SARA ANDRADE
Ahora lo ves, ahora no lo ves. Si fuéramos un bebé entendería que no tuviéramos permanencia del objeto. Debe ser difícil tener un par de semanas de nacido y que te obliguen a entender que lo que no ves ni escuchas ni sientes sigue existiendo. Es la pregunta del árbol que cae cuando no hay nadie para atestiguarlo. ¿Existe? ¿Importa que exista?
Somos una cultura obsesionada con el archivo. Incluso podría llegar a decir que estamos donde estamos porque insistimos en reiterarnos. Las pinturas rupestres en las cuevas del neolítico, por ejemplo. Las manos delineadas, los perfiles de los bisontes, los ciclos de la Luna, la prueba incontrovertible de que aquí estuvimos y no solo eso, sino que observamos, sentimos, analizamos, llegamos a una conclusión. Una especie de método científico de la experiencia de estar aquí y ahora.
Yo no veo mucha diferencia entre las pinturas de las cuevas y los bailes de TikTok. Es parte de nuestra lucha contra el olvido, por muy cringe que sea o no sea. Desde la invención del internet, esa ha sido una de las directrices de la Humanidad: guardarnos en una copia digital, recrear nuestra vida en un espacio que no obedezca las leyes de este universo, que nos dan un par de años de vida y terribles dolores para sortear. Porque en Instagram tus fotos de las vacaciones de hace 3 años nunca van a experimentar la muerte de tus seres queridos, la enfermedad o la pobreza. En Twitter, tus pensamientos a la hora del baño se quedan congelados, no cambian, no desaparecen, están disponibles a un clic de distancia. En YouTube, te puedes ver a ti mismo como eras hace 10 años; te puedes escuchar, te puedes recordar. Es como una memoria externa, en la que alivias esos momentos que se roba el tiempo y que no puedes rescatar. Ahí están, cristalizados en alguna parte del vasto Internet.
Y por eso mismo es importante para los poderosos darte a entender que incluso tus recuerdos no son tuyos. El Drive de Google ahora cuesta 34 pesos. Si quieres tener audiencia en Twitter ahora tienes que pagar la suscripción Premium. Si quieres escuchar música ahora debes pagar. Si quieres escribir en Word ahora tienes que comprar el programa. Y digo “ahora” porque antes no tenías por qué hacerlo. Pero los ricos del mundo, los oligarcas, esos que son dueños de todo lo visible en este mundo, nos están diciendo que nuestros recuerdos tienen un precio, que nuestro acceso al arte también.
Ahora lo ves, ahora no lo ves. Te amenazan con quitarte uno de tus medios de expresión, para que les agradezcas por tu existencia, esa que es tuya desde que naciste. Es una trampa. Todo lo que vemos es nuestro. Todo lo que no vemos, eso que se desenvuelve dentro de nosotros, el espíritu, el ímpetu, el amor, eso es nuestro también.
Pero mientras estemos embelesados por el espectáculo vulgar que montan para robarnos sin consecuencia, vamos a vernos despojados de todo, hasta que lo único que nos quede (nuestros pensamientos a la hora del baño) también tengan precio de suscripción.