ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
Las redes sociales mataron a Noam Chomsky esta semana y su eco se resintió por todos lados. Hubo quienes escribieron elogios sobre el intelectual estadounidense, incluso los amanecidos que lo recuerdan más por sus críticas contra el sistema neoliberal y menos por sus estudios sobre el lenguaje; unos preguntaban honestamente sobre qué lecturas leer para comenzar a entender al autor, e instituciones prestigiosas escribieron obituarios, tal vez como un gesto serio… o solo para subirse al tren del mame. Después, Valeria Wasserman desmintió la muerte de su esposo. En esta época, en estos años, ya no me fío de lo que circula en las redes sociales, esto después de las críticas de Umberto Eco —las redes sociales les han dado voces a todos, incluso a quienes no tienen una formación solida y seria sobre los temas, opinadores de café (no quiero usar la etiqueta empleada por el italiano)—, las divertidas jugarretas de Tommaso Debenedetti y la violencia constante que circula en X (ayer Twitter).
Supe de la muerte de Noam Chomsky, con o sin su sandía, mediante la nota de un entrañable amigo, pero no supe qué decir. ¿La noticia sobre “la muerte” de Chomsky fue sorpresiva?: en realidad no fue así, más bien pensé en Tommaso Debenedetti y me pregunté si esto no era una de sus tretas divertidas para evidenciar las paparruchas y el periodismo en tiempos de la posverdad. Pobre de Debenedetti, adjudicándole la información sobre la muerte de un importante intelectual. Por otro lado, recordé el meme en el que se ilustra a Noam comiendo una sandía. Por supuesto, ese meme me resulta extraordinario, a pesar de ser un simple y mal hecho fotomontaje. Por un lado, juega con el sonido que se produce cuando se mastica un alimento con el nombre del intelectual (noam… noam… chom… chom…). Por el otro, tal vez no pensado, evidencia cómo parte de las paparruchas en redes sociales circulan, a partir de montajes fotográficos y escriturales, ahora frecuentes con la aparición de las IIAA. ¿Estará Noam Chomsky comiendo sandía con su esposa en Brasil?
En las últimas semanas, Noam Chomsky ha estado enfermo e incluso estuvo hospitalizado, quizás esto motivó a la formación de la paparrucha sobre su muerte —a la fecha de esta nota, lo último que se ha sabido de su situación de salud es que ya está en casa descansando—, aunque no deja de ser singular cómo la desinformación circula en las redes sociales y lo problemático que resulta.
He sido observador cómo la desinformación en plataformas y redes sociales (tales como Facebook, X y Tiktok) las han convertido en campos de batalla donde se enfrenta con la verdad, además de las polémicas innecesarias entre los usuarios —la última de ellas fue la acusación contra la virtual presidente de México, quien supuestamente propuso la circuncisión gratuita y obligatoria a bebés.
Uno de los mayores peligros de la desinformación es su capacidad para propagarse rápidamente. Las noticias falsas y los rumores pueden viralizarse en cuestión de minutos, alcanzando a millones de usuarios antes de que las autoridades o los medios de comunicación verifiquen la veracidad de los hechos. Este fenómeno se ve exacerbado por los algoritmos de las redes sociales, que priorizan el contenido que genera más interacción, independientemente de su precisión. Así, las publicaciones escandalosas, emotivas o polarizantes, que suelen ser menos rigurosas con la verdad, tienen más probabilidades de difundirse ampliamente.
Además, la desinformación tiene consecuencias tangibles y perjudiciales. En el ámbito de la salud, por ejemplo, la difusión de teorías de conspiración y falsedades sobre vacunas ha llevado a una disminución de las tasas de vacunación en ciertas comunidades, poniendo en riesgo la salud pública —¿recuerdan las teorías conspirativas sobre las vacunas contra el coronavirus SARS-CoV-2?, ¿recuerdan las agresiones en México contra los trabajadores del área de la salud por los supuestos de que estaban interesados más en extraer órganos y el líquido sinovial de las rodillas?—. En la política, las fake news (o paparruchas) y la manipulación de información pueden influir en el resultado de elecciones, socavando la democracia y fomentando la desconfianza en las instituciones.
El impacto psicológico de la desinformación tampoco debe subestimarse. La exposición constante a información contradictoria y engañosa puede generar ansiedad, confusión y un sentimiento general de desconfianza en los medios de comunicación y en el entorno social. Este ambiente de incertidumbre puede dividir a las comunidades, exacerbar tensiones sociales y crear un caldo de cultivo para la radicalización.
Para combatir este problema, es fundamental que tanto las plataformas de redes sociales como los usuarios individuales asuman una mayor responsabilidad. Las empresas tecnológicas deben mejorar sus algoritmos para detectar y reducir la difusión de contenido falso, además de colaborar estrechamente con verificadores de hechos y organizaciones periodísticas. Por su parte, los usuarios deben adoptar una actitud más crítica y consciente frente a la información que consumen y comparten, verificando las fuentes y siendo escépticos ante afirmaciones sensacionalistas.
La desinformación en las redes sociales es un reto complejo y multifacético que requiere una respuesta coordinada y sostenida de todos los actores involucrados —esta semana fue “la muerte” de Noam Chomsky, ¿la próxima semana las redes sociales revivirán a Leon Trotsky o a Rufino Tamayo?—. Solo a través de la educación, la regulación adecuada y el compromiso ético podemos esperar mitigar su impacto y preservar la integridad de nuestro ecosistema informativo.