MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Hablemos acerca del libro La palabra bonita de Elisa Gabbert (Ed. Tránsito, 2022). ¿Qué les digo? Es un libro más, así. Leerlo es un tentempié antes de leer algo apabullante o un digestivo después de una gran lectura. Y es bueno, pero bueno sin más. Leí este libro no por recomendaciones ni por leer reseñas de él, sino porque el título me atrapó –y me resistí más de un año en comprarlo–, con su ambigüedad, con su invitación a ensayar el lenguaje, la literatura, ¡vamos! Es que eso a mí es lo que me mata en un libro de ensayo. Y esa potencia se pierde en textos que son, por demás, breves y que por lo mismo se quedan cortos, escritos en un tono muy casual, muy cotidiano, muy personal y muy a la ligera, que no es lo mismo que decir ligero. Y, ojo, a mí me gusta el ensayo que parte de la autoescritura y de las reflexiones que surgen de las lecturas que hacemos; Vivian Gornick es excelente en eso, por ejemplo, y sus ensayos no son precisamente cortos, pero tampoco largos. Tienen la extensión precisa para decir la palabra precisa. Pero aquí, aquí faltó peso y precisión. ¿Cuánto de ese tono ameno y casual es demasiado como para disminuir el peso de lo que se quiere decir?
Gabbert tiene un ensayo que habla sobre los libros que están “recargados”, que ya no es lo mismo que decir “barroco”, pues lo cargado sentaría la base de un común acuerdo sobre “cuanta carga es apropiada”. En ese ensayo “Escritura que suena a escritura” diserta un poco sobre los problemas de los dos extremos: la escritura extremadamente desarrollada y el otro polo opuesto, la minimalista. Estos plantean sus propios problemas, como decantarse por una economía del lenguaje que no termina de decir, dejando a los lectores con las manos abiertas, esperando más. Y eso que la misma autora critica es algo que le sucede en su escritura
La palabra bonita está dividido en tres partes señaladas con números romanos, no hay titulillo alguno que los unifique, aunque sí encontramos los pretextos que aglomeran en esas secciones a los ensayos. No son ensayos arbitrarios y, sin embargo, se siente como si lo fueran. De hecho, es una compilación de textos que fueron publicados antes en revistas (desconozco si son fieles a los originales o fueron reescritos o reeditados, pero me inclino a pensar que son casi fieles), así que hay anécdotas, intereses, e incluso oraciones textuales que se repiten en más de dos ocasiones, sin reconocer que se está repitiendo. Esto me parece un descuido importante.
La extensión de los ensayos deja mucho que desear, pues dejan a media palabra las ideas o, irónicamente, pues un ensayo toca el tema, tratan tangencialmente lo que parecía ser el argumento central. Esto, a mi parecer, le ocurre de la forma más inoportuna: en el ensayo que da título al libro. Es corto, tiene digresiones y termina hablando solo tangencialmente de lo que era la premisa, pero el problema radica, creo, que ese y los ensayos que lo acompañan (en la tercera parte) tienen como interés principal la imagen y su cualidad estética y moral, incluso. Esos temas no pueden tratarse con tanta ligereza porque son intrínsecamente complejos. Hay ensayos que debieron reescribirse para ser uno solo y así conseguir un desarrollo óptimo.
Otros descuidos desafortunados: hay algunas elecciones de citas que no son pertinentes para demostrar al lector (y más si éste no conoce la obra) el argumento que busca defender. Tiene algunas conclusiones y observaciones someras que, aparte, se nota que pretenden ser cruciales. Son conclusiones a las que un lector atento llegaría sin necesidad de leer un ensayo sobre eso. Tiene momentos en los que contradice sus argumentos expuestos en un texto anterior, y justo sobre un tema tan importante: el cuidado de cada palabra escrita, da igual si es poesía y prosa; de hecho, reivindica la capacidad poética de la prosa y el cuidado que exige escribir narrativa. Páginas después descarta de manera muy descuidada a la prosa por la facilidad que ésta tiene de solo escribir más.
Sí tiene momentos lúcidos e interesantes, aunque no diría que novedosos. El primer ensayo, “datos personales” habla sobre el cuaderno de notas, su función, su estructura o falta de ella, y es el que sienta la base para el tono que esperamos que siga manteniéndose, como mínimo, o desarrollándose, pero conforme avanza el libro resulta ser irregular.