ÓSCAR ÉDGAR LÓPEZ
El niño traza un ovalo muy grande, luego con la misma vara de huizache grava en la tierra cuatro líneas verticales, voltea sonriendo con su abuelo y le dice: ¡es una araña!, ambos ríen y abandonan a la criatura que será suprimida por el aire y las correrías del agua de lluvia. Lo mismo hizo el Principito cuando le mostró al piloto su dibujo de la serpiente que había comido un elefante, se trata de momentos en los que el acto de dibujar goza de plena honestidad, pues el que lo hace puede perseguir diversas finalidades, pero cuando el objetivo es representar pura y francamente un objeto del mundo o del pensamiento, el arte de los infantes es una magnifica muestra de que dibujar no es trasladar la forma sino hacerla germinar en la superficie, crear una nueva existencia, nacida de la observación y luego a través de la mano que ejecuta las líneas.
Similares ejemplos de sinceridad en el dibujo y la pintura las han tenido los artistas naif, como “El aduanero Rousseau” que pintaba la selva de Acapulco sin nunca haber salido de su natal Francia, su honestidad no estaba en la elección del tema sino en la disposición material de sus intenciones, pintaba ignorando todas las reglas y convenciones disciplinares, pintaba porque le daba la gana y lo hizo igualmente desde su ánimo y su voluntad libérrima. Otro que alcanzó la fama con su obra honesta, “infantil” y formalmente despreocupada fue Jean Dubuffete, creador del término Art brut, que sirve para clasificar la producción artística cuya intención primaria no es “el gran arte”, sino la alta sinceridad expresiva: enfermos mentales, infantes, jubilados con exceso de tiempo libre, pintores de buró. También el italiano Enrrico Baj se adscribe a esta taxonomía con su Arte nuclear.
El ejercicio artístico que se desenfada de la pulcritud académica y que formalmente no persigue la pureza del canon, suele tildarse de ociosa, desobligada o “infantil” sin detenerse a considerar que es justamente esta actitud la que hace de un creador un artista puro, que no persigue la aprobación de la crítica ni la consagración. Practicar el arte desde este enfoque, el más libre y directo, también lo realizan los artistas callejeros, los pega calcomanías (stickeros) y los grafiteros no vueltos al muralismo, sino en la tradición de la firma (tag) que para algunos resulta molesta y deleznable.
Juan Manuel García Jiménez es un artista con un apetito desmedido por el ejercicio de la creación plástica, dibuja casi como respira, con una voracidad impresionante y tampoco tiene empacho para ir repartigando sus trabajos, los vende en cantidades irrisorias, los regala e intercambia, no va a la caza de los marchantes usuales, busca más al público coloquial, a ese espectador que el arte elitista ha eliminado y ha marginado de los espacios hegemónicos, galerías y museos; Juan expone en las calles, las taquerías, las cantinas, hace de un ventanal abandonado “su galería” y no se limita a una sola disciplina: hace gráfica, pinta acuarelas abstractas, escribe poesía, edita libros cartoneros, funda colectivos, hace de crítico en redes sociales, desarrolla fanzines, da recitales, pega calcomanías con fruición; quizá sean sus imágenes las más populares en la ciudad de Zacatecas, me atrevo a decir que un turista podrá visitar la ciudad y no entrar a ningún museo, pero sí que ha visto y guardado en su mente alguna creación de Jiménez … Su actividad sin duda es encomiable y su disposición al trabajo lo convierte en un infatigable obrero del arte.
Autor: Juan Manuel García Jiménez
Técnica: Mixta y grabado en papel
Contacto del artista: Facebook @Juan Manuel García Jiménez