladilla y los columpios con otros niños de una familia que estaba sentada en una mesa cercana. Misael se desvivía demostrando su buena educación teniendo buenos tratos con el mesero y sobre todo en prestarle toda su atención a ella. Ella se sentía intimidada por tantas atenciones, piropos y caballerosidad, con ese muy norteño acento que a él lo caracterizaba.
Apenas habían traído la botella del tequila que a ella le gustaba. Sólo por aperitivo, si no se acaba nos la llevamos. Cuando Emiliano empezó a llorar, tirado al pie de la escalera tomando con el par de sus manitas su cabeza. Lloraba y gritaba al mismo tiempo.
Misael de inmediato pago la cuenta, dejo la botella y salieron conduciendo lo más rápido posible, de regreso a la ciudad. ¡No lo dejes que se duerma, no lo dejes que se duerma! Pero sólo es un golpe, tranquilo. Mientras el niño cesaba un poco su llanto, afortunadamente, no había sangre.
Llegaron a urgencias de la primera clínica del seguro social que encontraron, 15 personas por delante. Al Star Médica. No tengo dinero y ya no está llorando. No pregunte por el dinero, llámale a su pediatra para que él personalmente lo atienda. Pero… Márcale, por favor.
El doctor se disculpó, pero no podía acudir. Luego de quince minutos, al llegar al hospital, el pediatra estaba un tanto estresado, pero atendió a Emiliano. Después llegarían los padres de ella, asustados y extrañados por el individuo que muy amablemente estaba acompañando a su hija y a su nieto en tan lamentable situación.
La radiografía no arroja más que una inflamación en el cerebro, pero habrá que dejarlo en observación porque podría suscitarse una hemorragia interna. Gracias, doctor, lo encamino. El pediatra vio con desconfianza a Misael, pero estrecho su mano. Ella alcanzó a ver varios billetes que había dejado en la mano del doctor al soltarlo.
Al darse cuenta Misael de la mirada ajena de la acción, encaminó al doctor hasta la puerta del hospital. En el rostro de ella se podía leer aún la extrañeza.
Quieres que me quede contigo esta noche, te puedo acompañar, permíteme hacerlo. No, mis papás me acaban de preguntar lo mismo y también, como a ti, los mandé a dormir a su cama. Pero yo estoy acostumbrado a no dormir y así tú te duermes y yo lo cuido. Te agradezco mucho, pero apenas y sé tu nombre, vete a casa, no sé cómo explicarles a mis papás que estábamos haciendo en el Picacho. Fácil: te pretendo y te invité a comer. Gracias, pero no gracias. ¿Segura? Segura.
En la mañana, antes de la visita del médico, estaba en la puerta con un arreglo de flores y un racimo de globos formando el nombre Emiliano. Ella se sentía muy rara con tantas atenciones, sabía que podía acostumbrarse, sabía que no debía hacerlo.
Zacatecas y martinis
Al poco tiempo de hacerse novios empezaron las peleas. En una de ellas, La Jaiba decidió ir a un concierto a Zacatecas con el padre de su hijo. Rafael estaba muy emocionado de volver a verla, llevaba preparado un soundtrack especial para ella, para el camino. Café Tacuba sonaba cuando ella ya no pudo más. Se abrazó a él, quiso fundirse en él y que así Rafael entendiera todos sus miedos.
Secó sus lágrimas y no pudo más que explicar que le daba mucho gusto volverlo a ver. Llegaron a Zacatecas y ahí creyó ver una camioneta (pick up blanca de modelo reciente) que estaba justo a la entrada del hotel donde ella había hecho reservación.
Bájate, regístrate, ahorita te alcanzo, voy a estacionarme. Cuando ella regresó, no estaba la camioneta que creyó ver en la entrada del hotel. Rafael se metió a bañar antes que ella, tenían tantas ganas de estar juntos que prefirieron esperar hasta después del concierto, como antes, como la primera vez en Guadalajara.
A Rafael lo conoció porque la mandó invitar a Guadalajara, por medio de Julián, su compañero de la facultad, al concierto de Red Hot Chili Peppers. Ella estaba tratando de olvidar, con cualquiera que pasara por su vida, a Beto, su novio del salón.
Beto había decidido terminarla en un viaje de estudio para poder iniciar una relación con Azucena, amiga de ella, compañera también del salón de la facultad. Ella lo sospechaba, pero fue hasta que Azucena murió de una extraña enfermedad, que Denisse se lo confirmaría.
Rafael, se sorprendió cuando la conoció, era demasiado para él, pensó que no aceptaría ir a Guadalajara a pasar el fin de semana. Pero decidió que quería experimentar la adrenalina de viajar con un desconocido, era ¡Red Hot y gratis!
Sabía que sólo tenía que seguir sonriendo y ser agradable, sabía que en algún momento, en especie, tendría que pagar el viaje. Estaba dispuesta a hacerlo.
Durante el resto de la carrera (3 años) siguió saliendo de viaje, mintiéndole a sus padres y teniendo por cómplice a su amiga Amanda con quien decía que se quedaba mientras iba a varios conciertos, conviviendo con músicos, rockeros famosos, así pudo conocer a Bunbury, a Cerati y a otros músicos menores nacionales, en todos los casos era la misma dinámica: conciertos tras bambalinas, fiestas en algún antro de moda, afters en los hoteles hasta ver el sol salir.
Ese fin, era Zoé en la plaza de Zacatecas. Después del baño salieron tomados de la mano hasta la carpa que era para la venta de playeras y discos de la banda de la que estaba encargado Rafael.
Rumbo a la carpa, La Jaiba creyó mirar a Misael enfundado en un traje de policía motorizado, el casco impidió que ella pudiera estar segura de que realmente así era. Cuando llegaron a la carpa había dos personas que le llamaron la atención: uno vestido muy elegante a la norteña y un chavito con ropa deportiva de marca Puma muy nueva, uno de cada lado de la carpa, así nomás, ahí parados como cuidándola.
Rafa, quiero acercarme más al escenario. Pero cuando termine “Paula” te vienes para que me ayudes a despachar. Como conocía el rol playing le indicó en qué canción regresar.
Ella no sabía nada aún de cierto, pero sentía que algo podía pasar. Le dio toda la vuelta por atrás a la plaza para escabullirse entre la gente y lograr un excelente lugar en medio de la muchedumbre.
Sintió una mirada fuerte en uno de los balcones del hotel Emporio (que está justo a un lado de la plaza) y creyó adivinar la silueta de Misael. Trató de tranquilizarse por segunda vez y achacarle las coincidencias al estrés de haberle mentido a Misael: le dijo que estaba con sus amigas en Zacatecas.
Cuando “Paula” empezaba, ella regresó por el camino corto al punto de venta de Rafael justo cuando el Norteño y el niño Puma estaban más cerca de él, ambos con una mano en la bolsa de la chamarra. Al verla, se separaron entre sí y del puesto también.
Ésta sería la primera vez que el Puma no llevó a cabo una orden del patrón. Gracias a esa y la siguiente la suerte le cambiaría.
Terminaron de vender casi todas las playeras y discos. ¿Quieres ir a la fiesta del grupo? Rafael sabía la respuesta. Ella sólo quería volver a perderse entre sus brazos, recordar lo que era estar con él.
Le preguntó si quería ir a cenar, lo único abierto era el Sanborns. A ella le encantó la idea porque botanear en esa cerámica blanquiazul le fascinaba. Pidieron unos martinis de sabor, ella era fan de las bebidas raras y él, aunque casi no tomaba, bebió uno igual porque había 2×1. En tanto que llegaba la cena un grupo de unos 30 Harley´s boys llegó ruidosamente a ocupar una larga mesa que les dispusieron, ella volvió creer mirar a Misael, pero cuando se acercó a la mesa rumbo al baño se dio cuenta de su confusión.
Luego de tres martinis más, acabaron de cenar y se fueron al hotel. Con un sueño mágicamente agotador, luego de quedarse dormida en la tina, sin saber cuánto tiempo, logró irse a la cama, donde Rafael, con la ropa puesta, roncaba estrepitosamente. Tendría que esperar hasta el mañanero.
***
Eyacula el cielo sobre las plantas, el aroma de ellas inunda la recámara, de fondo La Vargas: «de tres balazos mató a la mujer de su hermano», su tequila, un limón y el salero, sus víctimas de la tarde; el cielo sigue gimiendo, no ella, no hoy. Un trago más, largo y profundo, la estremece. Pareciera que es un transportador.
Era la tarde de un lunes del verano del 2008, estaba en el bar de Sanborns de Torre Plaza Bosques, con una bandera de Julio Reposado (éste era blanco y de 70 años, pero se sentía igual, aunque sabía mejor, “pero qué le hace” pensó y un intento de sonrisa se dibujó en su rostro).
Misael la veía como quien lleva el coraje y la esperanza en la misma expresión. Ella había pasado el fin de semana con Rafael, el padre de su hijo, en Zacatecas.
Ella recordó que la noche anterior había soñado que él entraba junto con otros tres hombres a la habitación y había intentaba meterle un tiro a Rafael. Ella había despertado justo a tiempo para evitarlo.
Sé mi esposa. En la mano tenía un tulipán amarillo con un anillo de compromiso puesto entre sus pistilos. A ver, a ver, a ver: primero ¿me lo estás pidiendo o me lo estás ordenando? Te lo pido. Vamos a platicar y a tomarnos un tequila porque estas decisiones no se toman en seco.
¿Para qué quieres que sea tu esposa? Con un discurso romántico y convincente le dio sus razones. ¿Sabes? en Zacatecas tuve un sueño… Ella disimuló su sorpresa, al darse cuenta de la incomodidad que Misael tenía conforme avanzaba con la narración del “sueño”. Ella había despertado, eso había hecho que el niño Puma dudara en disparar, siendo la segunda orden que, al no cumplirla, firmaría su destino.
Suspiró. Se tenía que morir, era la única forma de que saliera de tu vida, además ¿no ibas a ir con tus amigas? No me digas nada, no te apures chiquita, te perdono, hoy me voy a ocupar de él.
Ella lo miró con rabia, dolor y esforzándose por disimular el pavor que sentía por dentro. Me caso contigo, pero sólo si lo dejas vivir, es el padre de mi hijo y tal vez algún día quieran conocerse, tú no eres nadie para negarle ese derecho a Emiliano, si bien ya le quitaste a su madre, no lo dejes sin padre.
Misael tomó su mano izquierda, la acarició, la besó con agradecimiento y ternura. Y puso el primer anillo de compromiso de su historia, oro blanco y un diamante de 7 puntos pequeño. Ella pidió otro tequila, mientras que en clave y en un radio que ella no conocía empezó a cancelar la orden.
Despedidas
Misael la llevó al centro comercial nuevo y le dio una tarjeta de oro. “Es tuya, fírmala, es para lo que tú quieras. Cómprate un vestido, unos zapatos, un coche, lo que sea. Quiero que te veas más hermosa de lo que ya eres, para esta misma noche darles la noticia a tus papás: serás mi esposa.”
La primera vez que Misael había ido a la casa de ella a pedirles permiso a sus papás para ser su novio fue el 15 de noviembre, cumpleaños de su abuela materna. Ese fue el último cumpleaños que festejarían, ya que moriría el siguiente febrero.
“Mijita, quédate con quien te quiera de verdad, porque para darte de comer cualquiera lo hace”, le solía decir su abuela.
Misael había ido vestido con la elegancia tradicional de su tierra: botas de piel de cocodrilo color miel, texana del mismo color con un detalle en color plata, camisa azul de cuadros con rayas blancas, pantalón de mezclilla y cinto piteado con una hebilla de plata que trataba de hacerse notar entre dos lonjas.
“¿Quién logra conseguir una botella de crema de whiskey con el nombre de su suegra? Tú le dijiste que nomás este licor tomaba, ¿verdad? Barbero…”
Se movía en el auto de la empresa y les había dado tarjetas donde ostentaba su cargo de gerente de refacciones de una transnacional de tractocamiones. La señora suegra repetía: “Éste algo chueco tiene”, en cada visita que hacía.
Sin embargo, ella se había vuelto más responsable como hija, madre y banquera, y su madre no podía más que pensar que era resultado de la relación de ya tres meses con ese “Señor”, como se refería a él.
“Pues Misael me ha propuesto casarme con él. ¿Y tú quieres? ¿Crees que es lo mejor para ti?”
“Pues sí, papá, quiere bien a Emiliano y a mí no me gusta faltar a dormir aquí. Nos gustaría hacer las cosas bien, Señor.”
Sus padres se voltearon a ver; la mirada de su hija algo les quería decir que su boca no podía.
“¿Por qué no viven un rato juntos? Se calan a ver si es lo que quieren y ya luego ven los planes para la boda. Mientras, Emiliano se puede quedar con nosotros.”
“No, Emiliano se va conmigo.”
“Pero hija, si para dos es complicado que tres agarren una nueva dinámica. Además, tú trabajas todo el día. ¿A qué hora vas a atenderlo? Lo dejarás más tiempo en la guardería y, con lo enfermizo que es, ¿y luego las terapias en el CRIT?”
“No, Emiliano se va conmigo. Tengo los muebles de cuando intentamos vivir con su papá. La casa de Misael tiene tres recámaras; nos podemos acomodar muy bien, ¿verdad, Misa? Tal vez lo mejor para el niño es lo que tu madre dice.”
Ya no escuchó nada; nada del resto de la reunión lo pudo escuchar ella. Veía cómo se movían las bocas de sus padres, de Misael. No podía no casarse con él porque sería desdecirse del trato por la vida de Rafael, pero tampoco podía contarles a sus papás lo que había vivido en Zacatecas.
“Está bien. Solo en lo que nos acomodamos y fijamos la fecha de la boda.”
Subió a buscar a Emiliano, olió su cuello, lo abrazó, lo llenó de besos y le dijo cuánto lo amaba. “Siempre estaré contigo, aunque no me veas. Cierra tus ojos y estaré como ahora abrazándote, llenándote de besos. Te amo, nunca lo olvides.”
Le leyó un cuento: ahora releían “Mil y una noches…” el mismo libro que a ella le había leído su padre cuando tenía tres años.
“Quédate hasta el fin de semana aquí, no hay prisa. Sirve que empaco con calma. Me quiero llevar mis muebles; mi mamá se ha quejado mucho de ellos, le estorban, y tu casa está casi vacía.”
Llegó el fin de semana y la mudanza con él. El trabajo la mantenía distraída y pensar en Emiliano, en trabajar para él, la llenaba de fuerza. Aunque las primeras semanas, todas y cada una de las noches, lloraba porque lo extrañaba.
Su madre se lo alistaba y ella lo dejaba en la guardería como si viviera aún con ellos. En la tarde, había veces que no alcanzaba a recogerlo de la guardería y entonces no lo veía sino hasta la mañana siguiente.
Al cabo de las semanas, un viernes, su madre le pidió que firmara un papel: era la custodia. “Es un trámite meramente formal, para que estemos todos tranquilos.”
“No quiero firmarlo; aquí dice que yo se los dejé, cuando ustedes fueron quienes no me dejaron llevármelo.”
“Si no lo firmas por las buenas, vamos a meter abogado. Emiliano va a ser revisado por psicólogos; tendrá que hablar con un juez: Fírmalos. Misael ya sabe de esto y está de acuerdo. Nos dijo que te sigues drogando y eso lo podemos usar en tu contra.”
Ella se llevó los papeles, los puso en la mesa del comedor junto con una botella, limones, chile piquín, sal y su pipa. Desde las 7 p.m. hasta las 10 p.m. que llegó Misael, había estado escuchando a Chavela Vargas, repitiendo la misma canción: “Piensa en mí”. La decisión ya estaba tomada, la botella vacía.
“¿Qué ya habló tu mamá contigo?”
“Sí.”
“Es lo mejor para Emiliano; no eres buena influencia para él ahorita. Además, yo voy a empezar a viajar y me gustaría que me acompañes, y con él no se podría igual. Justo mañana tenemos una cena en Guanajuato; a ti te gusta Guanajuato, ¿no? ¿Qué no, mi chiquita?”
“Sí, mucho.”
Intentó sonreír. “Firma ya, pues, un día hasta se te habrá olvidado. Mañana de paso se los dejamos.”
Dejaron los papeles en el buzón de casa de sus papás. Camino a Guanajuato, mientras ella manejaba su Sentra verde ’96, empezó la canción de Chavela. Sus ojos se empezaron a empañar, a tal punto que tuvo que salirse de la carretera y, sin poder despegar las manos del volante, lloró durante toda la canción como niña, por una decisión que había tomado como adulta. Misael la abrazó: “Es lo mejor para todos, principalmente para Emiliano.”
No dejó de beber desde que Misael tomó el volante. Llegaron al hotel que ella escogió, se dieron una ducha larga y, aunque no paró de llorar, él no dejó de intentar hacerla reír. Luego, a punto ya de vestirse, la aventó a la cama, acarició sus senos con sus manos ásperas y besó lenta y tiernamente todo su cuerpo, hasta que logró distraerla de su dolor.
A pesar del cansancio del camino, se maquilló y se vistió con un nuevo modelito que había comprado. Aunque le faltaba entrenamiento, dominaba cada vez más los tacones. “¡Mi amor! Ahora sí me voy a ver chiquita a tu lado.”
“Señor, bienvenido de nuevo, Señor.”
“Gracias, Pepe. ¿Todo bien?”
“Sí, Señor, su mesa ya está lista y sus invitados tienen escasos 15 minutos de haber llegado.”
“Gracias, Pepe, te presento a mi prometida.”
“Mucho gusto, Señora, esta es su casa.”
Por primera vez, ella notaría, como en muchos otros lugares de la república, la solemnidad con la que serían tratados.
Esa noche, ella no fue consciente del asunto tan importante que su prometido había ido a arreglar a Guanajuato. Los señores, tres, y Misael se disculparon y fueron a un salón aislado, mientras las señoras quedaron platicando de los hijos, de la última cirugía plástica o la nueva por venir.
Ella deseaba una sola cosa: ir a Las Damas de las Camelias y bailar hasta que se le acalambraran las piernas. Se disculpó con las señoras alegando que estaba agotada, pero justo cuando se vio en la calle, recordó lo cercano que estaba el lugar de salsa y se fue, sin avisarle a Misael, hacia allá.
Después de haber contenido su sed (Misael le había pedido que durante la cena se limitara a beber como una dama), pidió un tequila doble y bailó, bailó, bailó con quien le ofrecía la mano y, sin hacer escrúpulos, hasta que luego de un par más de tequilas dobles y un par de horas, era la mano de Misael quien la sacaba de la pista.
“Te he estado buscando toda la noche. ¿Por qué te saliste del restaurante sin avisarme? Dejas a nuestras invitadas con la excusa de que estabas muy cansada. Fui al hotel a buscarte, preocupado, y resulta que mi chiquita está bailando con cualquiera.”
“Pos parece que ojos en la espalda tienes, mi rey.”
“Sí, y acostúmbrate porque también hay oídos en las paredes.”
“Vamos al Bar 8 a jugar billar.”
“No puedes ya ni hablar, preciosa.”
“Quien gane, reta y manda.”
Llegaron al Bar 8; difícil era ya para ella caminar, mucho más subir escaleras. Como pudo, subió y empezó a coquetear con uno de los jugadores. Él, con tan solo sentir la mirada de Misael, se limitaba a reírse. Fue su turno. Misael le ganó por mucho y fácilmente. Ella quería seguirla, pero Misael se puso serio, como nunca antes lo había visto.
Se fueron al hotel, discutieron un rato. Él la metió con todo y ropa a la regadera con agua fría para que se le bajara la borrachera. Manoteó, hasta que, sin saber cómo, llegó con su pijama y ya seca a una de las camas matrimoniales que tenía la habitación.
Cuando despertó, lo vio dormitando con un arma de cacha dorada en la mano. Le habló desde la cama: “Misa, ¿por qué tienes un arma?”
“Porque te pusiste muy necia anoche, ¿no te acuerdas? Me golpeaste, gritabas que ya nada tenía sentido y que te matarías.”
“¿Y el arma era para ayudarme?”
“Ay, tontita, qué bueno que ya recuperaste el buen humor. Me baño y vamos a almorzar al lugar ese del Truco que dices que te gusta. Vístete, no te me vayas a escapar otra vez, ¿eh?”
Las semanas pasaron. Hubo un fin de semana en que Misael fue a ver a su familia a Tampico y trajo a su hijo, Misael Junior, a Aguascalientes. Ella seguía trabajando y acababa de lograr un ascenso. La fecha de la boda estaba puesta; sería para el cumpleaños de ella, 12 días antes del cumpleaños de él: 14 de abril.
Ese fin de semana, un mes antes de la boda, una de sus mejores amigas de la facultad venía a Aguascalientes: Denisse. Junto con Penélope y Arcelia, harían una despedida de soltera en la República Bar. Misael le había autorizado utilizar su tarjeta.
Pidieron una botella de whiskey, con boosts y el servicio. Sus amigas se quedarían en su casa, ya que él no estaría. A medianoche, luego de bailar y festejar el fin de su soltería, llegaron dos copas con cerezas, tal y como solo él sabía que le gustaba a ella tomar el whiskey. Empezó a buscarlo por todo el antro y, luego de batallar, lo vio bajar por las escalinatas.
La besó como si tuvieran años sin encontrarse. Saludó a sus amigas, caballeroso y solemne como sabía serlo. Luego, en el oído, le pidió que se quedara ese fin de semana con su mamá, para él poder disfrutar a su hijo.
Le explicó que ya tenían plan de pijamada y le sugirió irse a un hotel del centro, donde por la mañana almorzaría con ellas.
Luego que se fueron sus amigas y aprovechando que Junior estaba distraído en un escaparate, siguiendo su instinto y tras verle la mano, le preguntó: “¿Sigues casado y ella está aquí, verdad?”
“No.”
“¿Y esa argolla?”
“Bueno, sí, pero ya me voy a divorciar; el lunes se va. Quiero todas mis cosas y muebles en la casa de Jesús María, todas, no quiero que falte nada y no te quiero volver a ver.”
Se lo dijo sonriendo, con una fortaleza que no supo de dónde sacaba, y empezó a cancelar el templo y la hacienda en Zacatecas que juntos habían escogido para su boda.
Hasta el más allá
Jaqueca, desánimo y una casa nueva; otra más que habitar y hacerla habitable, le impedían sentir la felicidad por el cierre de semana en el banco, aun sabiendo que ya había cubierto su cuota. Sentada en el escusado, tardó unos minutos en hacerse consciente de que estaba contemplando su dedo anular de la mano izquierda, con la huella de una farsa que, de nuevo hoy, le escupía lo crédula e ingenua que era. Ese anillo le gritaba que todo se había ido: su hijo, su matrimonio, su «felices para siempre».
Unas semanas antes, había ido de nuevo a Zacatecas, esta vez sí con sus amigas de la prepa. Celebraron su próximo matrimonio y allí conoció a un posible socio con quien empezó a construir la idea de un negocio viable: una hacienda spa. Después de platicarle la idea a Misael, fueron a que él le diera el visto bueno al potencial inversionista. Aprovecharon para ver la capilla Nápoles en el templo de Guadalupe y la apalabraron, así como también vieron los salones de la Hacienda del Bosque, cerca de la Bufa.
Ver su dedo esa mañana era como ver todos esos planes rotos. Un día antes, había manejado durante una hora sin saber hacia dónde dirigirse. No podía ir a casa de sus padres y platicarles lo ocurrido; en casa de él estaba su esposa. Así que, tras darle vueltas, recordó que traía la tarjeta y que en su nuevo hogar de soltera hacían falta varias cosas.
Eligió irse al Sam’s, donde compró insumos de limpieza, cereales, leche, cosas para el desayuno, una cafetera, café, y objetos útiles: un cuadro, un tapete, velas, inciensos, botanas, enlatados y cinco diferentes botellas de alcohol. «Mucho mal, mucho remedio», se dijo para sí, mientras las ponía en el carrito.
Cuando llegó a la casa de Jesús María, Misael y Junior estaban sacando una de las camionetas del trabajo de Misael, ya vacías.
—Entiendo que estés molesta. Si te decía que seguía casado, ¿me hubieras regalado tan solo una cita? ¿Todo, Misael, todas mis cosas están adentro?
—Sí, mi reina, pero déjame explicarte.
—No soy tu reina; de seguro a ella le dices igual. Ya vete, que te ha de estar esperando. Y Junior, tapándote que existo, ¡qué ejemplo de papá!
—Es que no es como lo ves tú, en verdad ya le pedí el divorcio. Me quiero casar contigo.
Se quitó el anillo de compromiso que aún llevaba en la mano izquierda. Tomó la mano de Misael, la puso al centro y cerró la palma.
—Yo no quiero volver a verte; me has jodido la vida como no tienes idea. ¡Lárgate!
Cerró la cochera ante la mirada atónita de Misael.
—¡Pero me vas a perdonar ésta y muchas otras verdades que aún no sabes! Porque tú ya eres mía, y eso nunca va a cambiar.
Bajó el mandado, acomodó sus nuevas adquisiciones y verificó que todo estuviera en su casa. Le llevaría tiempo revisar caja por caja, pero al parecer lo más importante estaba ahí: refrigerador, estufa, recámara, colchón King, sus maletas con ropa, las cajas de los trastes.
Misael se había quedado con su almohada, una gemela a la de ella, y una imagen de la Virgen de Guadalupe que la Jaiba había heredado de su abuelita paterna. Muchos años después se daría cuenta de esta gran pérdida.
Tendió la cama; era muy grande ahora para ella. Le había dejado instalada la televisión. No había notado un arreglo de 36 tulipanes multicolores en la otra habitación hasta que pasó por ahí camino al baño.
—Cásate conmigo, sigamos con los planes; mañana mismo soluciono esto. Te amo, mi reina, no me dejes, por favor.
Rompió la nota hasta los añicos y comenzó a patear la mesa sobre la cual estaban las flores, hasta que el llanto la hizo menguar.
Sus buenos resultados y el nuevo puesto la hicieron ganar 15 días de capacitación en León, Gto. El trabajo y la distancia serían su mejor medicina. Eso creía ella, pero una tarde, en un restaurante cercano a su hotel, llegó una copa de cerezas junto con su whisky; de postre, un anillo más grande, con una zirconia en forma de rombo, acompañado de tres diamantes de cada lado, todo montado en oro dorado.
Hincado, le mostró los papeles de su divorcio, fechados el día anterior en Tampico.
—Sé mi esposa.
—¿Para qué quieres que sea tu esposa?
—Para respetarte, amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe.
—¿Hasta la muerte, Misael? ¿Sólo hasta la muerte?
—No, mi reina: hasta el más allá.
Sin decirle nada, asintió con la cabeza y estiró la mano izquierda. Él besó la palma, el dorso y colocó el anillo, besándola en los labios lenta y suavemente mientras se incorporaba y se sentaba en la silla de al lado.
—Me hablaron de Zacatecas y no cancelé nada: el templo y la hacienda están puestas. Vámonos hoy mismo a Aguascalientes, para que veas lo de los preparativos.
—¿Cómo crees? Acá me falta otra semana de capacitación; no puedo aventar así mi chamba.
Esa noche la pasaron juntos en el hotel donde el banco la tenía hospedada. Acordaron hacerlo todo a la medida de los tiempos de su trabajo. Él dejaría su casa y viviría en la de ella; al fin y al cabo, era más amplia y segura. Emiliano pasaba los fines de semana con ellos, ya que Misael había intercedido por ello. Las ganancias de ella iban en aumento. Al enfermar el padre de Misael, él tuvo que marcharse a su tierra. La boda se suspendió indefinidamente. Hablaban todos los días, a todas horas, pero la distancia hizo que la Jaiba se sintiera sola.
Un sábado a las 3:00 a.m., sonó al fondo de la bolsa que acababa de aventar en el sillón, el radio que le había dado Misael. Luego de lograr ponerse los calzones y salir del baño, corrió a contestarlo.
—Mi rey, ¿cómo va todo por allá?
—Mi reina, no tan bien como por allá.
—¿Por qué lo dices?
—¿Apenas vas llegando?
—Sssí.
Escuchó que tocaban a la puerta, la puerta que tenía un portón de distancia a la calle.
—¿No me vas a abrir?
Incrédula y con el radio en la mano, abrió la puerta y pegó un grito al darse cuenta de que Misael estaba ahí.
—¿Qué haces aquí?
—A, pos si quieres me voy.
—No, no, no. ¿A qué hora llegaste?
—Hace un rato.
—¿Y tú dónde andabas?
—Pero, ¿cómo entraste?
—Ya sabes, uno que es creativo.
—¿Con quién andabas?
—Psss, con mis amigas.
Y el instante en que le dio la espalda y caminó hacia el estudio fue suficiente para que volviera a aparecer el arma de la cacha dorada.
—No me mientas, te vi. ¡Te vi! Y es el tercero en este mes con el que te fajas a todas luces. ¿Qué crees, que estoy pintado? Contéstame, chingao, clik clak.
Cerró los ojos, se arrinconó de cuclillas en una esquina de la habitación y, por primera vez, conoció la sensación de un cañón en la cabeza.
El Puma
Anteriormente se oía decir que la colonia Insurgentes era donde más delincuentes había, pero parece que la esquina de Canario y Paseo del Cóndor, en Pilar Blanco, se ha convertido en el dolor de cabeza de quienes viven por allí.
Francisco Alonso llegó al barrio cuando tenía 16 años, a un edificio habitado en su mayoría por familias de paracaidistas que, presuntamente, se encargaban de la venta de droga. Ahí conoció a Iván y Alejandro, hermanos que se dedicaban a vender crystal, coca, mota y a asaltar a quien pasara. Junto con Los Chaparros, Pancho fue invitado a hacer funciones de vigilancia: pasar horas en las esquinas alertando sobre la policía o posibles víctimas.
Era tan sagaz y meticuloso que pronto se ganó el mote de «El Puma». Sus funciones se volvieron más complicadas; le otorgaron una escuadra .38 súper y comenzó a acompañar al patrón a Reynosa con la mercancía.
El Puma se fue ganando poco a poco la confianza del patrón, quien lo entrenó en técnicas israelíes de defensa y ataque, le enseñó a manejar armas de alto calibre y a distinguir entre cocaína pura y de baja calidad. Pero, sobre todo, lo acostumbró a ganar dinero fácil y sucio, para luego blanquearlo. “¡Qué ganas de seguir estudiando le iban a quedar!”
Con lo que ganaba, no era necesario que nadie en su familia trabajara. A veces, cuadruplicaba el sueldo de su padre como obrero en Nissan. Pronto fue creciendo, y las encomiendas se volvieron más elaboradas.
Aquella noche en Zacatecas, él tenía la orden directa de matar a Rafael, el papá de Emiliano, sin que se notara. “El Sinaloa tiene que encañonarlo por la espalda”, le dijo el patrón, “mientras tú lo acuchillas, tratando de picar pulmón y vaso”.
Ella había regresado demasiado pronto a la carpa, y más tarde impediría que concluyera su tarea, despertando inexplicablemente, a pesar de la gran cantidad de somníferos que, por orden de Misael, le habían puesto en los martinis.
Gracias a esa noche, como una maldición, la gloria del Puma empezaría a descender. Ocho años después, en un operativo sorpresa, lo capturaron junto con otros cinco, entre ellos El Sinaloa, con 47 mil dólares, drogas, armas, cartuchos, camionetas, un rancho y hasta ganado; todo producto de la venta de drogas en Estados Unidos. Se declararon una célula independiente del crimen organizado. Dijeron haber estado apenas 15 días en Aguascalientes, después de operar en Calvillo, Puebla y, casualmente, Reynosa.
—Patrón, cálmese, al fin la señora ya entendió que le va a ser fiel y leal, ¿verdad, Señito? —Asintió con la cabeza.
—¿Y quién chingaos te pidió que te metieras, Puma? —preguntó Misael.
—Pos es que acaba de pasar una patrulla y usted me pidió que le avisara si pasaban.
Misael guardó su arma.
—Vete a descansar, yo me voy a quedar aquí con mi reina.
—Me quedo aquí afuera en la troca, por si se le llega a ofrecer algo.
—No se me va a ofrecer nada, pinche Puma.
—¿Pero qué tal que a la Seño sí?
—No me hagas encabronar tú también y vete a ver a tu mamá, que vea que sigues vivo.
Con la característica mirada 10/40 de Misael, el Puma dijo buenas noches y, sigiloso como entró, desapareció cerrando puertas tras de sí.
Misael le extendió las manos a quien, con temor, le permitió ser auxiliada para levantarse.
—No juegues conmigo, mi reina. Yo te quiero bien derecho y si no nos hemos casado, no ha sido por falta de querer. Mi viejo no anda bien y debo estar cerca de él; pueden ser sus últimos meses con vida. Vente conmigo a Tampico, pide tu cambio para allá. Me haces mucha falta.
—Voy a darme un baño, ¿quieres venir?
Ella sabía que no se negaría. Prendió velas e incienso, y después de una hora, terminaron con el coraje de él y el pavor de ella, como mejor sabían resolver sus diferencias.
Ella empezaba a acostumbrarse a escuchar Oldies cuando él estaba en casa. No era lo más erógeno para su gusto, pero a él le funcionaba.
A la mañana siguiente, la acompañó al banco. Mientras ella hablaba con su gerente, él salió a Calvillo por dulces y mermeladas para doña Maricarmen, su madre.
Misael le propuso terminar el mes y mudarse con él.
—Al fin y al cabo, eres una chingona, mi reina; de cualquier cosa agarrarás trabajo allá. Aunque con que le hagas compañía a mi madre será suficiente, en lo que nos terminan la casita. Está quedando rechula, te va a encantar.
—¿Y Emiliano?
—Lo vienes a ver una vez al mes o dos, si quieres. De cualquier forma, yo tengo que estar viniendo. Total, ya casados y bien establecidos, hablo con tus papás y nos lo llevamos. No te apures, mi reina; nomás pa’ la muerte no hay solución.
Ella comenzó a cerrar los movimientos pendientes con sus clientes, a empacar, a vender muebles y a pasar más tiempo con Emiliano, todo el que le quedaba después del trabajo. Sabía que no habría vuelta atrás. No estaba segura, pero, ¿qué más podía perder ya?
*Éstas son las cinco entregas de la novela corta inédita de la autora. No se pierda el número que sigue con la continuación.