Por Sara Andrade*
La cosa sobre la pérdida es que todos la hemos sufrido, porque lo que, de cierta manera, todos tenemos una idea de cómo es y, al mismo tiempo, la desconocemos por completo. Es una experiencia ubicua entre los seres humanos, entre los animales y las plantas también. Incluso entre las estrellas: algo estaba ahí y ahora no. Un agujero negro. Un vacío después de una plenitud. Una asimetría luego de un círculo.
Pienso en todos los poemas y novelas que se han escrito sobre perder algo, en todas las maneras en las que se puede experimentar. Pienso en todas las maneras en que podemos perder algo y en todas las cosas que podemos perder: los calcetines, la perspectiva, la vista, el piso, el tiempo, la cabeza metafórica, la muy verdadera vida. Puedes perderlo todo, lo cual siempre ha sido una realidad desproporcionada, imposible de aprehender porque nunca lo puedes tener todo.
Siempre supuse que para mí la pérdida era algo fácil de sortear porque entre la miopía y el déficit de atención era inevitable que de mis manos desaparecieran las cosas, como por arte de magia. Aquí había una pluma y ahora no. Me congratulaba yo solita de aceptar estas pérdidas con integridad: no me ponía loca cuando perdía los lentes, no se me apachurraba el corazón porque ahora ya nunca me pondría mi suéter favorito; me encogía de hombros y seguía adelante, ufana de mi ligereza, de no cargar nada en los bolsillos. Hasta que no pude hacerlo más. Hasta que un fatídico día la pérdida se hizo imposible de ignorar y en lugar de acompañarme como una amiga casual, me apuñaló y me dejó tirada en medio de la nada.
Recuerdo el poema de “One Art” de Elizabeth Bishop sobre practicar el arte de la perdida, como en una perspectiva casi optimista sobre el asunto. ¡Práctica la perdida!, dice la poeta, y con el tiempo acabaras aceptando incluso la peor (a ti, señala; “la voz jocosa, un gesto que amo”) y ya no te parecerá un desastre.
Pero pienso que siempre es un desastre, a pesar de las puntos de vista. Pienso que la pérdida siempre es violenta, a pesar de que su desaparición sea pacífica, serena. No me parece que exista una manera zen de aceptar que lo que estuvo ahí ya no está. Como animales obsesionados con los patrones y la rutina, ¿qué cosa más terrible hay que dar un paso hacia arriba y descubrir que ya no hay escalón? ¿que ya no hay ni escalera? ¿que lo único que nos queda es una caída en vertical hacia algún lugar desconocido, hacia la vida después del cambio?
No tengo una solución para el dolor de la pérdida. No creo que nadie la tenga. Pero creo que no es algo que se tenga que resolver, así como no intentamos resolver el color azul del cielo. Es algo que está ahí, ineludible, sobre nuestras cabezas. Quizá lo único que exige de nosotros es la aquiescencia. Abrir los brazos frente al abismo y decir: tómalo todo, es lo único que sé hacer.
Yo veo que según la pérdida es como veremos nuestro fututo.
Yo cuando perdí a mi padre (uno de mis pilares) pensé que sería difícil mi vida porque adopté ser la guía de la familia cuando no debía.
Cuando perdí mi trabajo sentí q me quitaban mis brazos (ahora que haría) pero tuve que darme cuenta que yo misma me estaba boicoteando ya que mis capacidades me harían reinventarme para seguir!!!
Saludos