ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
La natación es un acto de emancipación. Libertad. En el agua, mi cuerpo encuentra una dimensión donde las reglas de la gravedad y la cultura se disuelven (aunque la cultura apunta en las cualidades espirituales-curativas-purificadoras del agua, interesante), y con ellas también las barreras impuestas por un mundo. Esa ruptura edifica un camino de autodeterminación, que se ratifica con cada brazada y en un espacio donde mi voluntad es un movimiento puro, libre de restricciones externas. Aunque la mente también suele disolverse, a menos que me enfrente uno de mis miedos, las profundidades. Irónico, nado para enfrentar ese miedo, esa presión que ejerce cuando uno nada hacia abajo, al fondo.
El agua tiene esa cualidad que me permite comunicar conmigo, expeler esas vagas sensaciones de inseguridad, impuestas por mi contacto con un mundo al que he reducido por la misma idiotez de Ein Drachenjäger sein. El agua me recuerda que la libertad no es gratuita y tiene una lógica, que no siempre coincide con la vida a la que estamos acostumbrados, o incluso llamamos libertad a posibilidades para adquirir objetos y consumir ciertos productos. Una libertad para consumir, aunque en esa acción también podemos consumirnos. Esa libertad tiene un costo y comienza con romper, incluso nuestros propios límites y nuestras propias estructuras no solo mentales; no obstante, a la larga, esa libertad es tan satisfactoria que no se necesita de más. El agua me recuerda esa libertad, que aún estoy reconociendo, que aún late en un terreno desconocido, pero cada brazada en él es una y una en esa libertad. Posee tal voluntad que influye tanto, a pesar de haber tantos otros cuerpos acompañándome.
Mi cuerpo se comunica con ese cuerpo de agua, que contiene otros cuerpos, jóvenes y mayores, con ciertas experiencias y circunstancias. Dialogo con el agua y con ellos, aunque haya distancia. No necesariamente es una coreografía, como he leído en reflexiones sobre la natación —aunque haya nado sincronizado, que bien podría ser un baile bellamente ejecutado—. Prefiero hablar de lenguaje, por el intercambio que hay entre tantos cuerpos dentro de uno, se siente, además de que no hay precisamente unas ataduras o fronteras. Más bien, ellas son impuestas por el propio cuerpo, aunque son rompibles si se les hace frente. Aunque ese lenguaje guarda un silencio que vibra y tiene sonidos: chapoteos, respiraciones y aparatos para medir las distancias.
El silencio ruidoso ofrece una inmersión que también es una liberación de un mundo saturado de ruido y distracciones. Mientras allá encuentras los videos de tendencias, el agua los amortigua y solo deja pasar el compás rítmico de la respiración y las canciones sutiles de los cuerpos abriéndose camino. Aísla para conectarse con el cuerpo, bajo o en la superficie, en un vacío en donde se encuentra la libertad tras notar la ausencia de los sonidos del consumismo.
Pero nadar es también mi propio desafío. No es fácil entregarse al agua. Me pidió un compromiso, pues si dejo de moverme mi cuerpo podría hincharse, llenarse de agua, y morir ahogado. Me desafía a resistir el avance, a apostar más allá de mis límites, nadar con la corriente y contra ella, ver a otros usuarios con mayores habilidades me fuerza, no por obligación, a estar a la par de ellos. A ganar los espacios que ellos debieron hacerlo con esfuerzo, dedicación e inversiones. A emplear mi propio cuerpo para reconocer mis límites, aunque sé que las puedo romper, lo cual me ha forjado mi carácter y mi propio destino. Nadar me redefinió y recondujo hacia la libertad.
Más allá de la experiencia individual, la natación es también una forma de reconectar con el mundo natural. El agua me recuerda que somos parte de algo más grande, que nuestras vidas están intrínsecamente ligadas a los ríos, los mares y los lagos que nos rodean. Al nadar, no solo habitamos el agua; nos fundimos con ella, nos convertimos en un fragmento más de ese vasto sistema de flujo y vida.
Nadar es, en esencia, un acto de afirmación de la libertad. Es un regreso a lo esencial, a un estado donde el cuerpo y el espíritu se encuentran en perfecta sintonía. En el agua, el tiempo parece detenerse, y con él, todas las cadenas invisibles que nos atan. Es una invitación a descubrir que, incluso en un mundo lleno de restricciones, siempre existe un espacio donde somos verdaderamente libres.