
SARA ANDRADE
Parece casi poético que al tiempo que Los Ángeles zumbaba con el ruido de la protesta en contra de los arrestos intransigentes de la ICE contra los trabajadores migrantes en Estados Unidos, Greta Thunberg y la Flotilla de la Libertad ha sido detenida en aguas internacionales por las fuerzas militares de Israel, al intentar tocar la franja de Gaza y negar la entrada de ayuda humanitaria
Pero no es poético. En todo caso, la simetría se me antoja espantosa. El hecho de que este descontento, de que la injusticia y sus consecuencias se estén haciendo patentes en todos los lados del globo resuenan como una canción caótica, desgañitada, intentando alzarse sobre el ruido de los drones y la propaganda. Me recuerda a ese poema de Kait Rokowski que dice que “nada termina nunca de forma poética. Termina, y nosotros lo convertimos en poesía. Toda esa sangre nunca fue hermosa. Solo era roja”. Ahora mismo estamos en el momento en que la sangre es roja y no sé qué podremos decir en el futuro sobre la violencia y la crueldad contra la que estos gobiernos intentan aplastarnos sobre su bota, porque ahora mismo lo que siento (y lo que sentimos muchos) es que todo es demasiado real como metaforizarlo.
De la misma manera, veo que uno de los grandes problemas de nuestra sociedad altamente cínica ha llevado al extremo esa idea de que “el mexicano se ríe de la muerte” y todo el pensamiento que se ha generado alrededor. No quiero psicoanalizar a la cultura ni mal usar terminología psicológica, porque más allá de que esta sea una respuesta al trauma de la colonia, esta imposibilidad de tomarnos en serio lo que debe ser tomado en serio es lo que nos ha orillado a esta posición en la que no podemos leer la noticia de la muerte y detención injustificada de niños, mujeres y hombres sin soltar un chiste, un tuit perfectamente construido para generar likes, un meme, una historia para Instagram, un mensaje para compartir en el grupo de WhatsApp.
Hemos saturado a nuestra vida en pura banalidad, en un trámite tan absurdo como el de compartir una publicación en Facebook, en un ritual tan vacuo como el de scrollear por una red social.
Pero de este lado del globo, ¿qué podemos hacer? Sabemos de las injusticias del mundo al momento, pero no podemos hacer nada para detenerlas. Vemos la sangre, muy roja, en los pixeles de nuestra pantalla, pero la tecnología no ha avanzado lo suficiente como para poder extender nuestra mano y ofrecer ayuda. No puedo evitar sentirme encadenada: ya no puedo fingir ignorancia, pero tampoco puedo tomar acciones. Me entero de las tragedias y no me queda de otra más que encontrar patrones, que pensar en chistes, que pensar en que, en 50 años, esta situación se volverá un bonito poema, de manos de una persona con más cabeza que yo, viendo en el celular, como le vuela el cabello rubio a Greta Thunberg en medio del mar mediterráneo, como un hombre ondea una bandera de México encima de una patrulla en llamas.