ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
El arte es conocimiento, pero gracias a la gran oligarca que es la ciencia, en occidente ya no se acepta esto como la verdad irrefutable que es; ahora se piensa en el arte en términos fútiles y suele emparentarse con el entretenimiento y la especulación económica más que con la experiencia razonada y crítica que produce, si no la verdad, sí una variación de la misma. Primordialmente el arte nos lleva a conocer la que quizá sea una de las pocas certezas absolutas: la muerte, por supuesto también el dolor que conlleva verla, acompañarla y padecerla.
A veces los seres humanos nos enteramos de la muerte cuando perdemos a un pececillo al que luego de verlo batir las aletas lo encontramos hinchado y flotado con el hocico abierto, quizá después la descubrimos en el deceso de un familiar o de un amigo, entonces es posible que la veamos en todo su esplendor, que la entendamos y aceptemos como el paraje inevitable al que sin excepción nos encaminamos día con día. Esta verdad duele y es aterradora, para unos menos que para otros, pero siempre se presenta en algún punto de nuestro trayecto y nos sacude y al develarse la finitud hace más grave a la existencia, pues sin la promesa de la eternidad cada acto constituye la posibilidad de ser el último, luego cada segundo de nuestro tiempo humano adquiere un valor inconmensurable, pues nos vemos en el proceso de eliminación. Los grandes problemas son sólo ceniza y todos los disgustos sólo tonta necedad beligerante.
Cada cultura humana ha pensado distinto en la muerte, algunos pueblos como los mexicas la consideraban no más que un nivel de la misma vida en la que según la causa del fallecimiento determinaba lo que habría de seguir para el muerto, algunos a reunirse con el sol, y otros al Mictlán, para los católicos hay cielo e infierno según el comportamiento terreno del susodicho, algunos más han considerado que la reencarnación es posible y acontece, lo que parece cierto es que morir es el principio de todo cuanto existe y percibimos como “lo vivo”.
En la fotografía “Amapola “ de Katia Meléndres “Pany” interpreto un retrato de la muerte que me resulta conmovedor y aún más acertado que esa calavera límpida y muchas veces sonriente de la vanitas con la que suele representarse el cese de la vida. En esta imagen vemos a una figura humana descender en un denso río, es el muerto quien entra en el líquido amniótico de su existencia posterior, porque morir no es dejar de estar vivo, es sólo vivir en otra forma, ya sabemos que el misterio de la forma es tan complejo como cualquier fenómeno óntico al que únicamente podemos acercarnos por la metáfora; así la marisma en la que flota el cadáver se antoja uterina y de una densidad viscosa. El frío azul cerúleo induce una pena de pesado silencio de funeral y la composición nos recuerda el fatídico descenso de Ofelia a las corrientes subterráneas de la muerte luego de que su fragilidad terminara por romperla, no sólo la Ofelia de Shakespeare, sino también la de John Everett Millais, que son la misma substancia en diferentes accidentes.
La fotografía de Meléndres es una pieza de arte que cumple con dos factores primordiales para todo objeto estético, captura las vibraciones emocionales a través del uso de la forma, el color y el símbolo y es encarnación de un conocimiento universal que, al menos para quien esto escribe, se trata de la muerte, ¿de qué más podría tratar el arte, sino es de la vida y de la muerte?
Título: Amapola, de la serie “Ofelia”
Técnica: Fotografía con manipulación digital
Año: 2024
IG: @pany