CAROLINA BARRERA
Entre muslos
Sobre sus muslos, como en la madrugada, pero con la mirada fija, las pupilas aún brillantes, las cejas impávidas, con cierto aire de desprecio en el ceño, aún tibia al sostenerla entre sus manos, mientras estaba sentada frente a la mesa del comedor, envuelta en una bolsa de plástico transparente, la cabeza de Misael.
Venía con un mensaje, Señora. Ella lo arrancó de las manos del Grande luego de volver a poner sobre sus piernas y cerca de su vientre, el rostro de quien hasta hace unas horas había amado: “Si sigues escribiendo te pasará lo mismo.”
Acercó sus labios a la bolsa, a la boca de Misael, luego se la entregó al Grande.
Vete a avisarle a Doña Maricarmen, a Junior, a sus hermanos que los espero en la casa de Matamoros, que crean que es para los planes de la cena de Navidad, habla a Aguas que no se les desmarquen por nada a mis papás, que nadie haga olas, hoy finjan que conocen la discreción, dile al Pozolero que la incinere y un melón de dólares a quien encuentre el cuerpo.
Se metió a su habitación con una botella de Don Julio 70, su tequila favorito. La puso en el buró, aventó un tacón con los dedos del pie y luego el otro, se empezó a quitar la blusa blanca de gaza, liberando los diminutos botones de arroz nácar y solas, sin sollozo ni eco, comenzaron a brotar, largas, lentas y pesadas las perlas de jazmín salado recorriendo su rostro hasta llegar a su pecho.
Al levantar la cabeza se encontró con una desconocida en el espejo del baño, sintió temor y sin mucho pensarlo sonrió mientras secaba las lágrimas. Se quitó el pantalón y en tanto se llenaba la tina trataba de encontrar entre las burbujas que el chorro dibujaba, la pieza que faltaba.
Abrió la botella y sin intentar buscar un caballito, se la empinó hasta sentir que el ardor del vientre subía por el esófago, llegando al cerebro. Entonces se sumergió en la tina, que ya estaba llena y con el agua bien caliente, puso el jabón líquido de lavanda, prendió un incienso y la mitad de un porro que en el borde de la tina la esperaba.
Y, como eco, creyó escuchar: quien vende no se mete, mi Reina, quien vende no se mete; pero yo no vendo; pero yo sí y eres mi mujer y en esta casa yo mando.
Pero Misael ya no estaba.
En madrugada, estando a los pies de la cama, cual felina hambrienta, acarició con su lengua su tótem. Él la tomó del cabello y guió con su puño cerrado el vaivén. Ella extrañaba el cosquilleo de su glande al fondo de su paladar.
Así me gusta ¡con rudeza!, sino de seguro ya te descargaste con otra. Le gustaba sentirse sometida en medio de sus piernas y con su mano jalándole los cabellos como quien lleva la crin de una yegua. La tiró al piso, aún seco, le arrancó la ropa.
¡No! Esa tanga era nueva. Ahogó su queja con un profundo beso y así empezó a penetrarla, pellizcando sus pezones, bailando con su barba en todo su vientre hasta sumergir la lengua en su vulva.
Por eso le había perdonado lo casado, por esa habilidad de saber dilatar el placer como a ella le gustaba. Así Misa, así, bien sabes que con esto me matas. Gimió ella. Entonces el piso se mojó, de ella, de él.
Me voy unas semanas. Pero si acabas de llegar. Tú sabes cómo está ahorita de caliente todo. Pero ¿cuánto es, unas semanas? No lo sé el tiempo que el Patrón tarde en arreglar las cosas en Costa Rica. No vas a allá, siempre me mientes. Es por tu seguridad. Por mi seguridad nunca me hubieras traído acá.
Presagio
Ella lo conoció un año atrás en su ciudad natal: Aguascalientes. Se lo presentó Laura, excompañera de ella del banco. Mira es un compañero de mi nuevo trabajo, no es de aquí, es de Tampico, y pues quiere conocer la ciudad, ¿cómo vez? Entonces aceptó que se reunieran los tres a cenar.
En cuanto lo vio le disgustó, físicamente era horrible: chaparro, gordo, viejo y algo hubo que no le vibró. Caballerosamente quiso pagar con tarjeta y, como no aceptaban plástico, ella acabó pagando la cena de los tres. Intercambiaron números de celular. Aún no salía del estacionamiento cuando ya le estaba marcando para disculparse por no haber sido él quien pago la cuenta y reiterarle el interés que tenía en volver a verla.
Ella, madre soltera, sin relaciones recientes y con la autoestima destrozada, decidió volver a ver al Ingeniero-Gerente de Refacciones de una importante compañía de tractocamiones.
La primera vez que por fin ella pudo hacer un espacio para que Misael le pagara la salida que le debía, fueron con el hijo de ella a un restaurant del Picacho. Ella no quería que nadie lo viera con ese tapón de alberca viejo y mucho menos alguien que le pudiera decir a su familia.
Emiliano, encantado, jugando en la resbaladilla y los columpios con otros niños de una familia que estaba sentada en una mesa cercana. Misael se desvivía demostrando su buena educación teniendo buenos tratos con el mesero y sobre todo en prestarle toda su atención a ella. Ella se sentía intimidada por tantas atenciones, piropos y caballerosidad, con ese muy norteño acento que a él lo caracterizaba.
Apenas habían traído la botella del tequila que a ella le gustaba. Sólo por aperitivo, si no se acaba nos la llevamos. Cuando Emiliano empezó a llorar, tirado al pie de la escalera tomando con el par de sus manitas su cabeza. Lloraba y gritaba al mismo tiempo.
Misael de inmediato pago la cuenta, dejo la botella y salieron conduciendo lo más rápido posible, de regreso a la ciudad. ¡No lo dejes que se duerma, no lo dejes que se duerma! Pero sólo es un golpe, tranquilo. Mientras el niño cesaba un poco su llanto, afortunadamente, no había sangre.
Llegaron a urgencias de la primera clínica del seguro social que encontraron, 15 personas por delante. Al Star Médica. No tengo dinero y ya no está llorando. No pregunte por el dinero, llámale a su pediatra para que él personalmente lo atienda. Pero… Márcale, por favor.
El doctor se disculpó, pero no podía acudir. Luego de quince minutos, al llegar al hospital, el pediatra estaba un tanto estresado, pero atendió a Emiliano. Después llegarían los padres de ella, asustados y extrañados por el individuo que muy amablemente estaba acompañando a su hija y a su nieto en tan lamentable situación.
La radiografía no arroja más que una inflamación en el cerebro, pero habrá que dejarlo en observación porque podría suscitarse una hemorragia interna. Gracias, doctor, lo encamino. El pediatra vio con desconfianza a Misael, pero estrecho su mano. Ella alcanzó a ver varios billetes que había dejado en la mano del doctor al soltarlo.
Al darse cuenta Misael de la mirada ajena de la acción, encaminó al doctor hasta la puerta del hospital. En el rostro de ella se podía leer aún la extrañeza.
Quieres que me quede contigo esta noche, te puedo acompañar, permíteme hacerlo. No, mis papás me acaban de preguntar lo mismo y también, como a ti, los mandé a dormir a su cama. Pero yo estoy acostumbrado a no dormir y así tú te duermes y yo lo cuido. Te agradezco mucho, pero apenas y sé tu nombre, vete a casa, no sé cómo explicarles a mis papás que estábamos haciendo en el Picacho. Fácil: te pretendo y te invité a comer. Gracias, pero no gracias. ¿Segura? Segura.
En la mañana, antes de la visita del médico, estaba en la puerta con un arreglo de flores y un racimo de globos formando el nombre Emiliano. Ella se sentía muy rara con tantas atenciones, sabía que podía acostumbrarse, sabía que no debía hacerlo.
*Ésta es la primera entrega de la novela corta inédita de la autora. No se pierda el número que sigue con la continuación.